domingo, 25 de octubre de 2015

Finkielkraut: La derrota del pensamiento.



    Hay dos formas de entender la sociedad y la cultura. La primera es la que arranca con la Ilustración y cristaliza en al Revolución Francesa -Rosseau y su Contrato Social-. Los hombres nacen libres y, en virtud de esa libertad, se asocian para vivir mejor. De esa asociación de hombres libres surge lo que conocemos como sociedad y su consecuencia que es la cultura. Una ley o una costumbre es buena o mala en tanto que mejore o empeore la vida de los hombres. Por eso los jacobinos le cortaron la cabeza al rey. Porque la monarquía absoluta entorpecía la felicidad de la mayor parte de los hombres que formaban aquel contrato social. El hombre nace ignorante y la cultura es todo aquello que le ayuda a salir de la caverna o, lo que es lo mismo, nos acerca a la Verdad. La cultura es ese ideal universal que hace progresar a los hombres libres a una sociedad mejor. 
    Frente a esa concepción racionalista de la cultura, surge, en el siglo XIX, de la mano de Herder, la reacción nacionalista. La cultura ya no es la construcción artificial de los hombres libres, sino un producto natural de la tierra. Según Herder, cada pueblo tiene su propio espíritu. El Volksgeist determina la forma de entender el mundo de los miembros de cada cultura y los hace semejantes entre sí. Es en esa semejanza de cosmovisiones en lo que se fundamenta la existencia de las diferentes naciones y pueblos. Los alemanes se asocian con los alemanes, los franceses con los franceses y lo gallegos con los gallegos porque son semejantes entre ellos y diferentes de un ruso o un español. Para Herder y los nacionalistas, una ley o una costumbre no es buena porque mejore nuestra forma de vida, sino sólo por ser ancestral. Cuanto más cercana esté al origen, menos contaminada estará y más Volksgeist será. De ahí que en su origen los nacionalismos estuviesen ligados a partidos políticos conservadores. Herder niega la libertad del hombre al privarle de la elección cultural y, además, es mentira por dos razones muy sencillas:
    1º: Si las culturas fuesen naturales, no cambiarían con el tiempo; y es evidente que un francés del siglo XII y  Finkielkraut no se parecen mucho.
   2º: Porque para explicar el origen de las culturas naturales tenemos que apelar una fuerza sobrehumana, una presencia divina o como le queramos llamar. ¿De dónde viene ese Volksgeist? A Finkielkraut no se le ocurre otra posibilidad más que lo hubiese puesto Dios ahí. O lo que es lo mismo: es así porque es así y punto. Según Finkielkraut, el pensamiento nacionalista y el pensamiento religioso recurren a la fe como base de su argumentación.
   El proyecto nacionalista niega la posibilidad de una Cultura universal con mayúsculas porque sostienen que nada puede ser interpretado fuera de su contexto. Cada hecho cultural carece de sentido fuera de la cultura en la que tiene lugar. Este relativismo cultural con un hipervaloración de las culturas populares en peligro de extinción, a parte de que puede derivar fácilmente en relativismo moral, ha hecho que unas coplillas de ciego sean equiparables al Rey Lear y unos zuecos de madera a un Tiziano, porque todos son hechos culturales al fin y al cabo. Shakespeare no es el dramaturgo más grande de la historia por haber demostrado un profundo conocimiento del ser humano, sino porque reproducía el discurso de la clase dominante que lo ha elevado a modelos por intereses de clase.

    Lo que se ha dado es un desplazamiento de la palabra cultura. Anteriormente, la calificación de algo como cultural implicaba una valoración especial. Para los ilustrados, la cultura es el conjunto de esas cosas que ayudan a mejorar al ser humano, en el sentido de que colaboran a hacerlo autónomo –libre- respecto a los apetitos momentáneos, a la dictadura del interés propio y a los prejuicios. Es decir, la racionalidad es la cultura. Como veis, hay un desplazamiento social de la palabra. El nacionalismo se apoya el el prestigio de la palabra para promover el respeto justamente por una de las tres cosas de las que la verdadera cultura intenta alejarnos: los prejuicios, las costumbres, la tradición, aquello que el espíritu gregario sanciona como bueno y que se puede oponer a los descubrimientos racionales de un individuo. Para el ideal racional, la función de la Cultura es hacernos conscientes de las particularidades del individuo y de la máxima autoridad del mismo en su lucha contra su sociedad y su cultura. 

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