domingo, 31 de julio de 2016

¿Cómo seríamos sin cultura?

   
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    Después de lo que acabamos de ver, de la importancia que tiene la cultura en la conformación de nuestra identidad, surge otra pregunta: ¿cómo seríamos sin identidad cultural, es decir, sin cultura? 

 La respuesta a esta pregunta es compleja, fundamentalmente, porque no podemos experimentar para comprobarlo. Coger a un recién nacido, aislarlo durante toda su vida y observarlo sin que se entere no está bien, por mucha curiosidad que tengamos. Podemos imaginarlo, como hicieron en cierta manera Kipling o Edgar Rice Burroughs con Mowgli o Tarzán, pero eso no dejan de ser especulaciones, construcciones de la inteligencia que nunca se podrán comprobar empíricamente -como gran parte de la física contemporánea, por otra parte-. La respuesta más corriente y la que creo más convincente es que seríamos bastante parecidos a cualquier otro mamífero, dominado por el instinto y sin capacidad de reflexión.

    Hay algunos casos de niños que pasaron los primeros años de su vida aislados de cualquier contacto humano, pero son muy controvertidos, porque no sabemos qué nivel de aislamiento padecieron, si interactuaron con humanos al principio de su vida, si lo hicieron esporádicamente mientras vivían en el bosque y qué demonios pasó con ellos hasta que fueron encontrados e insertados en la sociedad humana. 

    El caso más famoso de niño salvaje es de Aveyron, en el sur de Francia. El 19 de Enero de 1800, en un pueblo del sur de Francia apareció un niño saliendo del bosque solo. Tenía en torno a doce años. Caminaba, pero no hablaba. En su lugar, emitía chilliditos agudos. Por supuesto, no tenía el menor conocimiento de limpieza o higiene personal. Estaba asqueroso y meaba y cagaba donde le cuadraba. Tampoco le gustaba la ropa, que se quitaba y rompía. Lo llevaron a un orfanato, pero se escapaba continuamente. Por lo que parece, el niño era normal desde un punto de vista biológico. No tenía ninguna tara, ni física ni mental -insisto que desde un punto de vista biológico-. Sin embargo, según los médicos de la época, en todo aquello que no tenia que ver sus necesidades básicas, era un animal. No era capaz de reflexionar, ni siquiera de tener ideas. Cuando trataron de convertirlo en una persona normal, el éxito fue bastante limitado. Aprendió a vestirse solo y a bañarse, pero solo aprendió un número muy pequeño de palabras y, por tanto, su capacidad para hablar era muy limitada. 




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Esta es la foto del niño salvaje de Aveyron
que aparece en la Wikipedia.

    De todos modos, hay que tener mucho cuidado a la hora de extraer conclusiones y generalizar a partir de casos como el del niño salvaje de Aveyron. No sabemos si tenía alguna tara mental que no fue detectada en su momento, si padeció algún trauma que lo dejó así o qué fue de él. Pero, sea como sea, podemos hacernos una idea de cómo sería la vida humana sin cultura. 

   P.D. Hay una película sobre el niño de Aveyron. Se llama El pequeño salvaje y está dirigida por Truffaut. Es casi un documental y está en blanco y negro, pero es un peliculón. 

    

Ejemplo de construcción de la identidad cultural: la locura.

   Esto son tres ensayos que escribí hace tiempo sobre la locura. Es un ejemplo de construcción social de la identidad. 



   Locura y enfermedad mental I: ¿Por qué los consideramos peligrosos y los marginamos?



    Como nos enseña Foucault en su Historia de la locura, tanto la salud y la enfermedad mental como su reacción ante ella están definidas culturalmente. 
    ¿Qué es un enfermo mental?
    Para definirlo hay que hacerlo de forma negativa: Un enfermo mental es alguien que no está 
    ¿Y qué es estar sano mentalmente?
    Pues tener la capacidad de llevar a cabo una vida en sociedad con normalidad. Es decir, estar sano es ser normal. 
    Lo que consideramos un enfermo mental es una persona que no puede llevar a cabo tareas sociales normales como trabajar, establecer relaciones personales o no suicidarse, fenómeno disfuncional desde un punto de vista social, como demostró Durkheim en un ensayo bastante aburrido.
    Enfermo mental es una de las formas de clasificación que tiene nuestra cultura de catalogar a aquellos individuos socialmente disfuncionales. Un maníaco depresivo es un enfermo mental porque no puede llevar una vida social normal. Es una carga para sus amigos y su familia porque su comportamiento no sigue las líneas que marca la sociedad para esos roles. Por su parte, un psicópata es un enfermo mental porque es incapaz de concebir que los demás tienen sentimientos. La empatía es el aceite del motor social. Para vivir en sociedad es necesario cierto grado de empatía, porque sin ella sería la ley de la selva. El esquizofrénico, otro ejemplo de enfermo mental, loco es porque no tiene identidad. Ve cosas que no son y cree que él es cosas que no es, de modo que su comportamiento es errático e impredecible. No puede ajustarse a ningún rol social sencillamente porque no los percibe. 



    Precisamente hoy en la radio escuché un programa muy interesante sobre el trastorno bipolar. Por lo que parece, ser bipolar consiste en alternar de forma aleatoria periodos de extrema exaltación con periodos de depresión profunda. Lo interesante del tema es que estos estados de ánimo son inducidos de forma endógena. Cualquier ser humano sano pasa por periodos de depresión y exaltación. Si tu equipo gana la liga o te toca la lotería, te pones contento. Su se muere un familiar, estás triste. Pero esto es predecible socialmente hablando, por lo que pasajero estado de ánimo no es disfuncional. En el caso del bipolar sus cambios de ánimo son aleatorios, de ahí que no puedan llevar una vida normal y que acaben solos y abandonados.
    Fijaos hasta qué punto la enfermedad mental es una de las formas de categorización de la disfuncionalidad social, que la pederastia o ser un asesino en serie han sido catalogados como enfermedades.
    Estos dos ejemplos me llevan a otro argumento:
    He dicho que la enfermedad mental es una de las formas que tienen las sociedades de categorizar o explicar los fenómenos disfuncionales. Otra forma es la criminalidad. Los terroristas o los violadores son socialmente disfuncionales. Pero no podemos tacharlos de enfermos. Sencillamente hablamos de criminales. Sin embargo, resulta curioso que hasta hace nada -y aún hoy en día sigue habiendo muchos casos- la reacción ante locos y criminales ha sido la misma: se los recluye en establecimientos que los mantengan alejados de la sociedad, cuya estabilidad amenazan con sus comportamientos disfuncionales.
    Esta similitud entre locos y criminales llega hasta el extremo de que muchas veces no sabemos cómo clasificar a un determinado individuo. ¿Un pederasta o un violador son enfermos o criminales En cualquier caso, sean una cosa u otra, son individuos que no se ajustan a los roles sociales preestablecidos. 

Asesino de Mariluz. Muchos lo tacharon de enfermo.
Breivik, neonazi que asesinó a numerosos jóvenes socialdemócratas.
La justicia se planteó juzgarlo como un enfermo mental y no como un criminal corriente.


    Otra prueba a favor de mi argumentación son las diferencias entre lo que se entiende por loco y criminal en una cultura o en otra. Entre los zambia o los griegos antiguos la pederastia no sólo era una práctica aceptada, sino que era lo esperable. Entre los soldados, en tiempos de guerra, la violación es una práctica común y a nadie se le ocurre tratar con bromuro a un soldado que, cada vez que toma un ciudad al asalto, viola a una mujer. No se le considera ni un loco ni un criminal por ello, y, si hoy en día se le piden cuentas a un soldado americano que violó a una irakí, es porque aplicamos las normas de la paz a situaciones de guerra. Esto es resultado de la revolución de los medios de comunicación, que conectan en tiempo real espacios de guerra a espacios de paz, de modo que podemos juzgar moralmente a un soldado desde la comodidad del sillón de nuestra sala. Pero esto es un fenómeno moderno. Los soldados rusos violaron a cuanta alemana encontraron a su paso cuando cayó el Reich y nadie les pidió cuentas por ello.
    Como decía, la reacción ante la enfermedad mental también es cultural. Para no enrollarme, basta un dato: entre cierta tribu de nativos norteamericanos los locos no sólo no eran apartados, sino que se los tenía en mucha estima porque se creía que la divinidad hablaba por su boca. 
    Y poco a poco vamos llegando al meollo de la cuestión:
    Mary Douglas en Pureza y peligro sostiene que todas las culturas consideran peligroso aquello que no encaja dentro del entramado de conceptualizaciones que es, en definitiva, una cultura. En algunas sociedades se aparta a las mujeres menstruantes porque durante este periodo no pueden mantener mantener relaciones sexuales ni concebir, Pierden, por tanto, su estatus de mujer. ¿Qué son entonces? Tampoco son hombres. Luego son peligrosas y se las recluye en una choza fuera de la tribu. 
    En una cultura con un marcado dimorfismo de sexual y genérico como la nuestra, ¿qué es un homsexual? Tiene sexo biológico masculino, pero inclinaciones sexuales propias del género femenino. En nuestra cultura tener pene implica, entre otras cosas, un determinado comportamiento sexual que consiste, exactamente, en introducirlo en una vagina. Pero un homsexual no usa su pene para eso. No hay por tanto, correspondencia entre su sexo biológico y su comportamiento sexual, luego se les margina y se les persigue. -Afortunadamente esto está cambiando poco a poco-.

Tradicional espacio reclusión para locos y enfermos mentales.


    Un enfermo mental no encaja dentro de los roles que ha prefijado la sociedad. Hasta hace nada, su reaccionaba ante ellos como con los criminales o los homosexuales: se les tiene miedo -son peligrosos- y se los margina recluyéndolos en manicomios. 
    Hoy en día, nos parece inhumano encerrar en un manicomio a los enfermos mentales, por lo que se los somete a ritos de paso que los reinserten, pero eso será tema del siguiente post, que esto ha quedado demasiado largo.

Locura y enfermedad mental II: Ritos de inserción.



    Como expliqué en el anterior post (Locura y enfermedad I), nuestra sociedad margina y considera peligrosos a los locos y enfermos mentales porque no encajan en los sistemas de clasificación y roles preestablecidos. En tanto que individuos que a los que no podemos clasificar, los locos son fenómenos liminales. 
     Mary Douglas en Pureza y peligro dice que las sociedades tienen dos reacciones posibles ante los fenómenos liminales: o bien se los margina, o bien los reinserta. La primera opción es la que se venía haciendo con los locos hasta hace relativamente poco y aún hoy en día sigue siendo la solución para casos considerados irrecuperables. Se aparta al loco de la sociedad encerrándolo de por vida en un manicomio. 


    La segunda opción es la que se prefiere hoy en día. Para ello existen lo que comúnmente se conocen como ritos de paso. Un adolescente, como el loco, es un fenómeno liminal porque no es ni niño ni adulto. Carece, por tanto, de estatus. En la mayoría de las culturas existen ritos de iniciación para estos individuos peligrosos que no encajan en ningún rol social. Pueden tener que matar un león, tomar unas drogas y hablar con la divinidad o lo que sea, pero siempre es un rito que sirve para reubicar al individuo dentro de un rol social reconocible -en el caso de los adolescentes, ya son adultos-. En este sentido, resulta muy curioso que los seres liminales,son considerados peligrosos por lo que sus ritos de paso siempre llevan asociado un desplazamiento espacial de los iniciandos para separarlos de la sociedad pura, de líneas y fronteras bien trazadas. 
    Joseph Campbell, en El héroe de las mil caras, estudió las representaciones simbólicas en la religión y el arte de los viajes iniciáticos. Un viaje iniciático es una representación simbólica en el arte y la religión de un rito de paso. Según Campbell, en nuestra sociedad occidental supermoderna e hiperracionalizada los cambios de estatus -o cambios vitales- son muy traumáticos porque carecemos de ritos de paso. Esto es cierto sólo hasta cierto punto, porque, por ejemplo, la mili era un rito de paso como un piano. En cuanto cumplías la mayoría de edad, te recluían en un cuartel, te rapaban la cabeza para identificarte como neófito y un sargento chusquero te tenía amargado todo un año -en los ritos de paso siempre hay un maestro iniciador-. Cuando terminabas, salías de allí hecho un hombre. Fijaos incluso en el detalle de que lo normal era esperar a hacer la mili para casarse y ejercer de cabeza de familia, rol por antonomasia del varón adulto.

Como a todos los neófitos, en  la mili te vestían de forma
distintiva para ser reconocidos como neófitos.

     Aunque los jóvenes españoles ya no van a la mili, sigue habiendo ritos de paso de variado tipo. Por ejemplo, la universidad. Esta experiencia suele implicar un desplazamiento espacial hacia otras ciudades, se recluye al estudiante en los edificios de los colegios mayores y las universidades y, aunque se le deja suelto los fines de semana para que se mezcle con el resto de la gente, suele hacerlo en compañía de otros estudiantes/iniciandos -los universitarios se juntan con los universitarios-. Cuando termina la carrera, se supone que ha aprendido el nuevo rol -un empleo- y puede ponerse a trabajar, que es lo que se espera que haga un adulto. 

Universidad, espacio de reclusión y apartamiento para los estudiantes neófitos.


     Evidentemente, los ritos de paso no están organizados por un poder oculto que mueve los hilos del mundo como Spectra. Dado que los cambios son inherentes al ser humano, son estrategias que surgen de forma natural para que, tanto el individuo como la sociedad, se adapten a esos cambios. Y del mismo modo los ritos de paso nacen, cambian, se reproducen y mueren para volver a nacer, y en esto es en lo que se equivocó Campbell. Ya no nos recluyen en una cabaña y nos tienen en ayunas durante una semana antes de soltarnos completamente drogados  en la selva para que encontremos nuestro tótem. Nuestra sociedad es mucho más prosaica y vulgar, de ahí que nuestros ritos de paso sean mucho más prosaicos y vulgares, pero eso no quiere decir que hayan desaparecido.
    Volviendo al tema del post, he demostrado en la anterior entrada que los enfermos mentales son disfuncionales, luego son liminales y por eso la sociedad los percibe como una amenaza. A los casos extremos se los aparta y margina. Hay varios modos de hacerlo:
    a) se les hace una lobotomía para que se queden como plantas y no molesten.
    b) Los inflan a pastillas para que se queden como plantas y no molesten.
    c) Se los recluye en manicomios para no tener que verlos y no molesten. 



    Pero no todos los casos son irrecuperables. Para estos casos no tan extremos, hay pequeños ritos de paso que ayudan a reubicarlos. Por ejemplo, ir al psiquiatra o a grupos de autoayuda. Merece la pena que nos detengamos en esto último:
    Imaginaos un grupo de autoayuda. En él hay yonkis, alcohólicos, ludópatas, maníacos depresivos o cualquier otro colectivo de enfermos sociales. Están allí todos juntos porque son fenómenos disfuncionales. Y están situados físicamente en un centro cívico, en la sede de alcohólicos anónimos o donde sea, pero siempre en un lugar que, aunque está físicamente emplazado dentro de nuestras ciudades, está simbólicamente apartado y no vamos la gente normal. Están allí para superar su tara, su condición de seres liminales y poder encajar dentro del sistema de posiciones sociales. Por supuesto, hay un sacerdote iniciador, que es el terapeuta, que suele ser un licenciado en psicología y que no es ni remotamente consciente del valor simbólico de la acción colectiva en la que está participando -de todos modos esto no importa, porque lo normal es que los participantes en cualquier ritual desconozcan el significado profundo de sus prácticas-. 



  

Locura y enfermedad mental III: De endemoniados a enfermos.



    Con esta entrada cierro esta serie de reflexiones acerca de la locura (1 y 2). 

    Supongo que conoceréis la archiconocida cita de Nietzsche de que Dios ha muerto. La cita, como todo Nietzsche, es muy rimbombante, pero algo de razón tenía, si con ella quería decir que vivimos el fin de la vieja sociedad teocrática en la que cualquier fenómeno se explicaba en función de una relación causal con una divinidad un tanto difusa, motor y agente de todas las cosas. Hoy en día el lugar de la religión lo ha ocupado la ciencia. En el siglo XII un loco era, sencillamente, un endemoniado. ¿Por qué? Porque no encajaba en el sistema de posiciones orquestado por la religión. Si no pertenecías a la sociedad de Dios, estabas con la del Diablo. La ciencia, entre otras cosas, provoca un tipo de sociedad obsesionada con la salud. La sanidad se institucionaliza, a los fumadores se nos hostiga, la gente acude en masa a los gimnasios y las actrices se someten a traumáticas operaciones quirúrgicas para pareces eternamente jóvenes sanas y lozanas. En este sentido, vivimos el cúlmen del materialismo. Mientras que nuestros antepasados adoraban la religión del espíritu, nosotros adoramos la del cuerpo. Entonces, siendo coherentes con el espíritu de los tiempos, un loco ya no es un endemoniado, sino un enfermo. Si no encajas en la sociedad de la salud, eres simplemente un enfermo, de ahí que individuos que en otros momentos históricos o en otras culturas hubiesen sido catalogados de iluminados, criminales o endomoniados, nosotros los subsumimos dentro la categoría de enfermedad. La ciencia y la salud es el principio rector de nuestra sociedad. Es mucho más cómodo tener una sola vara de medir, así que fenómenos tan dispares como la toxicomanía, la ludopatía, la pederastia, la esquizofrenia, el trastorno bipolar o la neurosis caigan todos dentro de la misma categoría "enfermedad mental" sean tratados por el mismo especialista -el psiquiatra-


viernes, 29 de julio de 2016

¿Hay algo universal en el ser humano?




  En el momento en que por primera vez entendí lo que era la neotenia, me surgió una pregunta: ¿Quiere decir entonces que el hecho de nacer incompleto supone que no hay nada universal en los seres humanos? ¿Si nuestro cerebro está vacío en el momento de nacer, hay algo que compartamos todos por el hecho de ser humano? 

   Es una pregunta difícil. Supongo que sí. En primer lugar, todos, salvo que nazcamos con alguna minusvalía, poseemos ciertas capacidades. Poseemos, por ejemplo, la capacidad del lenguaje. Todos podemos aprender a hablar. Otra cosa muy distinta es el modo en que lo hagamos, la lengua o lenguas que nos toquen en suerte. Si nacemos en Moaña, aprenderemos a hablar castellano, gallego y algo de inglés y francés en el instituto. Si naces en Londres, aprenderás inglés. Si lo haces en Pekín, chino. La lengua es una cuestión cultural porque es aprendida, pero la capacidad para hablar es universal. 


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Lenguas del mundo


  En segundo lugar, hay experiencias que son universales, como la reproducción -tener hijos-, la religión, la enseñanza o el amor. Parece que todos a lo largo de nuestras vidass pasamos o tenemos contacto con experiencias como estas.

    Hay otro universal que fascina a los antropólogos: el tabú del incesto. Casi en la totalidad del Mundo desde que tenemos datos, las relaciones sexuales entre padres e hijos y entre hermanos está prohibida o castigada. Se han dado muchas explicaciones de este tabú. Volveremos sobre él cuando nos centremos en la familia. 


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   Algunos psicólogos hablan de los arquetipos, que son una suerte de imágenes universales que nos llegan a los seres humanos desde el inconsciente. Joseph Campbell, en El héroe de las mil caras (aquí) analiza el mito del viaje iniciático. Las personas, a lo largo de nuestras vidas, cambiamos varias veces de estatus. Pasamos de solteros a casados, de niños a adultos, de vivos a muertos... Según Van Gennep, la vida de los seres humanos transcurre en una continua sucesión de etapas: nacimiento, pubertad, matrimonio, paternidad, progresión de clase, especialización ocupacional, muerte…. Asimismo, los individuos estamos sujetos a ciclos naturales, a ritmos ajenos a nuestro control, pero que afectan a nuestras vidas y a su organización, como los solsticios, las ceremonias de la luna llena… Todos estos cambios deben ser controlados por las diferentes culturas para que la sociedad no experimente ningún perjuicio, de modo que a dichos cambios se les asocian ceremonias que tienen exactamente la misma función: hacer que el individuo pase de una situación determinada a otra. Estas ceremonias son los ritos de paso. Así celebramos bodas, funerales o fiestas de graduación en las que la comunidad y el iniciando reconoce los derechos y las obligaciones de esa persona que se ha convertido en casado, muerto o graduado (1).


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Acto de graduación del instituto el año pasado.
Esta foto apareció en El Faro de Vigo.
Ahí podéis ver a algunos de vuestros antiguos compañeros.

    Estos ritos de paso tienen un correlato simbólico en el arte y la religión, y esto es lo que estudia Campbell en El héroe de las mil caras. Hizo un enorme estudio comparativo en millones de culturas y descubrió que en todas se contaban historias que hablaban de un personaje que cambiaba de estatus y todas tenían la siguiente estructura:

   A) PRIMERA SECUENCIA: LA PARTIDA.

     Primera función: El héroe vive en una pequeña sociedad aislada, al margen del gran mundo.

  Segunda función: Hay una determinada carencia en ese mundo. Esta carencia es simbolizada en algunos cuentos de hadas como la falta de un anillo o algún elemento robado, mientras que, en la visión apocalíptica, la vida física y espiritual de toda la Tierra se representa como la caída o a punto de caer en la ruina. Esta carencia simboliza la inadecuación de la persona al estatus social que está viviendo. El tiempo ha pasado, ha crecido y debe desempeñar un nuevo rol. Ya no puede realizarse plenamente en la vida que llevaba antes. Sin embargo, todavía no ha dado ningún paso para dejar atrás esta vida.

   Tercera función: El héroe es requerido para que lleve a cabo una determinada hazaña. Esto simboliza la necesidad del cambio. Se espera de la persona que viva de acuerdo a lo que la sociedad espera de él. El tiempo pasa, las vidas cambian y las sociedades tienen diferentes roles para los diferentes estadios y situaciones. El individuo no puede vivir al margen de los roles que las sociedades le imponen a lo largo de su vida.

   Cuarta función: El héroe, en primera instancia, se niega a realizar dicha hazaña. El cambio nunca es fácil. Supone dejar atrás lo conocido para adentrarse en un mundo en el que uno no sabe exactamente qué le espera. Los individuos se muestran en primera instancia reticentes al cambio.  

Quinta función: El héroe acepta y abandona la aldea. En última instancia, el individuo se ve obligado a cambiar de rol porque la inadaptación psicológica y cultural llega a ser traumática.


B) SEGUNDA SECUENCIA: LA INICIACIÓN POR MEDIO DE LAS AVENTURAS.

  Sexta función: El héroe recibe una suerte de ayuda sobrenatural, como en los ritos de paso suele haber maestros que transmiten a los iniciandos los conocimientos que les serán necesarios en su nueva vida. 

   Séptima función: El héroe lleva a cabo una serie de aventuras que lo preparan mental y físicamente para la gran prueba final. Se dan pasos físicos y simbólicos que aseguren la superación del estatus anterior.  

  Octava función: El héroe supera una gran prueba final, que simboliza la entrada definitiva en el nuevo estatus. Es el momento de la ceremonia ritual.


C) TERCERA SECUENCIA: EL REGRESO.

  Novena función: El héroe ha sido transformado por las aventuras y las pruebas de modo que la carencia inicial ha sido solventada. 

   Décima función: El héroe regresa a la aldea de la que partió para vivir más plenamente.  


    Pensad en la cantidad de historias que os vienen a la mente con esta estructura. No hace falta darle mucho al cerebro para que os vengan unas cuantas: El señor de los anillos, Jesús de Nazareth, El Quijote, Ulises, la horrorosa novela de Noah Gordon El médico, la nefasta trilogía de Los juegos del hambre, y un etcétera casi infinito. 

   Fascinante, ¿verdad?

   Pues sí y no. Decir que la capacidad del lenguaje, el amor, el tabú del incesto o la religión son universales humanos tampoco explica mucho. Todos podemos llegar a hablar, pero la verdad es que el castellano y el chino se parecen bien poco. Y lo mismo sucede con la religión, por ejemplo. La necesidad de trascendencia y de explicar de alguna manera el sentido de la vida parece universal, pero comparad cómo lo hacen los budistas y cómo lo hacían los vikingos. Los cinco preceptos de la ética budista son no tomar la vida de nadie, no tomar lo que no me pertenece, no tener una conducta sexual dañina, no decir mentiras y no consumir intoxicantes. Por su parte, los vikingos tenían que morir con la espada en la mano, matando gente para poder ir al banquete de Odin. Además, se colocaban bastante para ir al combate y, si no recuerdo mal, algunas de sus ceremonias religiosas incluían tomar setas alucinógenas, lo que con frecuencia derivaba en una pequeña orgía. 



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Escena de la serie Vikings


   Incluso el amor, como hemos visto en artículos anteriores, es un sentimiento que depende de la cultura. Le Breton demostró que hay una base fisiológica para los sentimientos -una serie de reacciones químicas-, pero estas reacciones químicas son tan vagas que apenas si provocan nada en el individuo si no están tamizadas culturalmente (aquí). 

    Lo mismo sucede con el mito del viaje iniciático. La primera vez que leí a Campbell me quedé alucinado y pensé que aquello lo explicaba todo. De repente había encontrado una estructura narrativa que se repetía en los cinco continentes en culturas entre las que no había habido contacto alguno. Era increíble. Empecé a investigar un poco y llegué a Jung y sus arquetipos. Pero me he hecho mayor y me he dado cuenta de que realmente un arquetipo no explica todo. Es cierto que el mito del viaje iniciático se puede encontrar en millones de sitios, desde La Odisea a Star Wars, pasando por La Biblia o el Lazarillo de Tormes. Pero realmente eso dice muy poco, porque el significado de Star Wars y La Biblia son radicalmente distintos. Y hasta me atrevería a decir lo mismo de los ritos de paso. Es cierto que en todas las culturas se cambia de estatus, pero lo importante no es eso, sino qué significa ser adulto, soltero o muerto en ellas. Con esto no quiero decir que Van Gennep o Jung no hayan aportado nada. Todo lo contrario. Han aportado y muchísimo. Lo que quiero decir es que, si quiero contestar a esa pregunta con la que abrí esta sucesión de ensayos -¿quién soy yo?- no puedo quedarme con los universales. Ese es el punto de partida. Luego hay que explicar qué significa ese universal concreto en el contexto cultural en el que estoy y, finalmente, qué significa eso para mí. 

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(1) Si te interesa saber algo más de Van Gennep y los ritos de paso, pincha aquí
   Victor Turner los explica de otra forma aquí.