domingo, 17 de abril de 2016

Emmanuel Carrère: El reino.



    No sé si es una novela colosal o una fantochada. A mí me gustó. Me lo pasé muy bien leyéndonla. Me la leí de un tirón -y eso que es un tocho de cuidado-. Pero no sé si eso basta. Que entrentenga no es suficiente para calificar algo de obra de arte. La serie Perdidos me entretuvo muchísimo y no se puede decir que sea arte de ninguna manera. 
   
    ¿Y qué decir de El Reino? Pues que es cien por cien Carrère. Como dijo Isaac Rosa, El Reino responde a "lo que podríamos llamar la “fórmula Carrère”, esa escritura personal que desde El adversario convierte sus libros en irresistibles: una bien medida mezcla de no-ficción, metaliteratura soft y autobiografía, aliñada con un ligero ensayismo, algo de humor y un estilo fluido y llano, intencionadamente alejado de la preocupación estilística de un Echenoz o un Michon. "

    Las primeras cien páginas cuenta una parte de su vida en la que pasaba por una crisis vital -un matrimonio desgraciado- y se convirtió al catolicismo. Poco a poco va perdiendo la fé y al final lo abandona. Esta parte es de una sinceridad brutal y a mí hasta había momentos en que me resultaba violenta. Un escritor siempre es una persona vanidosa. Por lo menos lo suficiente como para pensar que lo que tiene que contar puede interesarnos a los demás. Pero hablar de sí mismo como lo hace Carrère es casi pornografía. Se abre en canal ante el lector sin hacer un ejercicio de autocensura o estilización de la propia vida -o al menos eso parece-. Al mismo tiempo, Carrère cuenta su vida pasada desde un presente distinto. El Carrére que cuenta su conversión al catolicismo no es el mismo que se convirtió. Ha perdido la fé y por eso lanza una mirada distinta. En esto me recuerda mucho a Guzmán de Alfarache -no creo que estuviese en mente de Carrère la obra de Alemán, pero el paralelismo es evidente-. En Guzmán de Alfarache, un Guzmán viejo echa la vista atrás para contarnos su vida. El Guzmán del presente ha cambiado, ha sufrido una conversión religiosa y por eso puede contemplar el pasado desde la distancia, como si fuese otra persona, y soltarnos reflexiones religiosas y morales que censuran lo que hizo. El Reino es como si pusiésemos un espejo sobre esta técnica narrativa. Lo que está en la izquierda se ve en la derecha y viceversa. No es un Emmanuel Carrère convertido el que reflexiona sobre su pasado impío, sino justo al revés. Y por eso puede lanzar una mirada distante, cómica consigo mismo y hasta por momentos sarcástica. En mi opinión, este el mayor acierto de la primera parte del libro: la capacidad para analizarse a uno mismo desde la distancia cínica, de reírse de sí y no tomarse demasiado en serio. Lo que pasa es que no sé si me lo creo. Como dije, los escritores son muy vanidosos y no sé hasta qué punto es pose.

    La segunda parte del libro, que es con mucho la más extensa, cuenta la vida y obras de los primeros católicos, en concreto Pablo de Tarso y el evangelista Lucas. Carrère lo hace desde la perspectiva del investigador, no del religioso. La consecuencia es que nos da una visión profana, casi científica, de lo que pudieron ser estos primeros pasos de la religión que dominó el mundo durante veinte siglos. Pablo, Lucas y compañía no son santos que hacen milagros movidos por una fervorosa fé, sino estrategas, intrigantes, hábiles políticos, etc... Esto no es nada original. En todo momento tuve en mente a Marvin Harris, que, como Carrère, sostiene que Pablo de Tarso convirtió en religión un movimiento revolucionario político contra el colonialismo. La diferencia entre Marvin Harris y Carrère es que el antropólogo compara el cristianismo con los cultos Cargo y los pone en relación con cierta tendencia de las culturas oprimidas a convertir los movimientos políticos emancipatorios fracasados en movimientos mesiánicos. Carrère construye personajes.

    Aún así, a pesar de los dos palos que le acabo de dar a la novela, tiene dos virtudes por las que no me arrepiento ni lo más mínimo de haberla leído y hasta recomendaría a casi todo el mundo que lo hiciese. En primer lugar, como ya dije, es muy entretenida. Y en segundo lugar, me hizo pensar mucho sobre la fé, mi relación con la religión y el sentido de la vida fuera y dentro de ella. No es poco. Sólo por eso merece la pena. 

1 comentario:

  1. Me la apunto. Con "El adversario" me pasó lo que comentas, que la leí de un tirón, pero veía pegas a esa mezcla de ficción y biografía. Como bien dices, un libro que atrape de principio a fin siempre es recomendable.

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