sábado, 16 de diciembre de 2017

Foucault X: Vigilar y castigar.

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    El tema de Vigilar y Castigar es la disciplina y los dispositivos disciplinarios, entendidos estos como "el conjunto de técnicas y procedimientos con los cuales se busca producir cuerpos políticamente dóciles y económicamente rentables"

    
    Para desarrollar este tema, Foucault hace, como siempre, una análisis histórico para demostrar como ha llegado a ser así. 



    La obra comienza narrando la ejecución pública de Damiens a mediados del siglo XVIII, en la que sometieron al reo a todo tipo de tormentos físicos. A continuación, como oposición a este modelo punitivo de suplicio del cuerpo, Foucault nos habla de la vida en una cárcel setenta y cinco años después.  Esta vida estaba muy pautada por unos horarios muy estrictos y regulados en los que los presos tenían que trabajar, comer, estudiar y rezar. Según Foucault, el primer modelo se preocupaba por el cuerpo de los individuos. El segundo se centra en el alma, a la que se llega por medio de control del cuerpo. 




   Frente al discurso oficial que sostiene que el paso de un modelo a otro se debió a la difusión de las ideas humanistas, Foucault sostiene que el cambio se debió a dos razones:




    a) La conciencia abstracta de ser castigado sustituye al concreto espectáculo del castigo físico. 




    b) Ya no se busca tanto castigar como curar y corregir conductas. 




   Así, el sistema judicial deja de preocuparse por la determinación del crimen para centrarse en el alma del delincuente. 




    De la mano de este cambio, los psiquiatras, psicólogos y peritos forenses pasan a formar parte del sistema judicial.  

  
    A finales del s.XVIII asistimos a un nuevo cambio. Foucault da dos razones:



    a) La tortura como forma de castigo estaba siendo cuestionada,ya que sus efectos con frecuencia eran contrarios a lo que se pretendía. El pueblo en unas ocasiones celebraba la resistencia del torturado y en otras se sublevaba contra un poder que también ejercía la brutalidad contra ellos. 




    b) El capitalismo empieza a ser el sistema dominante. En este sistema, se considera más importantes los delitos contra la propiedad y el fraude que los de sangre. Para prevenir el delito y evitar la reincidencia, era necesario castigar más y mejor. 




    De todo esto, Foucault extrae la idea apuntada en párrafos anteriores: el cambio en el sistema judicial no se debió a la influencia del humanismo, sino que emergió la sociedad capitalista. Esta nueva sociedad se preocupa por otros crímenes -los que afectan al comercio y la propiedad privada-. Esta sociedad adaptó los métodos de castigo a los nuevos delitos.   


    Para los reformadores del sistema judicial como Jeremy Bentham el castigo debía ser una representación en que la que se expresase simbólicamente que el reo había roto el pacto social. Tenían que visualizarse en el cuerpo del reo las ventajas y desventajas de romper ese pacto. Por eso era muy importante que el castigo fuese público, como peregrinar por lugares por donde pudiesen ser vistos, construcción de caminos, etc... Este es el modelo punitivo que Foucault denomina ciudad punitiva. 



    Sin embargo, no fue el modelo ciudad punitiva el que acabó imponiéndose, sino el modelo carcelario. En este tercer modelo "las relaciones entre el orden de las representaciones y el cuerpo se invierten. El punto de aplicación de la pena es el propio cuerpo y las representaciones se convierten en un instrumento; pues el objetivo del dispositivo carcelario no es reconstituir el sujeto jurídico del pacto, sino producir cuerpos dóciles y obedientes" (Castro Egardo). 




     Foucault sostiene que el modelo carcelario se impuso 

gracias a la sociedad disciplinaria o panóptica, de la que la cárcel no es más que otro de sus engranajes. 



    Castro Egardo resume así los cambios que Foucault considera decisivos en la imposición de este tercer modelo: 




   "En primer lugar, la necesidad de ajustar entre sí los movimientos de acumulación de capital y de acumulación de cuerpos, propios de la civilización urbana y las nuevas formas de producción. En este sentido, el capitalismo y el poder disciplinario fueron, al menos en el siglo XIX, las dos caras de una misma moneda. En segundo lugar, aunque sus mecanismos no se desprendan de manera directa y ni siquiera necesaria de las instituciones jurídicas, en los hechos, el poder disciplinario resulta complementario de una concepción social fundada en un principio abstracto de igualdad de derechos, porque para poder funcionar requería de la normalización de la vida de los individuos. La ley, en pocas palabras, sólo puede garantizar la libertad para los individuos normales. En tercer lugar, los mecanismos de la sociedad disciplinaria permitieron la formación de nuevos saberes que, a su vez, fortalecieron los mecanismos disciplinarios".






    La cárcel, pese a que fue muy criticada porque no alcanzaba su objetivo de reinsertar al delincuente se impuso porque formaba parte de un sistema general que dominó la sociedad europea del s. XIX. Por sí solo el modelo carcelario no se hubiese impuesto, pero forma parte de un todo, de un nuevo modelo general de sociedad. De ahí que la prisión se parezca tanto a las fábricas, las escuelas, los hospitales y los cuarteles


     Foucault introduce aquí el concepto de disciplina, entendiendo por ella una red de relaciones entre elementos heterogéneos (instituciones, construcciones, reglamentos, discursos, leyes, enunciados científicos, disposiciones administrativas) que surge con vistas a una determinada finalidad estratégica. 



       En el nuevo modelo, que incluye cárceles, escuelas, cuarteles, etc... lo que importa no es tanto la ley como la norma. La ley marca lo que está permitido y lo que no, mientras que la norma mide lo que es adecuado. La ley separa unos individuos de otros. La norma, por su parte, sirve para exactamente lo contrario, para homogeneizar, para que todos los individuos se asemejen unos a otros. En este sentido es como hay que interpretar esa nueva idea de cárcel en la que se busca corregir, adecuar y no castigar. Para alcanzar este objetivo el nuevo modelo se sirve de las siguientes técnicas (Edgardo Castro): 




     "En primer lugar, la distribución de los cuerpos en un espacio cuadriculado y articulado, definido en relación con una determinada función y ordenado en términos clasificatorios: cada preso en su celda, cada enfermo en su cama, cada alumno en su pupitre, cada empleado en su escritorio o junto a su máquina. 




    En segundo lugar, el control de la actividad mediante el horario y el ajuste de los comportamientos y gestos a la temporalidad de un proceso. 




    En tercer lugar, la organización genética del tiempo, mediante la segmentación de la temporalidad de un proceso y la serialización de actividades repetitivas y sucesivas. 




    Y, finalmente, la composición de las series temporales mediante una estricta línea de mando". 




    Cárceles, hospitales y escuelas tienen dos funciones fundamentales:


    a) Sujetar el tiempo de la vida al de la producción. Para ello se tiene a las personas continuamente ocupadas en actividades productivas, incluso aunque se trate de tiempo de ocio. 

    b) La función de control excede la socialmente establecida. No solo se enseña o se cura. En ellas se ejerce un control sobre el cuerpo, la sexualidad y las relaciones de los individuos. En este sentido escuelas, cárceles y hospitales determinan la normalidad y la norma. 

    El panóptico ejemplifica como la transformación de una civilización del espectáculo en una civilización de la vigilancia. Jeremy Bentham propuso el modelo de panóptico. En él había un torre central y las celdas a su alrededor en forma de anillo. Así, el vigilante desde la torre puede vigilar a los presos sin que estos lo vean a él. Ya que los presos no pueden saber cuando están siendo vigilados, se sienten vigilados permanentemente y acaban comportándose todo el tiempo de acuerdo con la norma. Así cada uno se convierte en el normalizador de sí mismo.  

     En el modelo de soberanía, donde el castigo era un espectáculo -ejemplificado con el tormento público de Damiens a mediados del siglo XVIII con el que empieza el libro-, es sustituido por el modelo de la vigilancia perpetua. 

 


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