miércoles, 30 de septiembre de 2015

Desmontando paridas sober educación II: La verdad sobre los libros de texto en la escuela II: El negocio de las editoriales.



    En mi anterior post sobre la verdad de los libros de texto en la escuela explicaba de forma más o menos sucinta la chapuza monumental de la Xunta de Galicia en la gestión de los libros de texto escolares, su abandono de las familias y el modo vergonzoso en que intentó aprovecharse del trabajo de las ANPAS que, al buscarse la vida por su cuenta, habían creado un sistema más o menos útil de gestión.

    Ahora quiero comentar el escandaloso negocio de las editoriales, y cómo la Xunta impone de modo indirecto la obligación de comprar los libros, lo que es una suerte de impuesto revolucionario que va directamente a las arcas de las editoriales y las librerías.

    Como todos sabéis, el libro de texto es un instrumento pedagógico. Pero hay muchas formas de gestionarlo. Por ejemplo, en EEUU, cada centro dispone de un número suficiente de libros como para atender a las necesidades de todo el alumnado del centro. Estos libros se prestan anualmente a los niños que, a final de curso, tienen que devolverlos. Las familias americanas lo único que tienen que comprar son unos cuadernillos de respuestas que son muy baratos. A mí este sistema me parece muy bien y no me importaría nada que se implantase en Galicia. Pero no. La Xunta tiene que favorecer el negocio privado de las editoriales.

En primer lugar, obliga a los departamentos -lengua castellana, lingua galega, sociales, música, etc...- a cambiar el libro cada X años. Antes era cada cuatro, ahora es cada seis. De este modo, impiden que las familias, las ANPAS y los centros creen bancos de libros y la gente pueda ahorrarse el dinero. Por si no lo sabéis, cada libro cuesta treinta y tantos euros. A unas doce asignaturas por año y un par de hijos de media en edad escolar, vosotros podéis hacer el cálculo de cuánto le cuesta a una familia el comienzo del curso. La Xunta no da ninguna razón para este cambio de libros porque, para empezar, los contenidos, si no cambia la ley, no cambian. Que yo sepa, El Quijote lo escribió Cervantes y Colón llegó a América en 1492 y, por mucho que nos obliguen a un libro nuevo cada X años, eso no va a cambiar.

    Cambiar de libro no tendría ninguna consecuencia si las editoriales los mantuviesen tal y como están a lo largo del tiempo. Pongamos, por ejemplo, que mi departamento escoge el libro de SM. Pasan X años, nos reunimos y decidimos que seguimos con él. No habría problema para que los bancos de libros y las familias se prestasen los libros, porque el contenido seguiría siendo el mismo, independientemente del año de publicación y el ISBN. Conscientes de esto, las editoriales cambian una y otra vez sus libros. Pero que nadie se confunda. No son cambios sustanciales para mejorarlos, sino que se limitan a cambiar las fotos, el orden de los temas y el orden de las preguntas, de modo que, en caso de que varios alumnos tengan libros diferentes, la dinámica del aula es un caos. Se pierde mucho tiempo y nadie se aclara. Y así las editoriales se aseguran de que todos renovemos los libros y ellos sigan haciendo negocio.

    Pero esto no les basta.
    
    Los libros se renuevan cada cuatro o seis años. Esto da cierto margen las ANPAS y a los centros para organizar bancos de libros durante este tiempo. No es mucho, pero algo es algo. Para evitar esto, las editoriales han diseñado la estrategia del libro digital. Ahora estamos viviendo la era de la comunicación y todo lo que suene digital resulta maravilloso. Además, la UE presiona a los gobiernos para que introduzcan las nuevas tecnologías en la escuela y el libro digital es una excusa perfecta para ello, aunque sea exactamente igual que el libro en papel, pero en una pantalla de ordenador. Las editoriales se aprovechan de esta nueva moda y, con el libro, incluyen una licencia para usar su libro digital. Pero, por supuesto, esta licencia no dura cuatro años. Es válida sólo durante un año y tiene que comprarla cada niño de modo individual. Es decir, que si a vuestro hijo le prestan el libro, tendréis que pagar aparte la licencia porque dicha licencia no puede pasarse de uno a otro -la licencia del libro de Lengua Castellana de SM, que es con el que trabaja mi departamento, cuesta veintiún euros-. Los beneficiarios de los bancos de libros son, en su mayor parte, las clases sociales más desfavorecidas, a las que las editoriales obligan a pagar veintitantos euros por una licencia de un año. Y eso multiplicado por diez o doce, dependiendo del número de asignaturas que tengan por año. Todo ello auspiciado por la Xunta.

    Ayer, una madre de mi centro que tiene un negocio relacionado con esto, nos acusó a los de los bancos de libros de estar acabando con muchos puestos de trabajo. Puede ser. No niego que las editoriales y, sobre todo, las librerías lo están pasando mal. Pero lo que no está bien es que, para mantener esos negocios, la Xunta obligue casi por decreto a cada familia a gastarse en torno a cuatrocientos euros por hijo.

    Y así termino, no sin antes plantear la reflexión de que el sistema estadounidense es barato y funciona bien. No mantiene el negocio de las ediotoriales, pero beneficia a las familias. Si a la Xunta le preocupa que esos amigos que tienen en las ediotoriales no hagan tan buen negocio, directamente podían obligar a los padres a que les pagasen doscientos euros a cambio de nada. Nosotros seguiríamos con los libros de siempre, las familias gastarían doscientos euros en lugar de los cuatrocientos que le cuestan los libros ahora y ahorraríamos papel, que seguro que el Planeta nos lo agradecería.

    Y que no me vengan las editoriales con ese rollo de los derechos de autor y todo eso, porque sé de primera mano la mierda que les pagan a los que hacen esos libros.


   Por todo ello yo he decidido hace un par de años que paso de libros de texto. Les doy mis propios apuntes y diseño mis propios ejercicios. Les regalo a todas las familias mis derechos de autor y estoy muy contento haciéndolo, no porque sea un tipo muy generoso y molón -no lo soy en absoluto-, sino porque me indigna todo este tema. Lo hago más por rencor contra la Administración y las editoriales que por afecto hacia los padres.  

1 comentario:

  1. 40 euros cuestan ya las criaturitas. Aprovechando cheques escolares y demás historias, las editoriales calculan a cuanto asciende la ayuda y, curiosa y sorprendentemente, resulta si sumas, restas y divides, el precio de los libros acaba coincidiendo con el de las ayudas.
    Del mismo modo, el precio de las clases de gabinetes dedicado a niños con NEE acaba coincidiendo, curiosa y sospechosamente, con los 180 euros de ayuda de la administración.
    Es lo que se llama vivir a costa de las ayudas estatales, pero no los beneficiarios, que podrían aprovechar esos 180 euros para enviar a sus hijos a dos actividades, sino los distintos negocios que se montan alrededor de las becas.

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