viernes, 6 de noviembre de 2015

Acerca del relativismo lingüístico




    Ahora que cada día nos levantamos con noticias de Cataluña  y parece estar en boca de todos ese mantra de la identidad cultural, hay algunas cosas que deberíamos dejar claras. Con frecuencia escucho a mis alumnos que debemos dar asignaturas en gallego porque es la lengua propia de Galicia y que eso determina nuestra forma de entender el mundo y nos convierte en un pueblo distinto y especial. Evidentemente, esto no es algo que se les haya ocurrido a ellos solitos, sino que lo han oído por ahí, a políticos, a otros profesores o en casa. Vaya por delante que creo que debe darse clase en gallego, catalán o vasco porque hay gente que lo habla y, por tanto, tiene derecho a ser educado en la lengua que le dé la gana. También creo que, aunque un alumno no hable esa lengua, el sistema educativo debe asegurarle el derecho a conocerla en un futuro y decidir si quiere hacerla su lengua vehicular o no. Pero por lo que no paso es por ese tópico que se ha extendido tanto y que la mayoría de la gente acepta sin la más mínima reflexión de que la lengua configura la forma de pensar y, por tanto, la identidad personal. Por eso escribo este post, para dejar claras algunas cosas acerca del relativismo lingüístico.

    La hipótesis del relativismo lingüístico planteada por Sapir y desarrollada por Whorf viene a decir, resumiendo y simplificando un poco, que la gramática no es un instrumento para expresar ideas, sino que diseccionamos la Naturaleza siguiendo líneas que nos vienen indicadas por nuestras lenguas nativas. La realidad es un flujo caleidoscópico de impresiones que tiene que ser organizado por nuestras mentes y esto lo hacemos a través de las lenguas. Para Sapir y Whorf, las lenguas son, en suma, instrumentos de categorización de la realidad. De todos los fenómenos que percibimos, extraemos una serie de características comunes para agruparlos en la abstracción de la palabra que, a partir de ese momento, designará a ese conjunto de fenómenos. Así, de todos los fenómenos posibles, hemos extraído las características “cuatro patas” y “sentarse” y le hemos otorgado la palabra “silla”; dos líneas rectas que se cortan son la palabra “cruz”; y un ser humano con apenas unos días de vida es un “bebé”, que se opone a uno con pocos años –“niño”-, al que está en la etapa de transición entre la vida infantil y la adulta –“adolescente”- y al que ha superado esa etapa y que clasificamos bajo la categoría “adulto”. Una lengua que no posea la categoría “adolescente” no puede oponerla a “adulto” y, entonces, no podría hablar de una etapa conflictiva en la vida del hombre. En consecuencia, una determinada lengua implica una determinada visión del mundo. 





    Pero todo esto es falso. Primero, porque esta teoría, al distinguir el funcionamiento de la mente humana en función de la lengua del hablante, sostiene que los individuos tienen capacidades intelectuales diferentes según su idioma -y seguro que ninguno de vosotros está de acuerdo con una idea tan reaccionaria y racista. 
    También es falso porque, como nos enseñó el profesor Boas -que, por cierto, Sapir era su discípulo-, no existe correlación entre raza, lengua y cultura, ya que puede darse cambio de de lengua y de cultura y no de físico, como en los negros llevados como esclavos a Norteamérica; cambios físicos y de cultura, pero no de lengua, como la población magiar; cambios de lengua y no físicos, como los árabes del norte de África; y cambios de cultura y no de lengua ni físicos, como nos enseña la historia porque la forma de vida de un gallego del siglo XII y la mía no se parecen mucho.
    Y todo esto por no hablar de las teorías de Chomsky o Anna Wierzbicka, al menos tan defendibles desde el punto de vista intelectual como Whorf, que sostienen y demuestran empíricamente la existencia de una lengua universal.
    Sin querer extenderme más, recojo un argumento de Marvin Harris acerca del relativismo lingüístico: los hopi de Sapir y Whorf tenían una flexión verbal distinta a la inglesa y, por tanto, concebían el tiempo de una forma diferente. Pero no era la lengua la que determinaba la percepción de la realidad, sino al contrario. Si a alguien se le ocurriese poner a trabajar a un hopi en una fábrica con un reloj en el que se indicase la hora de salida, rápidamente el hopi desarrollaría en su lengua estrategias para expresar el tiempo. Así que, en conclusión, no es la lengua la determina unilateralmente la percepción de la realidad, sino que, al menos, ambas se retroalimentan.



      

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