jueves, 8 de diciembre de 2016

El rol social y la frustración vital.



    Los roles sociales determinan nuestra forma de pensar y, por ende, nuestro comportamiento. Hablando de este tema en clase, a una alumna le surgió una duda. 

    -¿Pero eso no es frustrante? -preguntó.

    -Por supuesto que puede llegar a serlo. -contesté. 

Resultado de imagen de lord jim    Los individuos no tenemos por qué encajar en los moldes prefijados y la forma de pensar y de comportarse asociados a ellos. De hecho, la historia de la literatura está plagada de novelas, poemas y obras de teatro que hacen del conflicto entre la sociedad y el individuo su tema central. Hasta una novela aparentemente de aventuras como Lord Jim en el fondo trata sobre este tema. Conrad define a Jim en varias ocasiones como "uno de los nuestros", es decir, alguien que comparte nuestra cosmovisión y, en consecuencia, nuestro sistema de valores. Jim es un hombre del Imperio, al que se le supone la valentía y la entereza en los momentos difíciles. Pero Jim, al comienzo de la novela, es un joven inexperto, tiene miedo y comete un acto vil -abandona el barco que se hunde sin avisar porque no hay sitio para todos en el bote salvavidas-. Jim, como es "uno de los nuestros" siente que ha obrado mal. No se ha comportado de acuerdo a lo que se esperaba de su rol y por eso se pasa el resto de su vida tratando de demostrarse a sí mismo que no es un cobarde, que está a la altura de lo que se espera de su rol. 

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    Algo similar les sucedía a las mujeres decimonónicas en esa sociedad que negaba el cuerpo de la mujer. Cualquier pulsión sexual era considerada pecaminosa y las propias mujeres, educadas en ello, la consideraban una horrible tacha personal y la reprimían. Lo mismo hacían con cualquier iniciativa personal y aprendían su posición de sumisión al marido relegadas al ámbito doméstico. Esto era tan frustrante que provocó el fenómeno que en la época se conocía como mujeres histéricas. 

   Hasta hace nada lo mismo les sucedía a los homosexuales. Condenados a una sociedad de heterosexualidad obligatoria, en la que género, sexo biológico y comportamiento sexual están indisolublemente unidos, difícilmente encajaban en el rol de hombre o mujer. 

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Ejemplo de propaganda de la
heterosexualidad obligatoria. 
    No encajar en el rol, la desadecuación social puede ser muy dolorosa. En primer lugar, lo es a nivel social. Ser distinto, ser de una forma y comportarse fuera de la norma lleva indefectiblemente asociado el castigo en forma de marginación o cosas peores. Mis alumnos, que son adolescentes, al enfrentarse a esta realidad, en seguida sueltan tópicos como que a ellos les importa un pimiento lo que piensen los demás de ellos y que no van a cambiar su forma de ser por lo que digan de ellos. Pero esta reacción no es más que postureo adolescente, porque a pocas personas les importa más lo que piensen de ellos que a los adolescentes. Y no solo a ellos. No hace falta que te cosan en el pecho la A de adúltera como en La letra escarlata para disuadirnos de cualquier comportamiento o incluso cualquier pensamiento inadecuado. El ostracismo social, saber que vamos a ser repudiado por nuestros vecinos, por nuestros semejantes y hasta nuestra familia basta para mantenernos dentro de la norma. 


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Imagen de la película de La letra escarlata.
Se ve bien la A de adúltera cosida en el pecho.

   En segundo lugar, y mucho más doloroso que el social, está el nivel individual. Como hemos visto en repetidas ocasiones, la cultura determina nuestra forma de ver el mundo. En caso de que nuestra identidad, la que sea, no encaje en los roles de nuestra cultura, nos lleva a pensar que hay algo malo en nosotros mismos, que somos malvados, pervertidos, libertinos o lo que sea. Y esto deriva inevitablemente en el sentimiento de culpa y el tormento. 

    Como ejemplo de infelicidad y frustración en el rol en clase hablamos de los adolescentes. Todas las culturas segmentan el tiempo de la vida en categorías -lo que llamamos edades- y a estas categorías se asocian unos derechos y unos deberes, convirtiendo así estas categorías en roles. Un niño es un ser humano que carece de derecho de decisión sobre su cuerpo. Son sus padres los que toman las decisiones por él y él solo puede acatarlas. En caso de que, un poco más crecido, tenga alguna iniciativa, ha de pedir el permiso paterno para poder hacer cualquier cosa. A cambio, el niño tiene derecho a tener sus necesidades vitales cubiertas sin tener que trabajar por ellas. Solo por ser niño, los adultos cuidan de él y procuran que tenga todo lo que necesite. Por el contrario, un adulto tiene la facultad de tomar decisiones de forma autónoma y en relativa libertad, pero no tiene el derecho a que lo mantengan otros. En muchas culturas no existen categorías/roles intermedios entre estos dos. Uno es niño y cuando su cuerpo biológico ha madurado -las mujeres tienen la regla y a los hombres les salen pelos en las axilas y los genitales y los testículos comienzan a producir semen- se le somete a un rito de paso y ya se convierte en adulto. Así era en Europa hasta la revolución industrial -no recuerdo ahora el libro en el que lo leí-. Pero con la revolución científica se necesitó mucha menos mano de obra en las fábricas. Los niños, que hasta el momento habían trabajado allí, ya no tenían cabida. Se creó entonces una nueva edad, la adolescencia, en la que no se es ni niño ni adolescente. No se es niño porque el cuerpo biológico es maduro. Tampoco los gustos y las inquietudes de los adolescentes son de niño. Se entregan a romances y escarceos sexuales y sus charlas con frecuencia versan sobre temas adultos como el futuro trabajo, el cine, la música o las relaciones de pareja. Sin embargo, los adultos les negamos el acceso al trabajo, y por tanto a la libertad, e incluso sus movimientos siguen estando restringidos por el permiso paterno. Paralelamente, les exigimos que tomen decisiones sobre lo que será su futuro -qué estudiar- sin tener ni idea de cómo es el mundo laboral adulto. Y, por si no fuese suficiente, esa ideología calvinista de que hay que realizarse en el trabajo les mete aún mayor presión. Así las cosas ¿cómo no van a estar deprimidos, a ser rebeldes y, en definitiva, a estar amargados en su rol? La adolescencia es por definición un rol frustrante. 


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Adolescente, lógicamente, deprimido.

    Esto de la sanción social, el tormento y la culpa cuando uno no encaja en un rol me lleva al plano de la moral. Si uno es marginado y si se atormenta es porque siente que ha obrado mal o que es malo. En estos momentos estoy releyendo Los argonautas del Pacífico Sur y aquí hay una afirmación que se me había pasado por alto la primera vez que lo leí. Según Malinowski, Kant estaba equivocado. No hay imperativo categórico autónomo y universal por el que determinar si una acción o un pensamiento está bien o mal. Muy al contrario, para Malinowski el bien es lo que hacen y piensan los demás. El bien es, en este sentido, relativo. Por eso apartarse o no encajar en el rol social puede ser tan duro. Se nos margina porque se nos percibe como malvados y nosotros mismos nos atormentamos porque nos vemos así. La sociedad nos ha enseñado eso, aunque vaya en contra de nosotros mismos. 

    Yo no voy tan lejos como Malinowski y su relativismo moral. No creo que el determinismo cultural llegue hasta el extremo de negar la existencia de un bien objetivo. Es cierto que la cultura determina el modo en que percibimos un acto o un pensamiento, pero por encima de las culturas y los casos particulares sí lo hay un bien y un mal objetivo. La Alemania nazi es un ejemplo. Puede -y de hecho fue así- que dentro de esa cultura no se percibiese el genocidio como algo moralmente reprochable. Pero eso no quiere decir que no lo sea. Ambas posturas son perfectamente compatibles. La cultura determina la percepción de los hechos, pero por encima de ellas existen leyes generales. 

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