domingo, 18 de septiembre de 2016

4.3.3. Hijos.


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   Tener hijos y criarlos es una de las finalidades de la familia occidental tradicional.  Como sucedía con la idea de amor romántico, TODO ESTÁ MONTADO PARA LOS HIJOS. Hay cuentos y películas por todos lados en los que la familia feliz tiene un par de hijos rubios guapos y estupendos -a veces también un golden retriever-. La presión social para tener hijos es bestial. No solo las madres y las suegras que se mueren de ganas de tener un nieto, sino toda la sociedad. Hay pandillas de padres y madres y, si a alguien se le ocurre decir que no le gustan nada los niños, le miran como si fuese el señor Scrooge de Cuento de Navidad. Hace tiempo yo escribí un artículo en el que le explicaba a mi amiga Uxía por qué me cargan las madres (aquí) y hubo gente que se ofendió muchísimo. Cuando la gente me pregunta si tengo hijos y contesto que no, ponen cara de pena. Yo les explico que Ana y yo no tenemos hijos porque no nos da la gana, y sonríen y cambian de tema pensando qu mi problema es que soy un amargado. No lo sé. Tal vez lo sea. Pero lo que trato de poner de relieve es el modo en que la sociedad vincula la familia, los hijos y el modelo de felicidad. A mí no se me ocurre cómo uno puede ser feliz sin dormir durante varios años, aguantando preguntas tontas sin parar hasta los diez, sin que ese hijo que tanto quieres te haga ni puto caso durante la adolescencia, y gastándote un montón de dinero en él para que luego te meta en un asilo. Pero el caso es que por todos lados se respira esa idea de que los hijos son la llave de la felicidad. No lo sé. 

    En este artículo, más que centrarme en las estrategias que tiene la sociedad para convertir el vínculo entre matrimonio e hijos en una representación colectiva -eso podéis deducirlo vosotras con solo pararos a pensar un poco-, quisiera reflexionar acerca de la relación entre padres e hijos. 

   Los niños tienen el derecho a que los criemos. Hay que cubrir todas sus necesidades vitales, incluida las de afecto. Esto supone un trabajo inmenso: no dormir porque llora, llevarlo al médico, regañarle cuando hace cosas mal, gastarse mucho dinero en ropa y comida y el teléfono móvil, tener una habitación en casa para él, llevarlo a balonmano, fútbol o a lo que juegue el fin de semana, y un sinfín de cosas que me canso solo de pensar. Esta cantidad ingente de trabajo y gasto es una de las causas por las que en occidente cada vez se tienen menos hijos. Con todos esos cuidados, responsabilidades y gastos, una familia numerosa es casi impensable. 
 A cambio, los niños tienen que obedecer a los padres, mostrarles respeto y hacerse cargo de ellos cuando sean viejos y no puedan valerse por sí mismos. Asimismo, y esto no se suele reconocer, los hijos aportan al matrimonio una razón de ser y el sentido de la vida. La existencia del matrimonio gira en torno a la crianza de los hijos y de ahí que, cuando estos se emancipan, surja eso que llaman "síndrome del nido vacío", que es una suerte de depresión que pasan los padres cuando el niño se va y ya no saben qué hacer con su tiempo, porque se han acostumbrado a dedicárselo íntegramente a él.

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    Por supuesto, esta relación es totalmente cultural. 

- En las sociedades agrarias tradicionales los hijos son mano de obra. Cuantos más se tengan, mejor. De derecho a la crianza nada de nada. 

- En los kibbutz judíos, los hijos pertenecían a la comunidad.

- Entre los esquimales y creo que algunas tribus de indios norteamericanos, los viejos no tenían derecho a que sus hijos los cuidasen. De hecho, cuando ya no podían trabajar y se convertían en una carga para la tribu, se iban solos al bosque a morir de frío o que se los comiesen los lobos. 
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- En muchas culturas se da el avunculado. El avunculado es la costumbre de que el hermano de la madre sea el que tenga los derechos y obligaciones sobre el hijo de su hermana y no el padre biológico del niño. 

Diagrama que representa el avunculado.


- Etc.

    Y después de leer este artículo en el que he abandonado la distancia objetiva del científico y he dejado traslucir algunas ideas personales, espero que en clase haya mucho debate, porque, aunque yo no lo entienda, algo tendrá la maternidad. Si no fuese así, nos habríamos extinguido. No sé si es un instinto, una necesidad o satisfacción vital, pero lo que está claro es que hay algo natural, universal e inherente al ser humano que nos lleva a tener hijos.

jueves, 15 de septiembre de 2016

4.3.2. El amor.

    Si yo os preguntase con quién vais a casaros cuando seáis mayores, todas contestaríais "con el chico al que ame". Si yo insistiese un poco en el tema y os plantease otra alternativa como, por ejemplo, contraer matrimonio con un señor por el que no sentís ningún apego emocional, pero que tiene mucho dinero, todas os negaríais rotundamente y más de una torcería el gesto. Lo mismo haríais si os sugiriese casaros con un chico que apenas conocéis, pero que es hijo de unos amigos de vuestros padres, o con un tipo que posee unas veigas muy bonitas, pegadas a las de vuestras abuelas y que juntas harían un buen terreno de labranza. ¿Por qué? Hace un par de artículos os di varios ejemplos de personas a las que esta concepción del matrimonio hace profundamente infelices -adolescentes que no ligan, matrimonios que no cumplen las expectativas, solteros entrados en años, etc...-. Además, uno puede casarse con la persona a la que ama y ser muy desgraciado. Los dos se quieren mucho pero, sencillamente, el matrimonio no funciona. 
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Matrimonio concertado en La India.
    Esto de que el matrimonio está basado en el amor es una cuestión, como casi todas, cultural. Hasta me atrevería a decir que es relativamente raro. Hay muchas culturas en las que no es así. En La India, por ejemplo, aún es frecuente que los padres pacten los matrimonios. Ya os he hablado del ensayo de Stone donde explica que en Europa, antes del siglo XVIII, la familia no era el lugar del refugio emocional. Se vinculaban emocionalmente con personas fuera de la familia. El sexo dentro del matrimonio era para tener hijos y por cuestiones económicas. El amor pasional se consideraba una enfermedad (Tristán e Isolda, Petrarca, etc...). No es hasta mediados del S. XVII que se avanza hacia la idea que tenemos hoy en día del matrimonio: importancia del amor, los lazos emocionales, se glorifica el sexo dentro del matrimonda una peripecia muy curiosa: Hay una chica guapa pero humilde en el pueblo. Llega un tipo poderoso que la desea y la acaba violando. Eio y no fuera, la familia orientada al consumo, etc. En las obras de teatro de Lope de Vega con mucha frecuencia se sto supone un problema serio, porque la chica no está casada y la ha deshonrado. Ahora no habrá hombre que la quiera. Las obras de Lope son comedias, así que tienen que acabar bien. Hay que solucionar el problema de la violación. Y tampoco es cosa de recurrir a una venganza sangrienta, así que la solución es bien fácil: el violador rico se casa con la chica humilde y todos contentos. Final feliz en el siglo XVII. 

    Para explicar por qué os horroriza el final de las comedias de Lope es muy útil el concepto de Durkheim de representación colectiva. Según este sociólogo, todas las culturas imponen a sus miembros una serie de ideas que todos consideran evidentes más allá de toda duda. Son ideas que todos compartimos y que pensamos que son lógicas y naturales. Es, por así decirlo, la forma de pensar colectiva. Os pongo varios ejemplos:

    a) la salud es deseable. 

    b) violar y matar está mal. 

    c) la democracia es el mejor de los sistemas o, al menos, el menos malo. 

    En nuestra cultura todos creemos que estar sano es algo bueno y nadie en su sano juicio preferiría los padecimientos de la enfermedad a una salud de hierro. Lo mismo sucede con la violación y el crimen. ¿Quién diría que está bien que una pandilla de colegas varones se junten, vayan al pueblo vecino, maten a palos a los hombres y se lleven a sus mujeres como esclavas sexuales? ¿Y qué decir de lo de la democracia? Salvo algún que otro nostálgico del franquismo y cuatro skinheads, nadie piensa que se viva mejor bajo la bota de una dictadura que en democracia, por muchos defectos que esta tenga. Todos estamos de acuerdo en estas tres cosas que nos parecen obvias, más allá de toda discusión. Sin embargo, siento decir que son representaciones colectivas, ideas que nuestra cultura hace pasar por naturales, pero que en absoluto lo son. En ciertos grupos religiosos medievales la enfermedad era algo deseable porque consideraban que los acercaban a Dios; entre los yanomami, la guerra y la violación son una constante; y hay decenas de ejemplos históricos, muchos de ellos no tan alejados en el tiempo, que demuestran que una población puede preferir una dictadura a la democracia. Esto no quiere decir que yo desee que vuelva Franco, que me parezca bien el asesinato y violar mujeres y que me guste estar enfermo. En absoluto. Solo digo que estas tres ideas que consideramos evidentes más allá de toda duda, no lo están. Las percibimos así porque nuestra sociedad nos ha educado para ello, pero no tendría por qué ser así. Con todo esto lo que quiero decir es que las sociedades determinan nuestra forma de pensar sin que nosotros nos demos cuenta. Pensamos que tomamos decisiones libremente cuando en realidad no lo hacemos en absoluto. Cuando Sheila, dentro de unos años, se case con ese chico tan guapo y tan formal que conocerá en la universidad, ella estará convencida de que lo ha escogido a él como marido y no a otro por sí misma, sin estar condicionada por sus padres ni por nadie más allá de cualquier influencia en ejercicio de una libertad plena. Pero no es así. Sheila habrá decidido casarse con ese chico porque le hemos enseñado que tiene que casarse con el hombre al que ama y no con otro. 


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    Ahora viene la gran pregunta: ¿cómo consigue nuestra sociedad convertir el matrimonio basado en el amor en una representación colectiva? La respuesta es bien sencilla: 

             TODO ESTÁ MONTADO PARA EL AMOR.

    Pero todo es todo. Como no tenemos espacio ni tiempo para agotar la totalidad, recojo algunos ejemplos.

     1) La sanción moral de resto de la sociedad. Sois adolescentes y sabéis lo mucho que importa lo que los demás piensen de nosotros. Podría ponerme ahora políticamente correcto y decir que lo que de verdad importa es lo que uno piense de sí mismo y bla, bla, bla... pero todos sabemos que es mentira. Es una mierda, pero es así. Nos importa lo que los demás piensen de nosotros, y mucho. No me refiero a los desconocidos, sino a la gente que apreciáis y queréis. Imagináos a vosotras mismas contándole a vuestros padres, abuelos y amigos que habéis decidido casaros con Menganito, que no os gusta nada, porque tiene un pastón y vais a poder pasaros el resto de vuestra vida tiradas a la bartola. 
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¿Qué opináis de este matrimonio?

      La sanción moral de los demás es importante, pero no es la más porque, a fin de cuentas, es algo consciente. Dejamos de hacer tal o cual cosa por miedo a lo que los demás opinen, pero alguien con una personalidad muy marcada podría sobreponerse a eso. Lo que de verdad funciona es el inconsciente. Que la gente esté convencida de que su forma de ver la vida es la mejor.

     2) Aunque parezca increíble, la literatura y la televisión ejercen una influencia brutal en nuestra forma de entender el mundo y comportarnos. Pensad en la cantidad de películas en las que, tras una serie de aventuras, los dos protagonistas se casan. Pasan las de Caín, sufren, hay persecuciones, explosiones, peleas y, al final, como premio por haber superado todas esas aventuras, los dos protagonistas se enrollan y nos dejan intuir que comienzan un matrimonio para toda la vida. Lo mismo sucede en los cuentos tradicionales. Blancanieves, Cenicienta y todos esos que terminan con la parejita y el "fueron felices y comieron perdices". Y ya está. Te lo has ganado. Ahora ya solo tienes que ser feliz con tu mujer/marido. Has conseguido una familia amorosa, el paraíso en la tierra. Por supuesto no nos cuentan nada de lo que viene después de la noche de bodas. No te hablan de las inevitables discusiones, de que probablemente habrá momentos en que desees a otro, de verle haciendo sus necesidades en el baño, etc... No te hablan de nada de eso porque de lo que se trata es de transmitir la idea de que el matrimonio por amor es el objetivo deseable para cualquiera. 

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Esto es lo que viene después.

    3) La publicidad. Una forma de vender un producto es asociarlo a una sensación positiva. Pensad en la cantidad de anuncios que para colocarte su producto, aunque no tenga que ver ni remotamente con la familia, utilizan una parejita enamorada feliz como reclamo.

    4) Vuestros fines de semana. No digo que sea la única finalidad, pero una de las razones por las que los jóvenes salís de noche es para conocer gente y enamoraros. A mí las discotecas siempre me han parecido un mercado de carne. La gente bebe alcohol para desinhibirse y bailotean exhibiendo su cuerpo para atraer posibles compañeros sexuales y sentimentales -de hecho hay muchas semejanzas entre la danza y los ritos de apareamiento animal-. La luz está baja para disimular algunos defectillos físicos que pudiesen echar para atrás al posible compañero y nos emperifollamos para ofrecer una imagen lo más atractiva de nosotros mismos. Alguna de vosotras, que no quiera reconocer que busca pareja en la noche, aducirá que ella sale para estar con sus amigas, porque le gusta bailar o porque le gusta colocarse un poco. No niego que le gusten estas cosas, pero perfectamente podía hacerlo sin necesidad de ponerlas en relación con el ligoteo. Esa chica tan pudorosa que se niega a reconocer que busca novio podría perfectamente bailar en el salón de su casa, emborracharse un poco viendo la televisión o quedar con sus amigas en el paseo marítimo. Pero no. Lo hace en una discoteca porque, además de todo eso que le gusta hacer, a lo mejor pilla cacho. Y que quede claro que no me parece mal en absoluto que lo haga. Es de lo más normal y sano.


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Lo que yo os diga.

     Podríamos seguir con un montón de situaciones y costumbres en las que se evidencia que todo está montado para el amor. Pero creo que con estas cuatro queda claro y el artículo ya está quedando demasiado largo.