domingo, 19 de julio de 2015

Donna Tartt: El jilguero.



     Ganar el premio Pulitzer no es garantía de nada. A veces se lo dan a novelas gloriosas, como la colosal La Carretera de Cormac McCarthy, a veces a escritores interesantes, como Richard Russo, y a veces a autores intrascendentes como John Kennedy Toole -por mucho que tenga una legión de fans-. Tampoco es garantía de nada ser uno de los best-sellers del año -una buena estrategia publcitaria convirtió a la mierda de El Código Da Vinci en la novela más vendida de la historia-, como tampoco es sinónimo de nada haber recibido un sinfín de críticas estupendas -todos sabemos que detrás de la crítica divulgativa de los mass media se esconden antes intereses editoriales que crítica sincera-. El jilguero tiene todo esto y además mil páginas y no me puse con ella hasta verano, periodo en el que uno tiempo para leer y puede meterse en historias de esta magnitud. 
    La sinopsis del libro es la siguiente:

    Theo Decker, un adolescente de 13 años, ve morir a su madre en un atentado terrorista en el museo Metropolitano de Nueva York. Sólo, lleno de miedo y con el cuadro El jilguero, una tabla holandesa del siglo XVII, en sus manos el joven se adentrará en un intenso periplo que lo llevará a Las Vegas y Amsterdam. (El País)

    Las primeras páginas del libro me dejaron estupefacto. No era sólo que el libro fuese una mierda colosal, sino que parecía una novela adolescente, de esas que hacen las delicias de mis alumnos de primero de ESO. Estaban todos los tópicos de la literatura adolescente:
    1) El adolescente con una vida trágica, horrible. El protagonista ha perdido a su madre en un atentado y es acogido por la familia de su mejor amigo, pero allí no encaja y parece que casi nadie lo quiere. 
     2) El adolescente está muy deprimido y se pasa el día lamentándose de lo horrible que es la vida, lo sólo que está en el mundo y todo eso. 
   3) Hay un enamoramiento místico. El chaval ve a una chica pelirroja en el museo y se enamora casi sólo con verla, como si fuesen dos almas gemelas, una superstición romántica que le encanta a los/las quinceañeros/as.
    4) Por si no fuese suficiente esto del misticismo amoroso, es un amor imposible, porque ella está tan traumatizada como él por el atentado y no puede amar.
     5) Y además él y su amigo son unos raritos que nadie los entiende y bla... bla... bla...
     A esta sucesión de tópicos adolescentes había que sumarle que la novela empieza con un cliff-hunger bestial digno de Perdidos o cualquier serie de intriga de la HBO. Nos dicen que el protagonista está escondido en un hotel de Amsterdam porque está metido en un lío colosal, pero no nos cuentan más y el tipo empieza a referirnos su vida desde los trece años, al más puro estilo Dickens. Y luego se va a Las Vegas y nos habla de su vida como si fuese una novela picaresca. 
   Yo no entendía nada. ¿Qué tenía delante, un thriller, una novela adolescente, una novela picaresca moderna o una obra errática que no sabía muy bien hacia dónde iba? Si seguí leyendo, fue porque pensé que tal vez pudiese gustarle a mis alumnos y recomendársela a alguno de mente soñadora. 
     Pero no.
    Lo cierto es que a partir de la etapa de Las Vegas la obra coge vuelo. Empiezan a pasar cosas interesantes y, aunque el tono lacrimógeno sigue hasta el final, te atrapa y creo que es una buena novela. Los personajes, aunque necesitan varios cientos de páginas, cobran profundidad psicológica y, a medida que el protagonista se va haciendo mayor, sus problemas y reflexiones son cada vez más maduras. No es que fuese una novela adolescente, sino que, dado que está contada en primera persona, el narrador evoluciona a medida que se hace mayor. No es como Guzmán de Alfarache, que, ya viejo, reflexiona sobre su vida y nos la cuenta. Esto es la narración de una vida a partir de notas que tomó en su momento y, en consecuencia, en cada momento vital habla y piensa como es propio a cada edad. 
     No es la mejor novela del mundo, pero merece la pena leerla porque es divertida, aporta cosas y es diferente. Quizá es un poco dispersa y el componente de intriga es lo menos interesante. Yo hubiese preferido que contase su vida, sin la necesidad de enganchar al lector con trucos de best-seller. Ya que Donna Tartt se declara fan incondicional de Dickens, me hubiese gustado que hubiese sido más David Copperfield y menos Grandes Esperanzas, pero bueno. Es lo que hay. 



Donna Tartt


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