lunes, 28 de marzo de 2016

Don DeLillo: Cosmópolis.


    Desde luego, DeLillo no es un autor que deje indiferente. O lo amas o lo odias. No hay término medio. Yo lo amo.

    Cosmópolis no es Submundo ni de lejos, pero es una gran novela. 

    Cosmópolis cuenta un día en la vida de un exitoso broker que quiere ir a cortarse el pelo en su limusina. Por el camino tienen lugar una serie de peripecias y pasa algo que no quiero contar para no estropear el final.

    Como todas las obras de DeLillo, es una obra muy compleja. Hay tres aspectos que me resultaron fascinantes:

    1) El significado de la novela. Walter Kim, crítico del New York Times dijo de esta obra "Cuidado con la novela de ideas, particularmente si las ideas vienen primero y todo lo referido a la novela (como la historia) viene en segundo lugar". Supongo que es lo que piensas si no compartes el posicionamiento político del autor. No es mi caso. El tema de la novela es el de siempre de DeLillo: crítica al sistema, vidas alienadas a pesar del dinero, la relación entre poder y tecnología, etc... Eric, el protagonista, parecer tenerlo todo. Y sin embargo, no encuentra el sentido a nada y se pasa el tiempo haciéndose preguntas y tratando de llenar su vacío con cosas materiales y tratando a las personas como si fuesen artículos de consumo. En este vacío existencial, dilapida una fortuna, todo con una carga política, de crítica a un sistema que cosifica a las personas, que genera unas tremendas desigualdades sociales y que no logra dotar de significado a nuestras vidas. 

    2) El simbolismo. Si uno se queda en una lectura superficial, Cosmópolis es una chorrada. Pero en ella, como en la buena poesía, cada elemento es un símbolo que se abre. En primer lugar, está el viaje. Eric, el hombre que lo tiene todo, cruza la ciudad para cortarse el pelo en una vieja peluquería a la que iba cuando era niño. Es el retorno al origen, despojarse de todo lo material para buscar esa esencia que dote de significado a la vida. El viaje de la limusina es la búsqueda del sentido de la vida. Como no podía ser de otra manera, en el mundo capitalista globalizado, el trayecto se demora interminables horas en un atasco, otro símbolo de la humanidad actual. El viaje tiene lugar en una limusina, aislada del exterior por un equipo de seguridad, cristales blindados y en la que tiene todo lo que pueda necesitar, desde comida a un retrete. Otro símbolo del aislamiento humano en una sociedad en la que sólo cuenta el individuo. Y así sucede con cada uno de los elementos que configuran esta novela, hasta dotarla del misterio del mito. 

    3) La técnica narrativa. DeLillo es un escritor muy particular. No es fácil de leer. De hecho, a veces es un poco caótico. Uno no debe leer esta novela como si fuese un best seller, con una narración lineal que transcurre sin altibajos. Cosmópolis combina los monólogos interiores y el punto de vista pegado al personaje, con la narración tradicional, pero sin darnos demasiados datos acerca de lo que está sucediendo, de modo que por momentos el lector tiene la sensación de onirismo. No podía ser de otra manera. El descenso a los infiernos de Eric no podía ser contado de forma racional, porque el ser humano no lo es. Precisamente uno de los problemas del moderno capitalismo de consumo es el exceso de racionalidad, y Eric es una víctima de ello. De ahí que su retorno al origen se concrete formalmente en un estilo caótico, cercano al impresionismo.
    

Erving Gofmann: Estigma. La identidad deteriorada.



    Goffman es el máximo representante del interaccionismo simbólico. De ahí que en sus obras se centre en el modo en que se relacionan las personas en sociedad. En estigma, analiza las relaciones de las personas estigmatizadas, entre ellas y con los miembros normales de la sociedad.

    Lo primero que hace es definir estigma: es una persona que tiene algo, una característica, no tiene por qué ser física, pero normalmente es así, que hace que los demás se hagan un estereotipo negativo de él. Gente con deformidades físicas, expresidiarios, gordos, disminuidos físicos y psíquicos, etc... Según Goffman, el estigma es un proceso por el cual la reacción de los miembros normales de la sociedad ante el individuo estigmatizado deteriora su identidad, los hace percibirlos como personas de segunda. 

    Los estigmatizados se definen por oposición: ellos vs los normales.

    Gofmann no explica el por qué existe la estigmatización. Es un interaccionista simbólico,  así que se limita a cómo se relacionan.

   Los normales pueden rechazarlos, perseguirlos, o evitarlos. Pero también hay otros que tratan con tacto el estigma. Suelen ser situaciones violentas, con circunloquios, hacer como que no tiene consciencia del estigma aunque es evidente, etc... Otros pueden tratar el estigma como si fuese total, cuando es parcial. Por ejemplo, hablarle a gritos a un ciego.

   Por parte de los estigmatizados, es fundamental la aceptación. Ellos aceptan que tienen una tara y que es lógico que se los aparte y se los trate de forma especial. Muchos estigmatizados tratan de paliar esa tara, de hacer algo para reinsertarse en la normalidad. Por ejemplo, operaciones quirúrquicas, tratamientos psicológicos para los que han tenido enfermedades mentales, etc... Con frecuencia estos estigmatizados que han superado la tara, se dan cuenta de que la vida no era tan sencilla. Que ser normal no es la llave de lal felicidad. Entonces vienen las hipocondrías, las adicciones, etc... Hasta el momento habían focalizado su infelicidad en el estigma, este era la causa. Ahora que desaparece lo que pensaban que era la causa del estigma, deberían ser felices, pero no lo son.

    Los estigmatizados suelen asociarse y relacionarse entre ellos. Crear asociaciones y cosas por el estilo. 
   
      Esta cita resumme la relación entre personas normales y estigmatizados:
   La fórmula general es evidente. Pretendemos que el modo de actuar del individuo estigmatizado nos diga que su carga no es opresiva ni que el hecho de llevarla lo diferencia de nosotros; al mismo tiempo, debe mantenerse a una distancia tal que nos asegure que no tenemos dificultades en confirmar esta creencia. En otras palabras, se le recomienda que corresponda naturalmente aceptándose a sí mismo y a no­sotros, actitud que no fuimos los primeros en brindarle. De este modo se consiente en una aceptación fantasma, que proporciona el fundamento de una normalidad fantasma. Debe estar tan profundamente comprometido en esa actitud hacia el yo, definida como normal en nuestra sociedad, y hasta tal punto debe formar parte de esa definición, que ello le permita representar ese yo de manera impecable ante una audiencia ansiosa, que lo observa de reojo a la espera de una nueva demostración. Puede incluso ser llevado a unirse con los normales al sugerir a sus iguales que el des­ contento que muchos de ellos sienten es motivado por de­ saires imaginarios, lo cual, por supuesto, puede ser a veces cierto ya que las marcas de muchos límites sociales son tan tenues que permiten que todo el mundo actúe como si se los aceptara plenamente; esto significa que puede ser realista orientarse hacia signos mínimos quizá no intencionales. La ironía de estas recomendaciones no reside en el hecho de que se le pida al estigmatizado que sea paciente con los de­ más —nada menos que lo que se le impide ser—, sino que esta expropiación de su respuesta sea lo mejor que pueda ob­ tener. Si, de hecho, desea vivir en la medida de lo posible «como cualquier otra persona», y ser aceptado «por lo que realmente es», entonces, esta es la posición más sagaz, aun­ que se sustenta en una base falsa; porque en muchos casos el grado de aceptación de los normales puede acrecentarse si el estigmatizado actúa con espontaneidad y naturalidad totales, como si la aceptación condicional, cuyos límites se cuida de no sobrepasar, fuera una aceptación plena. Pero, por supuesto, lo que para el individuo es un buen ajuste puede ser aún mejor para la sociedad. Debemos agregar que la confusión de los límites es un rasgo general de la or­ ganización social; el mantenimiento de una aceptación fan­ tasma es lo que, hasta cierto punto, se pretende que mu­ chos acepten. Todo ajuste o consentimiento mutuo entre dos individuos puede verse fundamentalmente perturbado si una de las partes acepta en forma total la oferta de la otra; toda relación «positiva» se lleva a cabo bajo promesas de retribución y ayuda tales que la relación se dañaría si estos créditos se cobraran.

    Finalmente, Goffman señala que el estigma no es un proceso exclusivo de un individuo. Todas las personas tienden a ser estigmatizados y estigmatizadores en función de las diferentes situaciones sociales en las que se encuentre. 

Zygmunt Bauman: Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos.




    A veces un intelectual tiene una idea que utiliza como clave para interpretar el mundo. Tal es el caso de Zygmunt Bauman. En otro momento escribí al respecto:


    Zygmunt Bauman tiene una idea: la modernidad líquida. Y escribe tropecientos ensayos sobre lo mismo. Resulta curioso que uno de los bastiones intelectuales contra el capitalismo de mercado saque cada año un ensayo en el que repite una y otra vez lo que ya contó hace veinte años. Eso sí, con un título distinto, letra gorda, bien espaciada, para llegar a las doscientas páginas y poder colocarlo todas las Navidades en las estanterías de la FNAC. Esto no quita que tenga una visión muy lúcida de nuestra realidad contemporánea. Lo que critico es que nos venda lo mismo con distintos envoltorios para mantenerse en la pomada mediática y, de paso, forrarse. (aquí)

       
    En Amor líquido Bauman recurre a su idea clave para interpretar las relaciones interpersonales en la sociedad contemporánea -por amor él no sólo se refiere al amor romántico, sino que engloba todo tipo de relaciones afectuosas entre individuos, incluyendo hasta el racismo o el tema de los refugiados. En la modernidad líquida, la sociedad del capitalismo, todo cambia y nada es estable, porque así lo demanda el sistema. Hay que moiverse continuamente, para adaptarse a las necesidades del mercado y para desechar los productos que hemos comprado y adquirir otros. El sistema necesita que nos mantengamos en cambio perpetuo tanto como productores/trabajadares como como consumidores. Las relaciones humanas no iban a quedarse al margen de esta tendencia general. Nos agobia crear vínculos duraderos porque, por definición, se oponen al cambio continuo, a la continua adaptación. Si establecemos este tipo de vínculos, difícilmente vamos a estar preparados para mover nuestra residencia -y por ende nuestro proyecto de vida- para aceptar un nuevo trabajo en un nuevo país, para empezar de cero en función de las necesidades del mercado de trabajo. 

    Además, el amor se contempla desde la fría racionalidad del consumismo, como una inversión que tiene que dar resultados, obtener algo a cambio. Igual que cuando se va al centro comercial.

    El sexo suple al amor, porque es instantáneo, inmediato y no crea vínculos duraderos.

  Los hijos suponen un compromiso de perdurabilidad en el tiempo. Eso no encaja en la modernidad líquida, de ahí que la gente se lo piensa mucho, vengan las depresiones postparto, las crisis matrimoniales y todo eso. Los hijos también se contemplan desde la racionalidad del consumo. Son una inversión afectiva. Sacamos provecho de ellos, nos dan amor, nos sentimos queridos y se supone que cuidarán de nosotros cuando seamos viejos.

   Aunque la mayoría de las ideas no sean suyas, la parte en la que analiza la ciudad como elemento de la modernidad es de las más interesantes. Las ciudades actuales son el basurero de los problemas sociales mundiales. Los verdaderos individuos dominantes viven en espacios vedados a los demás. Para ellos, la ciudad sólo es un espacio donde satisfaccer sus necesidades. Los pobres tratan de acceder al centro para buscar sustento. pero en el centro molestan porque hay que verlos y ser conscientes de su miseria. Por eso se los expulsa hacia la periferia, donde no se ven, pero al mismo tiempo no hay que verlos.

    La política tal y como se ejerce hoy en día, difícilmente puede dar respuesta a los problemas a los que se enfrenta la sociedad actual. El mundo ya se mueve por cuestiones globales. Sin embargo, la política y la legislación siguen siendo un asunto local.

    En la ciudad se dan dos tendencias: el mixtifilia y la mixtifobia. El miedo a lo desconocido, el no saber cuál es nuestro lugar en el mundo, provoca rechazo a mezclarnos. Por eso las ciudades están llenas de fronteras físicas y simbólicas, espacios vedados donde no puede entrar cualquiera. Para los ricos, el gueto es el espacio en el que no quieren entrar. Para los pobres es el espacio del que no les dejan salir. Las ciudades están llenas de espacios intermedios que sirven como barrera, espacios llenos de cámaras, planos inclinados que no dejan pasar o sitios en los que es imposible sentarse. Pero al mismo tiempo hay una tendencia natural a querer mezclarse y en esta tensión vive la ciudad actual.

Steven Runciman: Historia de las Cruzadas, La Caída de Constantinopla y Vìsperas Sicilianas.



    ¿Por qué leer a Steven Runciman? Esta es la primera pregunta que me hice ahora que parece que a los historiadores lo único que les importa es la ecomía. Aún así lo hice, porque recordaba haber leído a algún escritor famoso en alguna parte que los libros de Runciman le habían acompañado en su infancia junto a Stevenson y Sabatini. Y fue una experiencia inolvidable. Me leí los tres tomazos de Historia de las Cruzadas, luego la maravillosa Caída de Constantinopla y, finalmente, las Vísperas Sicilianas. Y no seguí porque no hay más libros traducidos al castellano. 

    La modernidad ha cambiado la concepción de la historia. Hasta ese momento, los pensadores creían que el rumbo de la Humanidad dependía de las acciones individuales de grandes hombres, como Carlomagno o Julio César. Pero esa idea cambió y empezamos a estudiar la historia desde la sociología y la economía. En este sentido, Runciman es deliciosamente anticuado. Sus libros no cuentan cómo vivían los bizantinos o sicilianos, ni el modo es que se estructuraba la economía de estas comunidades. A Runciman le interesa un hecho determinado -la caída de Constantinopla, las Cruzadas o las Vísperas Sicilianas- y se fija en los grandes hombres que encabezaron aquellos hechos -generalmente nobles-. Nos cuenta lo que hizo tal o cual personaje y cómo estas acciones se fueron encadenando hasta desembocar en la toma de Jerusalén o la caída de la capital de Bizancio en manos de los turcos. Es una historia a la vieja usanza, de hechos militares, de intrigas políticas y algún que otro devaneo amoroso. Por eso aquel escritor recordaba a Runciman como un amigo de la infancia, porque las obras historiográficas de Runciman son novelas. El lector de novela histórica, que busca en la novela que le enseñen algo de historia al tiempo que se divierte -un error espantoso a mi parecer-, debería fijarse en la obra de Runciman, porque no necesita recurrir a tramas más o menos disparatadas, sino que nos cuenta lo que realmente sucedió, pero con la maestría de un novelista de oficio. Y no necesita tramas absurdas, porque la realidad con frecuencia es superior a la ficción. Lo que nos cuenta de las Cruzadas, las Vísperas Sicilianas o los últimos días de Constantinopla es absolutamente asombroso y resulta fascinante que todo eso no sea resultado de la imaginación de una persona. Quizá lo que pueda echar para atrás al lector tradicional de novela histórica es la ingente cantidad de personajes que pululan por estas tres obras. Pero debe ser así, porque en aquellos acontecimientos hubo mucha gente implicada y, además, le da un aire a la obra de novela coral. 

    Por todo ello, hay que leer a Runciman. Y aquí sí que se puede entrar para que te enseñen un poco de historia mientras te diviertes. 

miércoles, 23 de marzo de 2016

Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet)




Dos hermanos de clase burguesa se encuentran en una situación desesperada y necesitan conseguir dinero sea como sea: Andy (Philip Seymour Hoffman), un ambicioso ejecutivo adicto a la heroína le propone a su hermano Hank (Ethan Hawke), cuyo sueldo se va casi íntegramente en pagar la pensión de su ex mujer y su hija, dar un golpe perfecto: atracar la joyería que sus padres tienen en Wetchester, Nueva York. Nada de pistolas, nada de violencia, pero las circunstancias y el azar se conjugan para que nada salga según lo previsto. (FILMAFFINITY)


     Soberbia película de que podrían escribirse decenas de párrafos. Yo sólo voy a  dar cuatro razones por las que hay que verla:

    1. El tema. 
    Lumet se enfrenta a un tema de tragedia clásica. Si cambiásemos EEUU por Atenas, podriamos estar ante una tragedia Sófocles, Esquilo o Eurípides. Hay quien puede ver ecos shakespearianos, y algo hay porque no deja de ser una tragedia, pero la veo más cerca de los orígenes griegos porque sobre la historia planea la negra sombra del destino. En todo momento parece como si los personajes no pudiesen escapar de su propio destino de destrucción, como si fuesen simples marionetas en manos de los Hados. 

    2. La forma. 
    Como en toda gran obra, el contenido es forma y la forma es contenido. El destino trágico de los protagonistas aparece explicitado en la segunda escena. El atraco acaba mal. Lumet nos cuenta la historia de forma desordenada, de modo que la intriga se deriva más de saber cómo llegaron los personajes hasta aquel punto, que de saber cómo termina todo. Cada fragmento de película está concebido para explicarnos cómo llegaron a donde llegaron. Si me permitís la pedantería, en este sentido me recordó a Crónica de una Muerte Anunciada, de García Márquez, un autor que por otra parte no me gusta mucho. Pero le reconozco la maestría en el dominio de la técnica. Anuncia al comienzo de la historia la muerte del protagonista y nos cuenta los hechos de forma desordenada para crear ese ambiente de tragedia, de personajes abocados a la tragedia. Lo que en Pulp Fiction no es más que estética frívola, aquí tiene un sentido. 

    3. Los personajes.
    Esta es una película de dos. Hay secundarios, que son interesantes, pero los dos hermanos se los comen. Difícilmente puedo hablar de ellos sin hacer un spoiler, pero el hermano mayor, destrozado por la relación con su padre, atormentado, que siente que hay algo en él que no le permite encajar, es colosal. Y el menor, inocente víctima de una vida perra y una situación que se le viene enorme, no es moco de pavo.


   4. Las actuaciones.
    Todo esto que acabo de decir carecería de sentido si estuviese mal interpretada. Un mal actor te echa de la película, hace que no te creas lo que te están contando. De Seymour Hoffman creo que se ha dicho todo después de su muerte. Pero a Ethan Hawke, que iba para gran estrella, creo que no se lo reivindica lo suficiente. Y los dos están magistrales. 

The Grifters / Los timadores (Stephen Frears)



    Roy Dillon (John Cusack), hijo de una prostituta, se encuentra dividido entre el amor que siente por su madre Lilly (Anjelica Huston), una atractiva mujer que trabaja para un violento estafador, y su amante Myra (Annette Bening), que está dispuesta a todo con tal de alejar al joven de la influencia materna. (FILMAFFINITY)

    El tema de la película es un tópico, no sólo del cine o la literatura, sino de la vida misma: la rivalidad entre una suegra y su nuera por el corazón del hijo/esposo. Este tema lo llevamos viendo desde que el hombre es hombre y lo puede experimentar uno en su vida corriente. La diferencia entre nuestras vidas grises y el arte estriba en el modo de tratarlo y en los personajes que encarnan ese conflicto. 

   El triángulo de Los Timadores es de altos vuelos. Cada cual es un personaje más interesante y mejor interpretado. Angelica Huston encarna a una madre con una vida al margen de la ley que mantiene con su hijo una relación en el límite de lo que se consideraría el amor materno. Sin embargo, no se puede decir que sea una madre egoísta desnaturalizada, porque a su manera lo quiere. Es una mujer con una personalidad muy particular y una vida difícil y eso se concreta en una forma muy concreta de amar. 

    En el polo opuesto está Myra (Annette Bening), una prostituta/timadora a la que los días de vino y rosas se le han escapado. Ve en Roy (John Cusack) su última oportunidad de recuperar la vieja vida y se aferra a ello como una gata. En su camino se interpone Lilly, la madre de Roy, y esto las llevará a un duelo por el amor de Roy. Expresado de esta manera, puede parecer que Mary es una egoísta manipuladora, pero, aunque lo es, tampoco se puede decir que no quiera a Roy. Como Lilly, lo hace a su manera. Mención aparte merece su sensualidad. Con demasiada frecuencia el cine pacato obvia esta característica inherente a la prostitución. Aunque aparezcan prostitutas de alto standing, un velo cubre ese atributo que es imprescindible en esa profesión. Difícilmente se puede comerciar con el sexo si no resulta deseable. 

    Y en el centro del triángulo, el objeto de la batalla, está Roy, un timador de poca monta que se cree más listo de lo que realmente es. Una víctima de su propia inocencia y del amor de dos mujeres desviadas. 

    Por ahí he leído que Frears recurre a la multipantalla para exresar simbólicamente este triágulo. Divide la pantalla en tres y sitúa en el centro a Roy. No sé si lo hizo deliveradamente o si es casualidad, cosa de críticos que ven en la obra de arte más de lo que se propuso poner el autor ahí. Sea como sea, lo cierto es que es un acierto y Frears utiliza este recurso casi al nivel del maestro en él De Palma. 

    Como dije al principio de este post, la diferencia entre los episodios de nuestra vida gris y el arte está en los personajes y el tratamiento. En lo que respecta a esto último, creo que es uno de los mayores aciertos de la película. Si uno lee la sinopsis, puede pensar que se trata de una tragedia, como de hecho sucede con la mayoría de las historias que tratan un tema como este. Y es cierto que hay mucho de tragedia en la película, pero, si hay que adscribirla a un género, este sería el de la comedia negra. La película tiene un tono liviano, un toque humorístico, que no oculta la fuerza de las pasiones en conflicto, pero hace que la película transcurra de forma amable. 


martes, 22 de marzo de 2016

Boardwalk Empire (Terence WInter)



    Magnífica serie que contó con el espaldarazo de tener detrás a Martin Scorsese como uno de los productores y director del primer episodio, y a Steve Buschemi como protagonista absoluto. Sin embargo, creo que consiguió trascender la sombra de Scorsese. En cierta manera la serie vuelve sobre el tema que obsesiona a este director y sobre el que versan casi todas sus películas: auge y caída de un personaje que medra en un mundo social al que no pertenece por nacimiento. Boardwalk Empire gira en torno a la vida de Nucky Thomson, un personaje histórico, a caballo entre la política y el gansterismo que era el tesorero de Atlantic City. Pero la serie tiene cinco temporadas, lo que le permite detenerse más a desarrollar los personajes y las tramas, por lo que no creo que sea un remake o refrito de lo que venía haciendo Scorsese en cine. Además, a partir de un episodio en la vida de Nucky que tiene lugar en la segunda temporada -no lo desvelo porque no quiero hacer un spoiler- el guión incorpora un nuevo tema: el pecado y el castigo, que perseguirán a Nucky toda su vida. Es un tema que venimos tratando desde la Biblia, pero que, si se hace bien, como la injustamente desconocida en España The Shield- da muchísimo juego. En general la crítica opina que la serie pierde un poco en la segunda temporada, precisamente cuando incorpora este nuevo tema y yo no puedo estar en mayor desacuerdo. A partir de la segunda temporada, cuando se hace más violenta y Nucky deja de ser el chico amable pero oscuro que ayuda a la gente mejora muchísimo. Va increscendo hasta la última temporada en la que, en mi opinión, pierde un poco de ritmo con todos esos flashbacks para contarnos la infancia del protagonista. No digo que sean innecesarios, porque sin ellos no entenderíamos el significado de lo que sucede.

    Por lo demás, la ambientación es extraordinaria. Se nota que tuvo un presupuesto altísimo, porque está cuidado hasta el más mínimo detalle, lo que es de agradecer. 

    

Scalped (Jason Aaron y R. M. Guéra)



    Ahora que está tan de moda el neo noir gracias a series como True Detective o películas como Winter´s Bone no estaría de más recomendar este cómico, sobre todo para los amantes del género, e incluso creo que se podría hacer una adaptación cinematográfica que estoy seguro de que tendría mucho éxito. Scalped cuenta las vicisitudes de la construcción y apertura de un casino en el territorio de los indios lakota. Como es prescriptivo en el género, el ambiente es corrupto, ultraviolento, degradado y está poblado por seres que luchan entre ellos como lobos.

    A mí me gustó mucho, fundamentalmente por cuatro razones:

    a) El ambiente del que acabo de hablar. Además de que el neo noir es muy interesante, me parece un gran acierto que no se liimite a llevarlo al interior de Estados Unidos, con white trash viviendo en autocaravanas y traficantes de droga cutres. Mezclar el neo noir con el tema indio y sus reivindicaciones y su degradación es muy interesante y lo cierto es que Jason Aaron lo resuelve bastante bien.
  
    b) Relacionado con lo anterior, Jason Aaron no se limita a hacer un cómic de acción o intriga, sino que aprovecha el género para hacer crítica social. La historia de Caballo Loco le permite reflexionar acerca de la corrupción, la violencia y, sobre todo, de los conflictos culturales bajo los que siempre subyace el conflicto económico.

    c) Los personajes están muy logrados. No se limita a reproducir unos estereotipos como lamentablemente tiende a hacer con demasiada frecuencia el género negro, sino que cada uno tiene su historia, su pasado y una larga lista de cicatrices que los ha llevado a acabar donde lo han hecho. Incluso con los malos, Aaron tiene una mirada comprensiva, nada maniquea. No hay buenos y malos con fronteras bien definidas, sino que, como la vida misma, están llenos de aristas, matices y claroscuros.

    d)  El dibujo está perfectamente ensamblado. Un tema como el que toca no pedía un dibujo fino, con perfiles bien delimitados y la viñeta limpia. Todo lo contrario, y así lo entendió Guéra, que nos ofrece un cómic lleno de líneas, con trazos gruesos y que, en definitiva, da la sensación de suciedad en la que se mueve el mundo corrupto del casino y la reserva india.

    Es una pena que, por lo que parece, Scalped no está siendo el éxito de ventas que se preveía. Lo siento por los autores y la editorial, porque es una buena apuesta y creo que se lo merecían.

sábado, 19 de marzo de 2016

Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson)



    Texas, principios del siglo XX. Una historia sobre la familia, la avaricia y la religión. Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) se traslada a una miserable ciudad con el propósito de hacer fortuna, pero, a medida que se va enriqueciendo, sus principios y valores desaparecen y acaba dominado por la ambición. Tras encontrar un rico yacimiento de petróleo en 1902, se convierte en un acaudalado magnate. Cuando, años después, intenta apoderarse de un nuevo yacimiento, tiene que enfrentarse al predicador Eli Sunday (Paul Dano). Adaptación de la novela de Upton Sinclair "Petróleo", escrita en 1927. (FILMAFFINITY)

   Hay películas cuyo guión parece diseñado para el lucimiento del protagonista. Tal es el caso de Pozos de ambición. La historia se centra hasta tal punto en el protagonista que todo lo demás queda fuera de ella. El resto de personajes, y hasta me atrevería a decir que el argumento, no están allí más que al servicio de dibujar un personaje. Y esto lo aprovecha Daniel Day-Lewis, que lleva toda la vida muy preocupado por su reputación como actor y nunca acepta papeles que puedan resultar una tacha en su impoluta carrera. No tengo nada en contra de ello y además reconozco abiertamente que aquí hace un papelón. Si no fuese porque se come la pantalla, Pozos de ambición probablemente sería una película del montón. 
   Hay una escena que me parece maravillosa y que encierra el sentido de la película. El protagonista y el falso hermano están hablando. El falso hermano le dice que ya tiene mucho dinero, que por qué no vende todo y se va a vivir a una gran casa. Y el protagonista le responde que entoncés qué haría. Es como aquel poema de Kavafis de Ítaca, pero convirtiéndolo en una pesadilla. En ambos casos lo que importa de la vida no son los objetivos, sino el camino para alcanzarlos, aunque lo que es optimismo en el poema de Kavafis, es ambición demente aquí. Un personaje y una forma de entender la vida que representan perfectamente la ideología de Upton Sinclair. El capitalismo y los capitalistas necesitan crecer continuamente, aunque no sepan para qué. Daniel Plainview es el Amacio Ortega de principios del siglo XX. Odia a los hombres y solo quiere seguir hacia delante. ¿Cuántas veces no hemos pensado en lo que haríamos si tuviésemos el dinero que tiene Amancio Ortega? Pues seguir ganando más, obsesionarnos con seguir ganando, porque lo que mueve a esta gente y lo que les ha convertido en ricos a ellos y a nosotros no es la competitividad extrema, la ambición desmedida.  

En tierra de nadie (Danis Tanovic)



    Guerra de Bosnia, 1993. Dos soldados de bandos distintos, un bosnio y un serbio, se encuentran atrapados entre las líneas enemigas, en tierra de nadie. Un sargento de los cascos azules de las Naciones Unidas se dispone a ayudarlos, contraviniendo las órdenes de sus superiores. Los medios de comunicación no tardan en convertir el asunto en un show mediático de carácter internacional. Mientras la tensión bélica crece y la prensa espera pacientemente nuevas noticias, los dos soldados intentarán por todos los medios salir con vida de tal situación. (FILMAFFINITY)

    Gran película sobre la guerra de los Balcanes y, como toda gran película, trasladable a cualquier guerra civil que haya tenido lugar en la historia del mundo. Dos personas que se odian, incluso teniendo afectos en común, solo por haber caído cada uno en un lado distinto de la frontera. 
    Película bien llevada, rodada con cierta austeridad, que oscila entre la comedia negra y el drama. 
    Mención aparte merece la denuncia de la Comunidad Internacional, inoperante, hipócrita y que solo se mueve cuando unos medios de comunicación sin escrúpulos excitan las conciencias de la opinión pública. Quizá deberíamos tomar nota y hacer algo con lo que está pasando con los sirios. Digo yo.

Gattaca (Andrew Niccol)



   Ambientada en una sociedad futura, en la que la mayor parte de los niños son concebidos in vitro y con técnicas de selección genética. Vincent (Ethan Hawke), uno de los últimos niños concebidos de modo natural, nace con una deficiencia cardíaca y no le auguran más de treinta años de vida. Se le considera un inválido y, como tal, está condenado a realizar los trabajos más desagradables. Su hermano Anton, en cambio, ha recibido una espléndida herencia genética que le garantiza múltiples oportunidades. Desde niño, Vincent sueña con viajar al espacio, pero sabe muy bien que nunca será seleccionado. Durante años ejerce toda clase de trabajos hasta que un día conoce a un hombre que le proporciona la clave para formar parte de la élite: suplantar a Jerome (Jude Law), un deportista que se quedó paralítico por culpa de un accidente. De este modo, Vincent ingresa en la Corporación Gattaca, una industria aeroespacial, que lo selecciona para realizar una misión en Titán. Todo irá bien, gracias a la ayuda de Jerome, hasta que el director del proyecto es asesinado y la consiguiente investigación pone en peligro los planes de Vincent. (FILMAFFINITY)

    Uno de los problemas fundamentales a los que se enfrenta el cine de ciencia ficción es el paso del tiempo. Muchas veces la realidad avanza más rápido que lo que la mente pudo soñar. Además, los efectos especiales y visuales han mejorado muchísimo y muchas películas envejecen mal. No es el caso de Gattaca

   En lo que se refiere a la estética -los efectos especiales, etc- Gattaca fue muy sobria. No llenaron la pantalla de sorprendentes artilugios ni realidades virtuales. Sugiere el mundo del futuro a partir pequeños detalles, como máquinas que recogen las huellas, o paisajes hechos con maquetas. Los coches son como los de hoy en día, la ropa también y las casas lo mismo. En este sentido, me recuerda Black Mirror -o Black Mirror a Gattaca-: el futuro está en los pequeños detalles y la actitud en el mundo. Por eso envejecen bien. 

   En lo que atañe al contenido, la película tampoco ha sufrido el desgaste del tiempo. La ingeniería genética ha evolucionado, pero gracias a Dios el mundo no se ha convertido en un campo de experimentación con genes. Gattaca plantea -y denuncia- qué podría pasar si intervenimos genéticamente en la concepción humana. Es cierto que evitaríamos enfermedades, pero también estaríamos creando personas de primera y segunda categoría, los mejor diseñados y los peor -o simplemente los que no lo están-.

    Antes de terminar con esta reseña no me resisto a comentar el aire de nostalgia que me provoca esta película. No sé si es porque la vi siendo un veinteañero, si por la voz en off que nos cuenta la vida de un perdedor de la competición genética, si por en el personaje de Uma Thurman, esa imperfecta cuyo trabajo consiste en encontrar defectos en los demás, si porque el fracaso vital de Jude Law -el hombre perfecto que odia su vida- encierra en sí misma una tragedia, si porque la película tiene una atmósfera crepuscular, o por todo a la vez, pero aquí encuentro la belleza de la tristeza. 






Arizona Baby (Joel Coen)





H.I. (Nicolas Cage) y Edwina (Holly Hunter), una pareja que no puede tener hijos, pero que está dispuesta a formar una familia cueste lo que cueste, decide secuestrar a un bebé de una familia que acaba de tener quintillizos. (FILMAFFINITY)

    Hay películas que uno no debería volver a después de los treinta. La primera vez que vi Arizona Baby tendría once o doce años. No entendí nada y no me gustó. Solo era una extravagancia y me atrevería a decir que de mal gusto. Pasaron los años y me convertí en un postadolescente. La volví a ver y esta vez me pareció una gran película. No tenía argumentos para demostrarlo, más allá de que me sorprendía. Todo en ella me parecía muy loco y creo que esa era la única razón por la cual la consideraba guay, porque cuando se es adolescente y se tiene la necesidad de dar la nota, lo extraño y raro se convierte en una virtud. En otras palabras: para los postadolescentes lo raro es un valor estético en sí mismo. Pero pasa el tiempo y los gustos, los valores y los criterios cambian. La extravagancia ya no mola tanto y las cosas dejan de ser cools porque sí. Como diría Finkielkraut, abandonamos la cultura adolescente de los feelings. La experiencia estética se hace más reposada y, sobre todo, necesita cierto fondo. Y de ese modo volví a lo que pensaba de Arizona Baby cuando tenìa once años, cuando me pareció que era una mamarrachada con poco gusto. Quiere ser una comedia negra y, con tal excusa, presenta una colección de personajes absolutamente disparatados. No representan nada, ni son símbolos de nada. Solo son extravagantes y punto. Lo mismo sucede con el argumento, que presenta giros inconcebibles fuera del humor absurdo. Como ya no soy un postadolescente al que lo raro le parece un valor estético en sí mismo, la película me ha parecido una mierda con todas las letras. Afortunadamente los hermanos Coen maduraron y nos regalaron grandes momentos. Pero yo, por si acaso, no voy a volver a ver ni El gran Lebowski ni Muerte entre las flores

sábado, 12 de marzo de 2016

Una historia sobre por qué enseñar literatura.


   Carlos dice:

   -¿Profe, te gustaría escribir un artículo para la revista del instituto?

   Él mira a su alumno sin comprender. Le duele la cabeza y esto lo vuelve lento.

   -¿Un artículo?

   -Sí, profe. Como el que escribió la de filosofía, pero hablando de tu asignatura.

   Las palabras llegan tarde, abriéndose camino a través de la niebla de la jaqueca. Mira a Carlos, que, a su vez, le devuelve la mirada. Es un chico entusiasta, con esa fuerza vital de la juventud que da la curiosidad por las cosas nuevas. Sería una vileza no ayudarle.

   -Está bien.

   No vuelve a pensar en el tema. Pasa la tarde luchando contra sus propios fantasmas, los de la enfermedad y el dolor, y por la noche toma una medicina que le ayuda a dormir.

   Se despierta pronto. Ha tenido un sueño profundo y reparador. Toma la pastilla del tiroides, se ducha y desayuna unos cereales asquerosos con leche desnatada. Fuma el primer cigarrillo del día.

   Conduce hasta el instituto. A mitad de camino apaga la radio porque le aburre escuchar siempre las mismas cosas, las mismas opiniones, como si el precio del periodismo fuese una parrilla de veinticuatro horas de propaganda política.

   A primera hora tiene guardia. Miguel, su compañero, se ofrece a hacerse cargo de los alumnos de 3ºA. Él agradece el gesto de compañerismo y se encierra en el aula de convivencia. Se acuerda del artículo de Carlos. Saca una hoja en blanco y escribe la palabra “literatura”. ¿Por qué incluirla en los planes de estudio? ¿Por qué se dedica a esto y no a cualquier otra cosa, como albañil o charcutero, por ejemplo? Son preguntas existenciales que desazonan. Sólo plantearlas invita a una reflexión sobre la Cultura y la propia vida, y una respuesta honesta exigiría desnudar sus pensamientos, cosa que no está dispuesto a hacer de ninguna manera. Le gustaría encender el segundo cigarrillo del día, pero no puede, porque con la nueva ley antitabaco fumar en un centro de enseñanza está al nivel de pegar a una vieja o robarle los caramelos a un niño. Arruga la hoja en blanco con la palabra “literatura” y tira la pelotita a la papelera con un gesto de hastío. Saca de su cartera los ejercicios de los alumnos. Corregir es una tarea maquinal que no acarrea los riesgos de plantearse la propia existencia.

    Toca el timbre. Tiene clase con 4ºA, los de ciencias. Para sí mismo los llama “los chivatos”, porque les faltó tiempo para contarle al director de que él les llamaba “científicos asquerosos” y les acusaba de que su ordenada mente racionalista los incapacitaba para comprender cualquier manifestación artística. Es falso, por supuesto. No es más que un truco retórico para captar su atención. Ellos lo saben y el director también y la cosa no pasa de ser una simple anécdota. Hoy tiene que explicar el Modernismo. Reparte unas fotocopias con poemas de Baudelaire y dice:

   -Bueno. Esto no lo vais a entender porque sois científicos.

   El truco funciona. Los alumnos se ríen y le prestan atención. Hace un esquema en el encerado y les cuenta, salpimentando la explicación con chistes, que la revolución científica y la sociedad burguesa nos ha satisfecho las necesidades materiales inmediatas, pero nos ha condenado vidas insulsas y aburridas, atados al escritorio de la oficina y treinta años de hipoteca. Pero hay una salida al spleen, al tedio de vivir. Como nos enseñaron entre otros Schopenhauer, Nietzsche o Jung, mucho antes de esta espantosa época en la que reducimos las inconmensurables pasiones humanas al lenguaje de la racionalidad científica, los seres humanos trasmitíamos los saberes por medio de historias, cuentos, pinturas y música. Se viene arriba y en medio del frenesí de la explicación se sienta junto a una alumna y le pregunta:

   -¿Tú no notas el sentido oculto que hay detrás de las cosas? ¿No te emocionas al percibir cómo ese sentido se revela en el arte?

   -Yo me emociono con mi caballo corcoveando.

   A él, literalmente, se le descuelga la mandíbula. Él flipa con la literatura y la niña con un caballito haciendo piruetas. Este sería el momento del tercer cigarrillo. Pero ni el espíritu prohibicionista cuáquero de la Ministra de Sanidad puede con su entusiasmo docente. Trata de recomponerse y se dirige a otro alumno.

   -¿Y tú qué opinas?

   -Pues que eso del tedio de vivir es una chorrada. A mí, por ejemplo, me llena prepararme para el campeonato de remo.

   Hay una carcajada general, no por lo que ha dicho el crío, sino por la cara que se le ha quedado al profesor al oír que alguien ha encontrado el sentido de la vida remando. Llegados a este punto, ya sólo puede echarse a la droga o dejar que Baudelaire hable por sí mismo.

   -Por distraerse, a veces, suelen los marineros
   dar caza a los albatros, grandes aves del mar… -lee.

   Y termina:

   -El Poeta es igual a este señor del nublo,
   Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
   Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
   Sus alas de gigante le impiden caminar.

   Ahora hay silencio.

   -¿Qué os parece? –pregunta.

   -Está muy guapo. –dice alguien.

   -Sí, está guay. –corrobora otro.

   -Mola.

   -Es muy bonito. –dice una niña, porque siempre son ellas- A mí, a veces…

   Todos escuchan a la niña que cuenta cómo ha sentido que ese poema de Baudelaire hablaba de ella y, uno a uno, el resto de los alumnos perciben que algo los ha puesto en contacto con esas verdades universales de las que lleva hablando la literatura desde el Poema de Gilgamesh.

Y él ya tiene una razón que darle a Carlos por la que estudiar y enseñar literatura.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Camilla Lackberg: La princesa de hielo.



    Todo tiene lugar en un pueblicito pequeño. Una mujer asesinada, una escritora y un policía. Los tópicos del género para hacer la primera novela de una saga que ya va para nueve entregas.

    Por propia iniciativa no me hubiese leído esta obra ni de coña. No es mi tipo de novela negra. Pero circunstancias profesionales me obligaron a ello -malditos alumnos-.

   No me volvió loco. Me pareció una novela más, nada nuevo, una obra leída una y mil veces. Entonces me pregunté cuál es la razón por la que tiene tanto éxito la saga y he llegado a las siguientes conclusiones:

   Los personajes son estereotipos perfectamente identificables. El lector los reconoce apenas si ha leído un par de líneas, de modo que la lectura no requiere el más mínimo esfuerzo. Además están pensados para que el lector/a se identifique o sueñe con ellos. Están:

     a) La protagonista. Chica lista, pero insegura. Le cuesta embarcarse en relaciones amorosas y se come la cabeza con las mismas chorradas que la mayoría de la gente, como que hemos engordado, que envejecemos y se nos pasa el arroz para tener marido e hijos, o que hay ropa que nos queda mal. 

     b) El protagonista. Un hombre sencillo, jovial, al que ha abandonado su mujer. Le gusta el deporte, adora los niños y todo eso. Es un dejado, su casa está un poco sucia, porque ya se sabe que los hombres solos... También le preocupa que se le pase el arroz.

     Los dos parecen sacados de una comedia romántica. Ella podía hacerla Jennifer Anniston y él Patrick Dempsey.

   c) La vieja rica que domina el pueblo y es una buena harpía. Esta podía hacerla una Glenn Close que se abandonado a papeles por dinero.

   d) El borracho del pueblo. Pero este, fiel a la tradición romántica del artista maldito, es un pintor genial. Una vanalización total.

   e) El jefe capullo e inútil que siempre mete la pata y se apropia del trabajo de los demás. Además es un machista baboso. ¡Qué horror!

   f) La hermana maltratada y el cuñado maltratador. Estos son fantásticos, porque introducen un toque de conciencia social para que nos escandalicemos, etc... Bastante morbo, que al final es lo que mola.
  
    Etc...

    Y esto último me lleva al tema, que también está perfectamente escogido para triunfar -no leas más si no quieres encontrarte con un spoiler-.

    El tema: la pederastia. Mucho más morbo aún. Y cierto feminismo suyacente, que también está de moda. Con esto no quiero decir que no simpatice con las reivindicaciones de las mujeres, sólo digo que ahora está bien visto. Pederastia y feminismo, lo políticamente correcto. Ni siquiera tenemos que plantearnos ninguna cuestión moral, porque nos reafirma en nuestras convicciones. Insisto en que la pederastia es asquerosa y el machismo es una mierda, sólo quiero decir que estos temas no requieren esfuerzo y como opina lo mismo que nosotros, nos gusta porque estamos de acuerdo.

    De todos modos, tampoco puedo decir que la novela sea un desastre. Me la leí bastante ràpido y creo que a mis alumnos les va a gustar. Además tiene un punto bastante bueno. Se nota que Camilla Lackberg es de pueblo y conoce muy bien cómo funciona el tema ahí -yo también vivo en uno-. Que el móvil del crimen sean las apariencias y el qué dirán me parece que está muy bien traído y quizá sólo por eso merezca la pena leer la novela. 

   En definitiva: literatura de consumo. Gustará a los fans de la novela negra a los que les guste Patricia Cornwell o cosas por el estilo. A mí no.
   

martes, 8 de marzo de 2016

Fargo II (Noah Hawley)



Serie de TV de 10 episodios (2015). Segunda temporada. En 1979. en un pequeño pueblo de Minnesota, un inesperado giro de los acontecimientos perturba la vida de varias personas: el matrimonio Blomquist (Kirsten Dunst y Jesse Plemons) y el clan familiar Gerhardt de cuyo imperio intenta apoderarse un sindicato mafioso de Kansas City. Por su parte, el policía local Lou Solverson (Keith Carradine en la 1ª temporada) se hará cargo de la investigación de los hechos con la ayuda de su suegro (Ted Danson). (FILMAFFINITY)

   Los de filmaffinity no se cortan un pelo y le ponen un ocho con tres sobre diez. Casi nada. En otros post ya he criticado las puntuaciones de esta página, pero como soy un poco pavo siempre la acabo consultando.

   La segunda temporada de Fargo está bien. No sé si para tan buena nota, sobre todo si tenemos en cuenta que a Te querré siempre le han puesto un siete con cinco. Pero tengo que reconocer que me gustó mucho. Creo que no le sobra tanto metraje como a la primera temporada, la ambientación está cojonuda, la historia es sólida, ver a Ted Danson dándolo todo es un baño de nostalgia impagable, tiene ese toque hermanos Coen que a mí me gusta, la combinación justa de drama, thriller y comedia negra, y alguna que otra virtud que ahora se me olvida. Pero tiene un inconveniente que me dejó helado -si no la has visto, no sigas leyendo, porque esto contiene un spoiler-. 
  
    ¿Qué demonios es eso del ovni? Lo he comentado con varios amigos y las posiciones están encontradas. Desde los que dicen que les ha parecido un punto cojonudo, a los que pensamos que es una bobada que no viene a cuento. A mí me parece que pegote que se carga la serie de arriba abajo. A aquellos que me han dicho que les parece guay no les he oído ningún argumento que no fuese está guay porque es un punto cojonudo, me partí el culo... lo que es lo mismo que decir que les gustó porque sí. Mola porque mola, porque es guay y ya está. Cultura de los feelings, que diría Finkielkraut. A mí me parece un burruño porque que es injustificable. Si en medio de la pelea final entre el detective y el malo, cuando está a punto de morir el protagonista, aparece un ovni y así se salva, ya no me creo absolutamente nada de lo que me ha contado antes. Es una ruptura tan bestial de las leyes de la verosimilitud que todo se viene abajo como un castillo de naipes. Esta tendencia a meter un elemento de realismo mágico al final de una narración que hasta el momento se ha mantenido fiel al más puro realismo es una moda que está asolando el mundo anglosajón y francés. Ya lo dije cuando leí La fortaleza de la soledad de Jonathan Lethem. Que de repente aparezca un anillo mágico al final de una narración hiperrealista es una tomadura de pelo. Me da igual que esté de moda. También estuvieron de moda Los fresones rebeldes y no por eso dejaban de ser una mierda.

P.D. Ya sé que el ovni ya había aparecido al principio, cuando atropellan al mafioso tonto, pero no nos habían dicho que era un ovni. Podía ser cualquier cosa, desde un reflejo a sugestión. 

Tristram Shandy: A cock and bull story (Michael Winterbottom)



     No es una adaptación de la novela de Sterne. Es una suerte de narración metacinematográfica en la que nos cuentan una serie de anécdotas de una adaptación ficticia. 
    Habida cuenta que las dos últimas películas que había visto eran Ordet y Te querré siempre, necesitaba algo livianito con lo que relajarme. Tenía esta película perdida por casa. Puse el nombre en Google en busca de un titular sobre ella y leí "una comedia agradable, ligera, nada pretenciosa y muy entrentenida". Perfecto. Era lo que necesitaba.
    Pues no. Era el titular más engañoso que uno puede imaginarse. Este bodrio, además de aburridísimo, es de un pretencioso que avergüenza. Quiere reflejar el mundillo del cine, hacer metacine, metaliteratura y un rollo muy postmoderno, con un toque cool, que a lo mejor gusta a gafapastas que se quieren ir de guays -de hecho he visto a gente que le gusta-, pero a mì me pareciò una de las mierdas más gordas que he visto en muchos años. No me reí nada de nada, los personajes me parecieron o gilipollas o inverosímiles, y la trama un puto caos. No me importa que las películas sean caóticas, pero los gags y los personajes tienen que ser buenos. Esto es un desastre de tomo y lomo, una mierda y siento muchísimo haber perdido cien minutos en ver este cagarro. Sólo sirvió para que me entrasen ganas de leer un clásico de la literatura inglesa que aún no he leído.

lunes, 7 de marzo de 2016

Atrápame si puedes (Steven Spielberg)



Basada en una historia real. En los años sesenta, Frank W. Abagnale (Leonardo DiCaprio) era un joven y escurridizo delincuente que adoptaba diversas identidades (médico, abogado o copiloto de líneas aéreas). Carl Hanratty (Tom Hanks), un agente del FBI, tenía la misión de seguir su pista y capturarlo para llevarlo ante la justicia, pero Frank siempre iba un paso por delante de él. (FILMAFFINITY)

   Una de las críticas que leí de la película rezaba: "entretenimiento puro". Y eso fue exactamente lo que que encontré. Una película bastante bien contada -aunque tarda un poco en arrancar-, con actuaciones bastante dignas y, en general, de buena factura. El problema es que cuando aceptas el reto de la tradición, hay que estar a la altura. 

   Desde un punto de vista genérico, Atrápame si puedes es una película picaresca. Un personaje peor que nosotros se enfrenta a un mundo peor que el nuestro en una sucesión de trampas y engaños. En la tradición picaresca española, el servicio a amos es la aventura preferida. En la tradición anglosajona, hacerse pasar por rico para obtener beneficio. Spielberg es anglosajón, así que lo esperable era que hiciese -como hizo- una película en la que un pícaro trata de medrar socialmente haciéndose pasar por personajes de calidad. El problema está en que detrás de El Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache o Moll Flanders había reflexión social y filosófica. Eran obras que hacían reír, pero no sólo eso. El Lazarillo de Tormes explica la mala conducta de su personaje por cuestiones sociales. Lázaro obra mal porque es pobre y tiene hacerlo para sobrevivir. Lo mismo sucede en Moll Flanders. Moll hace el mal porque es una marginada. La diferencia entre uno y otra estriba en que el autor del Lazarillo no le concede a su protagonista el triunfo. Lázaro no acaba de rico hacendado en Virginia como Moll Flanders. La visión del autor del Lazarillo es mucho más pesimista que la de Defoe. Los hombres difícilmente pueden cambiar de estado. Por el contrario, Defoe es un calvinista convencido. Si los hombres obramos bien en la Tierra, Dios nos recompensará aquí. Por eso cuando Moll se convierte, Dios la reconoce y le hace rica hacendada. Guzmán de Alfarache propone la visión contrarreformista del hombre y la vida. El ser humano nace malo por naturaleza -el pecado original es expresado simbólicamente por medio del origen vil de Guzmán- y a los pobres no les está permitido cambiar de estado porque la España del S XVII era demasiado rígida para eso y, además, uno debe aceptar el lugar que Dios le ha asignado en este mundo. Defoe, que es un escritor precapitalista,  tiene que ofrecerle al ser humano el incentivo de poder medrar, ya que sin él, el capitalismo sería impensable. Mateo Alemán no lo necesita, así que le ofrece a su protagonista la única salida concebible para un escritor contrarreformista: la felicidad de Guzmán sólo será posible cuando renuncie al mundo y se vuelva hacia Dios. 
    Desgraciadamente, detrás de Atrapáme si puedes no hay ninguna reflexión como las que encontramos detrás de la narrativa picaresca tradicional. Simplemente es un curiosidad, contar la historia de un personaje extraño, que nos llama la atención, cuya vida nos mantiene entretenidos un par de horas, pero nada más. Una pena. Nos podrá gustar más o menos, pero Scorsese en El lobo de Wall Street sí plantea la pregunta del origen del mal y responde como un hombre del siglo XXI. Repito que es una lástima que Spielberg desaprovechase la oportunidad y se quedase en entretenimiento puro. No os aburriréis con su película, pero la olvidaréis igual que la habéis visto.