viernes, 29 de diciembre de 2017

Foucault XI: El poder psiquiátrico.



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    El poder psiquiátrico es un curso dictado en el College de France entre los años 1973 y 1974. En él describe y opone los mecanismos de soberanía y disciplina. Parte de la destitución del rey Jorge por parte de un médico, en la que ve la sustitución del poder basado en la soberanía por un el poder disciplinario. 




    El poder soberano era:




    - Una relación asimétrica entre el soberano y sus súbditos. El soberano sustrae los productos y el trabajo de sus súbditos. Como contrapartida, hace un gasto, en forma de protección, por ejemplo. Pero estos gastos nunca son iguales que lo que recibe. 




     - Es frágil y puede acabarse en cualquier momento. 




    - Debido a su fragilidad, este poder tiene que justificarse de alguna manera. Para ello se basan en el pasado, en alguna victoria o conquista. Este acontecimiento se reactualiza en el presente por medio de las señales de respeto, las insignias, los blasones, etc... 




    - También debido a su fragilidad, tiene que recurrir a la violencia. 




    - Las relaciones de poder no son isotópicas, es decir, son heterogéneas. No son iguales y no pueden superponerse las relaciones entre el soberano con sus súbditos, que las del cura con los parroquianos y con el soberano, o las de los nobles con el soberano y los súbditos, etc...




     - El soberano está individualizado. No así los otros participantes en este relación. 




    Por el contrario, el poder disciplinario es:




    - Anónimo, sin nombre ni rostro. Está repartido entre varias personas. 

  
     - Se manifiesta en el carácter implacable de un reglamento. 



    - A difrencia de la soberanía, que sustraía el trabajo y su producto, la disciplina captura totalmente el cuerpo del individuo, sus gestos, su tiempo y su comportamiento. 




    - El poder disciplinario vigila constantemente, ya sea de forma directa, ya sea haciendo que el individuo sienta que en cualquier momento es susceptible de serlo. De este manera, los individuos nos convertimos en los vigilantes de nosotros mismos. 




    - El panóptico es el símbolo de este nuevo poder disciplinario. Las cárceles se diseñan de tal modo que los vigilantes puedan ver en cualquier momento a los presos sino que estos puedan verlos a ellos. De este modo el reo se siente permanentemente vigilado. 




    - Para conseguir la vigilancia perpetua, el poder disciplinario utiliza la escritura. Toda la información acerca de los individuos es registrada. 


    - Los dispositivos disciplinarios son isotópicos, es decir, cada uno tiene su lugar perfectamente determinado y unos se articulan en relación a los otros. Aquellos que no lo tienen, se les considera residuos. Por ejemplo, el enfermo mental. 



    - A diferencia de poder soberano, en el poder disciplinario la cima está despersonalizada, mientras que aquellos sobre los que recae el poder son individualizados por medio de la vigilancia y la escritura. 


    - El poder disciplinario se propone producir cuerpos útiles y dóciles sojuzgándolo. 



    Los dispositivos disciplinarios y los de soberanía convivieron durante mucho tiempo. 




    Los dispositivos disciplinarios nacieron con las comunidades religiosas y se extendieron entre los siglos XVI y XVIII. Esta expansión se produjo gracias a la colonización por parte del poder disciplinario de la juventud, de los pueblos colonizados -en concreto Foucault habla de los jesuitas de Perú- y de los mendigos, las prostitutas, los delincuentes, etc...  




    A finales del siglo XVII y en el siglo XVIII aparecen dispositivos disciplinarios que ya no son estrictamente religiosos. Son el ejército y los talleres. 




    La familia es el eje alrededor del cual se estructuran todos los dispositivos disciplinarios. Pese a lo que pueda parecer, a propia familia no es dispositivo disciplinario, sino de soberanía. En ella el padre -cabeza de familia- ejerce la función de soberano. A partir de este dispositivo de soberanía los individuos son adheridos a los sistemas disciplinarios. Cuando un individuo es rechazado de un sistema disciplinario por anormal, es devuelto a la familia, que, a su vez, decide si lo traslada o no a otro sistema disciplinario. 




    Cuando la familia no cumple esta función de distribución de los individuos a dispositivos disciplinarios, surge toda una nueva serie de dispositivos para ello. Estos dispositivos son los que permiten el desarrollo de las funciones psiquiátrica, psicopatológica, psicoanalítica, etc. 


    Cuando una persona quedaba fuera de la soberanía de la familia, se lo internaba en el psiquiátrico, donde se lo adiestraba y refamiliarizaba por medio de los sistemas disciplinarios. Así nace la psiquiatría clásica, que funcionó entre 1850 y 1930. 



    La psiquiatría se adueñó del discurso verdadero y, a partir de él, deducía la necesidad del asilo y del poder médico dentro de ella. 




    El aparato psiquiátrico no se hizo para curar, sino para ejercer un poder determinado sobre una determinada categoría de individuos. Este poder penetra profundamente, creando el deseo, provocando el pacer, produciendo el saber, por lo que resulta difícil librarse de él (Foucault, trad. 1999: 284). 




    El dispositivo de poder psiquiátrico funcionaba subyugando y domesticando a los locos. Para ello lo hacía depender del médico para que éste modificase su pensamiento vicioso. 


    En la clase del 23 de Enero de 1974 Foucault explica cómo la psiquiatría impone su poder por medio del juego de la verdad. Para Foucault la psiquiatría no es una terapeútica, sino un dispositivo de poder que impone su verdad. 

    El poder psiquiátrico tiene tres jtécnicas: el interrogatorio, la hipnosis y el uso de drogas. Por medio de ellas se logra que el individuo se ajuste a la norma y, al mismo tiempo, lo hacen aceptar que está loco, es decir, que no está dentro de la norma. 

    Foucault distingue dos tipos de verdades:

    a) la verdad demostrativa o científica, que es una verdad construida que depende del sujeto. Son verdades que se producen. 
    b) la verdad acontecimiento, que es una verdad que hay que encontrar y para ello se utilizan ciertos rituales. Son verdades que se descubren. La ciencia no descubre verdades, sino que las produce. Es el sujeto históricamente condicionado el que las el que las produce y les da estatus de verdad.

    La verdad acontecimiento arroja unas verdades que luego tienen que ser constatadas y demostradas por la verdad científica. Las ciencias nacen del recubrimiento de las verdades acontecimiento con las verdades demostrativas. 

     Desde el renacimiento, la verdad demostrativa se impone a la verdad acontemiento. De la mano de esta cambio, se limita el número de personas capaces de producir verdad. Son los filósofos, médicos, intelectuales, etc... que se supone que poseen los saberes calificados para producir tal verdad.  

    El saber psiquiátrico no puede fundarse como verdad porque no parte de una verdad acontecimiento. En este caso, el acontecimiento serían los síntomas. Pero la verdad psiquiátrica se sitúa antes, en si el individuo está o no está loco, entre la realidad y la irrealidad. La psiquiatría se formó siguiendo el modelo de la verdad demostrativa, pero es contradictoria con ella, ya que se sitúa en el límite entre verdad y mentira. El poder-saber psiquiátrico reside en que el psiquiatra produce la verdad. En el asilo es donde se realiza la locura. 

    Foucault le presta especial atención a las histéricas, ya que estas presentan los síntomas de la enfermedad, responden al funcionamiento de la institución asilar, responde a lo que quiere el poder psiquiátrico, pero se resiste a este poder porque se resisten al juego asilar. 

     



          

sábado, 16 de diciembre de 2017

Foucault X: Vigilar y castigar.

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    El tema de Vigilar y Castigar es la disciplina y los dispositivos disciplinarios, entendidos estos como "el conjunto de técnicas y procedimientos con los cuales se busca producir cuerpos políticamente dóciles y económicamente rentables"

    
    Para desarrollar este tema, Foucault hace, como siempre, una análisis histórico para demostrar como ha llegado a ser así. 



    La obra comienza narrando la ejecución pública de Damiens a mediados del siglo XVIII, en la que sometieron al reo a todo tipo de tormentos físicos. A continuación, como oposición a este modelo punitivo de suplicio del cuerpo, Foucault nos habla de la vida en una cárcel setenta y cinco años después.  Esta vida estaba muy pautada por unos horarios muy estrictos y regulados en los que los presos tenían que trabajar, comer, estudiar y rezar. Según Foucault, el primer modelo se preocupaba por el cuerpo de los individuos. El segundo se centra en el alma, a la que se llega por medio de control del cuerpo. 




   Frente al discurso oficial que sostiene que el paso de un modelo a otro se debió a la difusión de las ideas humanistas, Foucault sostiene que el cambio se debió a dos razones:




    a) La conciencia abstracta de ser castigado sustituye al concreto espectáculo del castigo físico. 




    b) Ya no se busca tanto castigar como curar y corregir conductas. 




   Así, el sistema judicial deja de preocuparse por la determinación del crimen para centrarse en el alma del delincuente. 




    De la mano de este cambio, los psiquiatras, psicólogos y peritos forenses pasan a formar parte del sistema judicial.  

  
    A finales del s.XVIII asistimos a un nuevo cambio. Foucault da dos razones:



    a) La tortura como forma de castigo estaba siendo cuestionada,ya que sus efectos con frecuencia eran contrarios a lo que se pretendía. El pueblo en unas ocasiones celebraba la resistencia del torturado y en otras se sublevaba contra un poder que también ejercía la brutalidad contra ellos. 




    b) El capitalismo empieza a ser el sistema dominante. En este sistema, se considera más importantes los delitos contra la propiedad y el fraude que los de sangre. Para prevenir el delito y evitar la reincidencia, era necesario castigar más y mejor. 




    De todo esto, Foucault extrae la idea apuntada en párrafos anteriores: el cambio en el sistema judicial no se debió a la influencia del humanismo, sino que emergió la sociedad capitalista. Esta nueva sociedad se preocupa por otros crímenes -los que afectan al comercio y la propiedad privada-. Esta sociedad adaptó los métodos de castigo a los nuevos delitos.   


    Para los reformadores del sistema judicial como Jeremy Bentham el castigo debía ser una representación en que la que se expresase simbólicamente que el reo había roto el pacto social. Tenían que visualizarse en el cuerpo del reo las ventajas y desventajas de romper ese pacto. Por eso era muy importante que el castigo fuese público, como peregrinar por lugares por donde pudiesen ser vistos, construcción de caminos, etc... Este es el modelo punitivo que Foucault denomina ciudad punitiva. 



    Sin embargo, no fue el modelo ciudad punitiva el que acabó imponiéndose, sino el modelo carcelario. En este tercer modelo "las relaciones entre el orden de las representaciones y el cuerpo se invierten. El punto de aplicación de la pena es el propio cuerpo y las representaciones se convierten en un instrumento; pues el objetivo del dispositivo carcelario no es reconstituir el sujeto jurídico del pacto, sino producir cuerpos dóciles y obedientes" (Castro Egardo). 




     Foucault sostiene que el modelo carcelario se impuso 

gracias a la sociedad disciplinaria o panóptica, de la que la cárcel no es más que otro de sus engranajes. 



    Castro Egardo resume así los cambios que Foucault considera decisivos en la imposición de este tercer modelo: 




   "En primer lugar, la necesidad de ajustar entre sí los movimientos de acumulación de capital y de acumulación de cuerpos, propios de la civilización urbana y las nuevas formas de producción. En este sentido, el capitalismo y el poder disciplinario fueron, al menos en el siglo XIX, las dos caras de una misma moneda. En segundo lugar, aunque sus mecanismos no se desprendan de manera directa y ni siquiera necesaria de las instituciones jurídicas, en los hechos, el poder disciplinario resulta complementario de una concepción social fundada en un principio abstracto de igualdad de derechos, porque para poder funcionar requería de la normalización de la vida de los individuos. La ley, en pocas palabras, sólo puede garantizar la libertad para los individuos normales. En tercer lugar, los mecanismos de la sociedad disciplinaria permitieron la formación de nuevos saberes que, a su vez, fortalecieron los mecanismos disciplinarios".






    La cárcel, pese a que fue muy criticada porque no alcanzaba su objetivo de reinsertar al delincuente se impuso porque formaba parte de un sistema general que dominó la sociedad europea del s. XIX. Por sí solo el modelo carcelario no se hubiese impuesto, pero forma parte de un todo, de un nuevo modelo general de sociedad. De ahí que la prisión se parezca tanto a las fábricas, las escuelas, los hospitales y los cuarteles


     Foucault introduce aquí el concepto de disciplina, entendiendo por ella una red de relaciones entre elementos heterogéneos (instituciones, construcciones, reglamentos, discursos, leyes, enunciados científicos, disposiciones administrativas) que surge con vistas a una determinada finalidad estratégica. 



       En el nuevo modelo, que incluye cárceles, escuelas, cuarteles, etc... lo que importa no es tanto la ley como la norma. La ley marca lo que está permitido y lo que no, mientras que la norma mide lo que es adecuado. La ley separa unos individuos de otros. La norma, por su parte, sirve para exactamente lo contrario, para homogeneizar, para que todos los individuos se asemejen unos a otros. En este sentido es como hay que interpretar esa nueva idea de cárcel en la que se busca corregir, adecuar y no castigar. Para alcanzar este objetivo el nuevo modelo se sirve de las siguientes técnicas (Edgardo Castro): 




     "En primer lugar, la distribución de los cuerpos en un espacio cuadriculado y articulado, definido en relación con una determinada función y ordenado en términos clasificatorios: cada preso en su celda, cada enfermo en su cama, cada alumno en su pupitre, cada empleado en su escritorio o junto a su máquina. 




    En segundo lugar, el control de la actividad mediante el horario y el ajuste de los comportamientos y gestos a la temporalidad de un proceso. 




    En tercer lugar, la organización genética del tiempo, mediante la segmentación de la temporalidad de un proceso y la serialización de actividades repetitivas y sucesivas. 




    Y, finalmente, la composición de las series temporales mediante una estricta línea de mando". 




    Cárceles, hospitales y escuelas tienen dos funciones fundamentales:


    a) Sujetar el tiempo de la vida al de la producción. Para ello se tiene a las personas continuamente ocupadas en actividades productivas, incluso aunque se trate de tiempo de ocio. 

    b) La función de control excede la socialmente establecida. No solo se enseña o se cura. En ellas se ejerce un control sobre el cuerpo, la sexualidad y las relaciones de los individuos. En este sentido escuelas, cárceles y hospitales determinan la normalidad y la norma. 

    El panóptico ejemplifica como la transformación de una civilización del espectáculo en una civilización de la vigilancia. Jeremy Bentham propuso el modelo de panóptico. En él había un torre central y las celdas a su alrededor en forma de anillo. Así, el vigilante desde la torre puede vigilar a los presos sin que estos lo vean a él. Ya que los presos no pueden saber cuando están siendo vigilados, se sienten vigilados permanentemente y acaban comportándose todo el tiempo de acuerdo con la norma. Así cada uno se convierte en el normalizador de sí mismo.  

     En el modelo de soberanía, donde el castigo era un espectáculo -ejemplificado con el tormento público de Damiens a mediados del siglo XVIII con el que empieza el libro-, es sustituido por el modelo de la vigilancia perpetua. 

 


miércoles, 6 de diciembre de 2017

La sociedad del yo.

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    Escribir el post sobre droga y hedonismo capitalista me hizo reflexionar acerca de las paradojas que encierra la sociedad del placer obligatorio y el conflicto psicológico, la insatisfacción y la frustración que esto genera. 

   En aquel post sostenía que uno de los dogmas de nuestra cultura es la felicidad individual a través de placer  (aquí). Esta cultura del placer obligatorio nos impulsa a satisfacer todos aquellos deseos que puedan proporcionarnos gozo. Pueden ser de naturaleza sentimental, sexual o material. Basta con que sean deseos deleitosos para que sintamos la necesidad de cumplirlos, ya que nuestra felicidad depende de ellos. Sin embargo, no siempre es posible y, enculturizados en el placer, no estamos preparados para encajar la frustración.

    En primer lugar, hay veces en que uno no alcanza su objetivo. Podemos desear ser un futbolista famoso o comer un helado de chocolate que nos apetece un montón. Habrá veces que lo consigamos y otras que no. Y como hemos aprendido que la felicidad individual es el sentido de nuestras vidas, la frustración llega a ser una verdadera fuente de infortunio. En lugar de aceptar que a veces las cosas no salen como uno espera, no alcanzar el objetivo nos hace desdichados. 

    Paralelamente, esta cultura del hedonismo nos ha hecho incapaces de renunciar a los impulsos inmediatos en favor de un objetivo superior. Nos ha hecho débiles, sin la menor capacidad de sacrificio. Y luego no entendemos las consecuencias negativas de nuestros actos. No somos conscientes de haber hecho nada malo, porque, a fin de cuentas, nos hemos comportado de acuerdo a un valor social universal. 

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    En segundo lugar, vivir en sociedad implica renuncia. Cada ser humano tiene sus propios intereses y sus propios objetivos. Con frecuencia, estos objetivos chocan con los de los demás. Pongamos, por ejemplo, una pareja de enamorados que tienen una relación formal que se prolonga en el tiempo. Tanto él como ella en determinados momentos se sentirán atraídos sexualmente por otras personas. Es algo normal e inevitable. Sin embargo, los dos renunciarán a satisfacer esos impulsos porque hacerlo podría dañar a su pareja y, por extensión, a la relación. Lo mismo sucede, por poner otro ejemplo, con la propiedad privada. Lo normal es que deseemos poseer cosas que pertenecen a otras personas. Pero no las tomamos sin su permiso porque la generalización del robo y el estupro convertiría la comunidad en un caos. La cultura de la felicidad obligatoria choca frontalmente con este principio básico de cualquier sociedad humana. Incapacitados para la renuncia, nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás y, lo que es peor, no somos conscientes de la contradicción que encierra una sociedad así. La felicidad humana pasa por la relación con sus semejantes, por la amistad, por el amor, por el sexo. Y todo esto implica el abandono temporal de nuestros intereses inmediatos. 

    Aunque sea lo esperable en el individualismo capitalista, no deja de sorprenderme el egocentrismo brutal que nos define como sociedad. Se han utilizado muchas expresiones para definirnos. La sociedad hedonista, la sociedad postindustrial, el capitalismo de consumo... Todas son acertadas, y todas desembocan en  otra nueva que creo que recoge perfectamente el espíritu de nuestros tiempos: La sociedad del yo. 

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Antropología de la droga VII: Fumadores y brujas.



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     Desde que a aquella ministra socialista se le ocurrió lo de no poder fumar en espacios públicos cerrados, he visto un paralelismo entre las brujas medievales y renacentistas y los fumadores. Ambos son fenómenos peligrosos, que no encajan en el sistema de valores de su cultura. Las brujas desafiaban el sistema moral basado en la religión adorando al diablo. Por tanto, habían de ser perseguidas, torturadas y quemadas vivas. Es lo esperable con todo aquellos fenómenos sociales considerados peligrosos. Como dice Mary Douglas en Pureza y Peligro, aquellos fenómenos que son culturalmente contradictorios o ambiguos son automáticamente rechazados. A medida que los seres humanos vamos creciendo y va pasando el tiempo, acumulamos gran cantidad de sugestiones atendiendo a los criterios que acabamos de señalar. De este modo vamos confirmando nuestros esquemas mentales -todo lo que no encaja es rechazado- y así, poco a poco, vamos construyendo prejuicios conservadores. Estos prejuicios nos infunden confianza y, cuando nos topamos con estímulos que no encajan en ellos, normalmente nos provocan sensaciones desagradables. Los individuos poseemos la facultad de cambiar o revisar nuestros esquemas mentales. Esta revisión es relativamente fácil a nivel individual, pero, según Mary Douglas, es mucho más complejo cuando se trata de cuestiones culturales, ya que cambiar de cultura es mucho más difícil que cambiar de opinión. Como es de suponer, cualquier cultura se enfrenta con cierto número de anomalías que no encajan bien dentro del sistema o esquema cultural común. Hay varias formas de enfrentarse a las anomalías. Generalmente las culturas tratan de modificar o adaptar esas anomalías para encajarlas dentro del sistema. Pero no siempre es posible. En esos casos, se consideran peligrosas y son perseguidas. Tal fue el caso de las brujas. En tanto que peligrosas, fueron perseguidas y quemadas en el fuego purificador de la hogueras de la Inquisición. 

     Salvando las distancias -en Occidente los castigos no son tan agresivos para el cuerpo- los fumadores padecen algo parecido. Son personas que insisten en una actividad que provoca enfermedades respiratorias y coronarias y que multiplica el riesgo de una muerte prematura. Todo un desafío al sistema de valores de nuestra sociedad actual, donde la salud se ha erigido en valor moral. (Si quieres saber más sobre la identificación de salud y moral puedes consultar este post: Droga II: Salud, estigma y persecución). De ahí que a los fumadores se les aparte de los lugares  públicos, se les oculte a los ojos de los niños -no se puede fumar a menos de quinientos metros de un colegio-, haya quien defienda que no se les atienda en la Seguridad Social, etc...