domingo, 27 de mayo de 2018

El tatuaje. David Le Breton.




   El ser humano es humano en tanto que cuerpo. La humanidad es impensable sin nuestros cuerpos. Todas las culturas manipulan los cuerpos y le dan significado a estas manipulaciones. Cortes de pelo, adornos, etc... transmiten información acerca de sus portadores. Así por ejemplo, los judíos se circuncidan. Esta mutilación genital, que es una suerte de manipulación corporal, indica que la persona que la ha sufrido pertenece a un grupo humano concreto, en esta caso a los judíos. Lo mismo sucedía, por ejemplo, con los presos, a los que se les afeitaba la cabeza. El corte de pelo indicaba que eran reos de ley. -los dos ejemplos son míos, no de Le Breton-. 

   El tatuaje es otra forma de manipulación corporal y, como tal, tiene un significado social. Este significado varía con las culturas. 

  - Puede ser un símbolo de estatus. Tener ciertos tatuajes identifica a los jefes en algunas tribus. 

"A mediados del siglo XIX, en las Islas Marquesas, los jefes lucían ricos tatuajes, tal y como pudo ver M. Radiguet: "El tatuaje más elegante que pudimos ver en las Marquesas fue el del jefe Hiña [...] Aunque distintos fueran los tatuadores que a lo largo de cincuenta años participaron en la realización de tamaña obra, ésta tenía tal armonía que parecía salida de una sola idea y de una sola mano. Si, como se suele creer, el tatuaje narra la vida de las personas a las que adorna, o si, como un blasón, perpetúa la memoria de momentos gloriosos, el del jefe, a juzgar por su complejidad, debía contar maravillas. Jamás superficie mortal fue tan profusamente cubierta de tiras, espirales, círculos concéntricos, bordados, recovecos y ondulaciones; plantas, peces, reptiles, se arrastraban y nadaban, con tal simetría y sutileza que sólo delicados instrumentos pudieron incrustarlos" (Radiguet, 1929). Los nobles Mbayá del Mato Grosso, escribe Lévi-Strauss, "hacían ostentación de su rango estampando su cuerpo con pinturas o tatuajes, que venían a ser como blasones. Se depilaban completamente la cara, también cejas y pestañas, y llamaban despectivamente hermanos de avestruz a los europeos con sus ojos enmarañados" (Lévi-Strauss, 1955)."

   - También puede indicar la pertenencia a un grupo, una tribu, un género/sexo o una edad. En este caso los tatuajes suelen ir asociados a ritos de paso.  

   - Puede significar un vínculo con los antepasados.

   - Puede utilizarse para diferenciarse de la naturaleza:

"Uno de los propósitos de la marca consiste en sacar al ser humano de la indiferenciación y distinguirlo de la naturaleza o de las otras especies animales. Lévi-Strauss señala a propósito de los Caduveos de Brasil que "había que estar pintado para ser un hombre, el que permanecía en estado salvaje no se diferenciaba de la bestia" (Lévi- Strauss, 1955). En muchas sociedades tradicionales, el hombre y la mujer no marcados quedan relegados a un estatus inferior, permanecen apartados de una comunidad humana que exige un cuerpo completado simbólicamente, no participan de la dinámica común, no pueden casarse. En la Polinesia, donde se entendía que la persona no nacía arraigada en su carne sino como una suma de fragmentos interconectados, el cuerpo se veía como un conjunto de entidades separadas y el tatuaje venía a sellar la unidad de la persona.
Las mujeres maoríes se tatúan los labios y las encías para diferenciarse simbólicamente del perro que también tiene dientes blancos y labios rojos. Los límites entre las especies revisten una dimensión simbólica, son fruto de las interpretaciones de las comunidades humanas mucho más que un rasgo dado. La marca en la piel distingue de manera definitiva al individuo de lo indiferenciado y señala su legitimidad como integrante del grupo."

   - El tatuaje a veces es la memoria en la piel. Significa o recuerda alguna acción o hecho importante para el que lo porta. 

"La escritura del cuerpo es también memoria de la piel, narra los momentos señalados en la vida del individuo: sus hazañas como cazador, pescador, guerrero, etc. Recordamos la hermosa descripción de Hermán Melville del arponero del Pequod que aterroriza al joven Ismael en su primer encuentro: "Este tatuajes había sido obra de un difunto profeta y vidente de su isla, que, con esos jeroglíficos, había escrito en el cuerpo de Queequeg una completa teoría de los cielos y la tierra, y un tratado místico sobre el arte de alcanzar la verdad. De modo que el cuerpo de Queequeg era un enigma por resolver; una prodigiosa obra en un solo tomo; pero cuyos misterios no podía leer él mismo, aunque su corazón latiera contra ellos. Y esos misterios, por tanto, estaban condenados a disiparse con el pergamino vivo en que estaban inscritos, y quedar así para siempre sin resolver. Y esta idea debió ser lo que sugirió a Ahab aquella salvaje exclamación suya, una mañana, al volverse de espaldas después de inspeccionar al pobre Queequeg: “¡Ah, diabólico suplicio de Tántalo de los dioses”"(Melville, 1941)."

   - Por supuesto, en el tatuaje hay un componente estético. Es una forma de buscar la belleza corporal. 

   - La estética pone en relación al tatuaje con el erotismo:

"Los tatuajes erotizan el cuerpo. Lévi-Strauss describe los adornos caduveos que, aunque hayan perdido sus antiguos significados, siguen en uso por mero gusto. "No hay duda de que, hoy en día, la persistencia entre las mujeres de esta costumbre responde a motivaciones eróticas. La reputación de las mujeres caduveo está firmemente asentada en ambas orillas del río Paraguay [...] Esta cirugía pictórica injerta el arte en el cuerpo humano [...] Nunca, probablemente, el efecto erótico del maquillaje haya sido tan sistemática y conscientente explotado" (Lévi-Strauss, 1955). Uno de los mitos sobre el origen de los tatuajes en las Islas Marquesas se refiere directamente a la carga erótica que proporciona: "Hamatakee se encontró con el dios Tu que tenía un semblante muy triste: -¿Por qué tanta tristeza? le preguntó. -Es que mi esposa me abandonó y se entrega al libertinaje -Si la quieres recuperar, hazte hermoso con el tatuaje. Te verá tan maravillosamente transformado, que pensará que eres un ser nuevo y querrá volver junto a ti. ¡A qué esperas pues! El propio Hamatakee lo tatuó y, efectivamente, Tu surgió como un ser nuevo, y tan atractivo que todas las mujeres hubieran querido estar con él. Al verlo, su esposa se apresuró en volver. Y desde ese día, todo el mundo quiso ser tatuado" (Rollin, 1929)."

   - Etc...

   En el segundo capítulo Le Breton pone el tatuaje en relación con la religión. Antes de la irrupción del cristianismo, muchos pueblos se tatuaban. Pero en la Biblia y el Coráb se prohíbe, así que se dejó de hacer. 

   En el tercer capítulo habla de "la domesticación del tatuaje en Europa y explica cómo se veía como un síntoma de salvajismo, pero que, poco a poco, por medio de los tatuajes de los marineros, se fue introduciendo en nuestras sociedades. 

   En el capítulo cuarto analiza cómo el tatuaje fue una forma de disidencia. Dado que los valores sociales lo proscribían, lucirlo era una forma de expresar simbólicamente el desacuerdo con esos valores y la filiación con algunos grupos humanos marginales, como los mafiosos o las prostitutas. 

    En el capítulo V, en del "dolor necesario", Le Breton explica que el tatuaje iba indisolublemente unido al dolor, Ya que hacerse un tatuaje dolía muchísimo, lucirlos era una muestra de virilidad y resistencia al dolor. El que tenía un tatuaje, era un hombre duro que soportaba el dolor. 

En otras sociedades, el mero hecho de lucir un tatuaje tiene un efecto intimidatorio: se entiende que quien haya soportado el dolor de la inscripción sobre sus carnes es un tipo duro que presume de ello. Los ámbitos sociales disidentes, como el de los ladrones, los marineros, los proxenetas o los prisioneros, usaron en su día del tatuaje para intimidar al burgués. Durante mucho tiempo, en nuestras sociedades, el tatuaje sirvió para afirmar la virilidad (Le Bretón, 2002,2010).

  Pero esto ya no es exactamente así en nuestra sociedad:

   Los tiempos, sin embargo, han cambiado y ya no valoran el hacer gala de resistencia y aguante. Nuestras sociedades temen el dolor y lo combaten con todo tipo de analgésicos. El tatuaje, no obstante, sigue siendo doloroso pues su realización exige tiempo e invade la carne.


    Aunque no siempre es así, y algunos tatuados actuales se refieren al dolor que sufrieron como una prueba de su virilidad. 

Para la mayoría de los tatuados el dolor es sublimado por el proceso paralelo que lo acompaña, por la metamorfosis que anuncia, por la satisfacción de llevar a cabo un hecho largamente deseado. El dolor recalca la dimensión "espiritual" o "iniciática" (para retomar términos que los tatuados suelen usar) del acto de tatuarse. Intercambio paradójico entre tatuador y su cliente, el dolor realza la importancia del momento, y despierta una sensación de orgullo por haber sido capaz de resistirlo. Subraya la presencia de un carácter decidido y lo hace además con una marca en la piel que pocos tienen. "El día en que se pueda hacer sin dolor, dejará de tener sentido" (Valentín, tatuador, 29 años). "El tatuaje duró un buen rato. Joder, lloré, bueno, no lloré, pero me costó. Duró un buen rato, pero no fue cosa mala, al contrario; sabía que el tatuador lo sabía, que me dolía. Me encantó [...] Bueno, que te hagan daño no es mi rollo, pero en este caso estás dispuesto, es porque quieres, eso le da otra dimensión al dolor. Nadie te obliga. Luego tuve una sensación de virilidad. Has superado una prueba, has demostrado a los demás que puedes hacer sacrificios tanto físicos como morales. Entiendo a los que no quieren tatuarse, pero creo que el tatuaje te abre a otro universo. Me ha dado algo más de madurez. Creo que para crecer hay que plantearse retos, y el tatuaje me ha permitido evolucionar. Un tatuaje no deja de ser algo especial, no te llega sin más" (Yann, 20 años, estudiante). "Con el dolor y lo que luego ves sobre tu piel, te sientes más grande. El dolor es necesario, es como un parto. Si rechazas la epi- dural, estás en un todo, en una dimensión cósmica, incluso iniciática. Y es lo mismo con el tatuaje, si no doliera sería como cualquier otra cosa, y el tatuaje no es cualquier cosa" (Lucia, comercial, 24 años). "En realidad no pensaba en nada. Intentaba concentrarme en el dolor, dominarlo sabiendo que estaba ahí. Y creo que luego valoras más tu tatuaje, es como que has sabido aguantarlo; te dolió y sabes que no es algo que se haga a la ligera, no es por impulso" (Sylvie, 22 años, trabajadora a tiempo parcial). "Tengo una marca y tuve que sufrir para lograrla. Si me hubieran tatuado sin dolor no sé si lo valoraría tanto. Si cayera del cielo, así, sin más, no tendría ningún interés" (Lydia, 24 años, estudiante).

    El siguiente capítulo es "El renacer del tatuaje". 

    - En los años setenta -sobre todo los punkies- era una forma de contestación social, de hacer visible en el cuerpo el rechazo al sistema de valores burgués imperante. 

El odio frente a la sociedad se convierte en odio al cuerpo que simboliza precisamente la relación sometida a normas con los demás. Lejos de una afirmación estética, lo que pretendían los Punks era desafiar las normas de la apariencia y el implícito respeto social por la integridad del cuerpo. Si la piel es una superficie en la que el individuo se muestra, alterarla de manera provocadora enarbola un rechazo radical de las condiciones de vida.


   - Nostalgia tribal. En las sociedades tribales, como las melanesios, por ejemplo, los tatuajes tenían un significado. Ahora nos hacemos tatuajes tribales, pero no tienen al significado que tenían para ellos, fundamentalmente porque no pertenecemos a esa cultura. Entonces cada uno le da el significado que quiera. 

En efecto, ya desde los años ochenta, el tatuaje empezó a sumergirse en un sincretismo radical, encarnando una globalización cultural indiferente al tenor y al significado de los distintos signos. Vaciado de sus connotaciones primigenias, el tatuaje empieza desde entonces a flotar libremente como un elemento de originalidad o de espiritualidad dentro de un gran catálogo planetario en el que cada cual escoge libremente la autorrepresentación que le satisfaga, al menos por un tiempo. 


  
  - Ahora Individualiza. Frente a las sociedades en las que significaba la pertenencia a un grupo. Es porque nuestro capitalismo exalta al individuo frente al grupo. Nos ponemos tatuajes para ser diferentes. 

Aunque los dibujos puedan coincidir, los significados sociales del tatuaje difieren radicalmente entre las sociedades tradicionales y las nuestras. En las primeras, el tatuaje nunca es un fin en sí mismo: acompaña ineludiblemente ceremonias colectivas o ritos de paso, señala el cruce de un umbral de madurez de la persona, la transición a la edad adulta, un cambio de estatus social, el acceso a un grupo determinado, etc.; es un elemento de la transmisión por los ancianos de una orientación y de uno conocimiento que benefician a los novicios. El tatuaje es el momento corporal de una ritualidad más amplia. La persona no puede singularizarse sin perder con ello el espesor de su existencia. En estas sociedades, la persona sólo es miembro de un gran cuerpo común, mientras que, siguiendo con la metáfora, en nuestras sociedades cada cuabpretende ser un cuerpo específico.

En nuestras sociedades, los tatuajes individualizan, marcan a un sujeto singular cuyo cuerpo no sirve de nexo con la comunidad y el cosmos, como ocurre en las sociedades tradicionales, sino que, por el contrario, certifica su indisoluble individualidad. El tatuaje responde a una decisión personal que en nada afecta al estatus social, por mucho que denote la presencia de una individualidad específica. En la medida en que el cuerpo es un instrumento de separación, de afirmación de un "yo", existe un gran margen de maniobra para rediseñar el yo (Le Bretón, 1997). Para cambiar de vida, se modifica el cuerpo, o por lo menos se intenta. De ahí la proliferación de intervenciones corporales en unas sociedades, las nuestras, donde impera la libertad, es decir, donde el individuo decide sobre su vida (Le Bretón, 2002, 2007).

  Esta individualización del tatuaje incide en lo que Breton comentó en el capítulo anterior acerca del modo en que las personas le dan un nuevo significado, propio y personal, a los tatuajes con motivos tradicionales. Ahora, el significado del tatuaje no es social. No significa lo mismo para todo el mundo. Cada uno le da su propio significado -si es que se lo da-. 

   Pero hay una paradoja, que es la propia de la sociedad de consumo y del consumismo: es como la moda. Pensamos que individualiza, pero en realidad hacemos lo que hace todo el mundo. 

   Significados contemporáneos:

En una sociedad de las apariencias, de la imagen, del espectáculo, hay que convertirse en imagen para tener la sensación de existir plenamente en la mirada de los demás. En el anonimato democrático de nuestras sociedades, las modificaciones corporales proclaman una singularidad individual, permiten creerse único y relevante en un mundo en el que las referencias se diluyen y las iniciativas personales abundan. Provocan la mirada, fijan un look, y llaman la atención. Son una forma radical de comunicación, de revalorización de uno mismo para esquivar la indiferencia. El tatuado subraya lo que pretende ser. Busca, a través de su apariencia, enarbolar un discurso sobre sí mismo. 


   Entre los adolescentes en una forma de dejar claro que se corta con los padres y, al mismo tiempo, se pertenece a otro grupo de iguales. 

Para las generaciones más jóvenes, la marca corporal se vive como una seña de independencia frente a los padres. "Fue de repente, dice Aurore (15 años). Me apeteció y entré en el estudio. Me sentí orgullosa de haberlo hecho, de haberlo conseguido, y eso que soy más bien miedosa; pero me demostré algo a mi misma. Fue como hacerme responsable de mi misma". Y califica su decisión como "asumir un riesgo", frente a sus padres de los que sabe que son contrarios a los tatuajes.

Pero Aurore sale fortalecida de su gesto de autonomía, se siente ahora "responsable" de sí misma y pone a sus padres en su sitio, aunque tema la reacción que puedan tener. Con ese gesto, ha cruzado un umbral y accede a una versión más feliz de sí misma. Se identifica no ya con las personas mayores, sino con los de su edad, no con sus padres sino con sus pares. La búsqueda del yo a través de la marca en un cuerpo del que se toma posesión, no está por lo tanto exenta de tensiones con unos padres que se sienten dejados de lado. El joven busca diferenciarse, emancipar su cuerpo de la tutela de los padres, encarnar su propia vida.

Las marcas en el cuerpo son como contrafuertes de la identidad, una manera de delimitar la piel, y no sólo en sentido metafórico (Le Bretón, 2002,2012). El tatuaje es a menudo para el adolescente un ejercicio de diferenciación frente a los padres y de asimilación con los pares. De ahí ese discurso contradictorio y ambivalente en el que un joven puede expresar orgullo por la radical singularidad que representa su tatuaje y, al mismo tiempo, señalar que el tipo de tatuaje que lleva está de moda, que su mejor amigo tiene el mismo o que lo vio en el brazo del cantante de un grupo de rock.

   También es una forma de recuperar el control de cuerpo, de modificarlo y obtener seguridad:

El tatuaje aumenta la confianza en uno mismo, la maduración de la persona. De ahí el júbilo que trae consigo su realización. Pone simbólicamente fin a una situación de incertidumbre y produce una sensación de dominio sobre uno mismo. Son ceremonias de paso que permiten ritualizar un momento importante: sacarse un título, el primer trabajo, un éxito profesional o académico, inicio o fin de una relación, celebración personal. La consecución del bachillerato, por ejemplo, suele estar presente en los discursos de los jóvenes franceses en torno a las circunstancias en las que tomaron su decisión. Muchos tatuajes se eligen para simbolizar el paso a otra etapa de la vida. Así, en la novela de Russell Banks, La ley del hueso, Chappie, un adolescente atormentado, se hace tatuar antes de abandonar a su familia e irse a recorrer mundo: "Me sentía super bien, como si fuera una persona nueva, con un nuevo nombre e incluso un nuevo cuerpo. Mi vieja identidad de Chappie no había muerto, pero se había convertido en un secreto. Un tatuaje puede hacer este tipo de cosas: te permite pensar tu cuerpo como un traje especial que puedes ponerte o quitarte cuando quieras. Un nuevo nombre, si mola, tiene el mismo efecto. Y experimentar esas dos cosas al mismo tiempo te hace sentirte poderoso". Incide sobre la sensación que se tiene de uno mismo, es como una inyección íntima de sentido. La eficacia del tatuaje, en lo que a los cambios en la persona se refiere, no es, obviamente, inherente al hecho de tatuarse, sino que depende de la inversión emocional del individuo, de sus expectativas, de sus representaciones mentales. Un mismo signo puede ser vivido por unos como un embellecimiento del cuerpo y, por otros, como una experiencia "espiritual" que modifica la vida. En lo cotidiano, el tatuaje se convierte en un objeto de transición. Se toca, se palpa insistentemente, sobre todo en los momentos de tensión. Cargado de significados, ayuda a calmarse, a tomar distancia, a recuperar la confianza. A veces se convierte en un escudo simbólico que protege de las amenazas del día a día.

(...)

Para otros, es también una forma de reconciliación consigo mismos, con la imagen que tienen de su cuerpo, que no acaba de gustarles pero que, con ese añadido, logran revalorizar. Es una reparación de una historia de vida en la que no se acababa de ser uno mismo. Muchos tatuados confiesan que no les gustaba su cuerpo (otra manera de decir que no se gustaban a sí mismos) antes de la inscripción, pero que, al salir del estudio del tatuador, ya se sentían como renacidos. La marca les proporcionaba una fuerza interior, una madurez, una sensación de renacer. También suele tenerse como un talismán contra las amenazas de la vida, un recordatorio del propio poder personal. "Me siento mucho mejor ahora. Creo que los demás también lo notan. No porque sea más guapo... Bueno, no lo sé. Es una manera de estar con mi cuerpo" (Sylvain, de 19 años, estudiante). "Mi tatuaje es un tema personal. Me avergonzaba de mi cuerpo. Nunca me ponía camisetas. Siempre llevaba mangas largas, pantalones largos, incluso en la playa. Sentía mucha vergüenza de mi cuerpo, de mi físico. Tan pronto como me tatué, el complejo desapareció. Me atreví a mostrarme" (23 años, tatuador). "Yo no me gusto, no me gusta mi cuerpo, pero por lo menos con el tatuaje me parece que es más bonito. Es más femenino, más sensual. Mi cuerpo tiene algo que me permite quererme un poco más. En la relación con mi novio, es importante" (Lise, 22 años, estudiante). El tatuaje cubre el cuerpo de narcisismo. En torno a él la imagen de uno mismo se reconstruye positivamente. Es una forma de tomar posesión del yo, a veces bajo la guía de unos tatua- dores que, sin saberlo o aceptándolo conscientemente, hacen de maestros de ceremonias de un rito de paso.

   - El gusto de las nuevas generaciones por el tatuaje es una forma de romper con los padres y de dar seguridad a los adolescentes ante los cambios que están sufriendo sus cuerpos:


Las intervenciones sobre la piel son intentos de rediseñar los límites entre lo exterior y lo interior, una herramienta para atravesar un momento difícil. Atormentado por la pubertad o por la dificultad de aceptarse a sí mismo, el adolescente siente cómo su cuerpo se le escapa, y la ansiedad que siente por su cuerpo va acompañada de la sensación de ser observado por los demás. El recurso a las marcas corporales es un intento de dominar simbólicamente, a través de una modificación de la propia imagen, esos cambios en su físico (Le Bretón, 2002,2012).
En un aula de la facultad, un perforador acaba de hablar con entusiasmo de su oficio. Se ha ganado la confianza de los estudiantes. Marie levanta la mano y expresa su deseo de compartir su experiencia. Dice que hacía mucho que quería tatuarse pero nunca había encontrado el momento propicio hasta que una noche, después de una rave, eufórica, se topó con un tatuador que ofrecía sus servicios en su camioneta. Pensó que había llegado el momento. Y, mientras lo iba contando, Marie de pronto no consigue contener las lágrimas y, llorando, dice: "Cuando salí de ahí con mi tatuaje, sentí por primera vez en mi vida que mi cuerpo estaba completo".

Para las generaciones más jóvenes, la marca corporal se vive como una seña de independencia frente a los padres. "Fue de repente, dice Aurore (15 años). Me apeteció y entré en el estudio. Me sentí orgullosa de haberlo hecho, de haberlo conseguido, y eso que soy más bien miedosa; pero me demostré algo a mi misma. Fue como hacerme responsable de mi misma". Y califica su decisión como "asumir un riesgo", frente a sus padres de los que sabe que son contrarios a los tatuajes.