jueves, 30 de abril de 2015

Victor Turner: El proceso ritual. Estructura y antiestructura.



 De acuerdo con Victor Turner, las sociedades se componen de estructura social y communitas. La estructura social es la estructura jerarquizada de la sociedad que está íntimamente ligada a la propiedad y de la que, de hecho, es su justificación. Victor Turner toma este concepto de estructura social de la antropología social británica, para la que la sociedad es un sistema de posiciones sociales, pudiendo tener ese sistema una estructura segmentaria, jerárquica o ambas. Las unidades de esta estructura están constituidas por las relaciones entre estatus, roles y funciones. Según R. Firth,
En los tipos de sociedades normalmente estudiados por los antropólogos, la estructura social puede incluir relaciones críticas o básicas surgidas de modo similar de un sistema de clases fundado en las relaciones con la tierra. Otros aspectos de estructura social surgen de la pertenencia a otras clases de grupos permanentes, tales como clanes, casas, grupos de edad o sociedades secretas, y otras relaciones básicas tienen su origen en la posición ocupada del sistema de parentesco”1.

La communitas es el momento y el espacio social en el que las leyes jerárquicas de la estructura se difuminan hasta desaparecer. La communitas surge de la idea de que existe un vínculo entre todos los miembros de la sociedad y, por tanto, en ella todos los hombres son iguales. A juicio de V. Turner,
(la communitas) surge de forma reconocible durante el período liminal, es el de la sociedad en cuanto comitatus, comunidad, o incluso comunión, sin estructurar o rudimentariamente estructurada, y relativamente indiferenciada, de individuos iguales que se someten a la autoridad genérica de los ancianos que controlan el ritual”2.
En toda sociedad tiene que haber un equilibrio entre la estructura y la communitas, ya que, en caso contrario, perdería flexibilidad y las tensiones sociales podrían llegar a ser insoportables. Como dice Turner,

la acción estructural no tarda en volverse árida y mecánica si quienes participan en ella no se sumergen periódicamente en el abismo regenerador de la communitas. Lo más sabio es encontrar en todo momento la relación apropiada entre estructura y communitas bajo las circunstancias dadas de tiempo y lugar, aceptar cada modalidadd cuando es superior sin que ello signifique rechazar la otra, y no aferrarse a ninguna una vez que haya perdido el impulso momentáneo”3.

El mito y el rito forman parte del dominio de la communitas. De acuerdo con Victor Turner, hay dos formas de ritos de paso: los ritos de crisis y los ritos de inversión. Los primeros son ritos por los cuales el sujeto es transferido de forma irreversible de una posición inferior a otra superior. Es un rito de elevación de estatus en un sistema de posiciones sociales institucionalizadas4. Los segundos son ritos ligados a momentos regidos por el calendario que se repiten cíclicamente. Suelen implicar a una colectividad, y en ellos se da una inversión de las posiciones que ocupaban los individuos en la estructura. Durante la communitas, lo alto se pone bajo y lo bajo se pone alto. En este tipo de ritos, los individuos que pertenecen a posiciones estructurales inferiores imitan la categoría y las atribuciones de las superiores, hasta llegar a veces a disponerse en una jerarquía remedadora de los superiores: “Tales ritos pueden ser descritos como ritos de inversión de estatus y a menudo van acompañados de un comportamiento agresivo, tanto verbal como no verbal, durante el cual los inferiores insultan y hasta maltratan físicamente a sus superiores”5. Los ritos de crisis son los ritos de las clases dominantes, en los que los fuertes se hacen cada vez más fuertes, y los individuos ascienden por la pirámide social. Los ritos de inversión son los de los individuos puramente débiles. La humillación sólo tiene lugar durante la liminalidad, ya que será una inversión temporal, y supone un renacimiento para volver a empezar una nueva vida. Ejemplo de rito de inversión es el rito de paso del Kanongesha de los ndembu. En este rito, al futuro jefe de la tribu se le humilla insultándolo y obligándolo a comportarse como un esclavo. Ejemplo del rito de crisis es el carnaval, momento en el que toda la sociedad sale a la calle y todo le está permitido a los individuos: comportarse los hombres como mujeres, los pobres como ricos, la risa hiriente…7. Mientras que la naturaleza de los ritos de inversión invita a la risa, a la fiesta y al desenfado, y siempre tienen, por tanto, un componente cómico, los ritos de crisis son ambiguos. Los ritos de crisis poseen cierto componente serio, ya que el cambio de estatus ha de ser reconocido socialmente y, al mismo tiempo, durante la fase de liminalidad es frecuente que se humille a los neófitos, como hemos visto por ejemplo en el caso del rey ndembu, por lo que podemos encontrar elementos festivos y cómicos durante esta fase.

Victor Tuner


1 R. Firth, Elements of social organization, London, Watts and Company, 1951, p. 32.
2 V. Turner, El proceso ritual. Estructura y antiestructua, Altea, Taurus, 1988,  p. 103.
3 Ibidem, p. 145.
4 Cfr. Ibidem, p. 171.
5 Ibidem, cit, p. 171.
6 Cfr. Ibidem, pp. 106-108.
7 Cfr. M. Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais,cit.

martes, 28 de abril de 2015

Análisis político: entre la prensa deportiva y el corazón.




    Supongo que todo el mundo estará de acuerdo conmigo en que una tertulia de análisis político debería constar de un grupo de expertos que opinen acerca de las medidas que toma tal o cual gobierno, valorando las causas y los efectos, si van a tener repercusiones sobre la ciudadanía y si, en caso de tenerlas, serán positivas o no. Sin embargo, de un tiempo a esta parte las tertulias políticas se han convertido en un gallinero en el que hay de todo menos el rigor que se le supone a los intelectuales que se sientan a ellas.
    Cada vez hay más tertulias políticas en la parrilla televisiva y radiofónica. Uno puede estar escuchando o viendo programas de este tipo desde las siete de la mañana hasta las doce de la noche de forma ininterrumpida. Sin embargo, este aumento de los contenidos políticos no se debe tanto a la preocupación de las cadenas por la coyuntura de este país, sino, mucho me temo, a que estos programas son muchísimo más baratos que las series, las películas y los documentales. Hace tiempo escuché a Iñaki Gabilondo reflexionando sobre el éxito de los reality shows. Explicaba que, en contra de la creencia generalizada, no tienen más audiencia, pero que son mucho más rentables para las cadenas porque son muchísimo más baratos. Basta con un mismo plató con cambios mínimos en el decorado y con contratar a cuatro famosillos de medio pelo para que griten un poco. Además, los realities son muy flexibles. Puedes hacer que duren lo que te dé la gana y rellenar así las franjas horarias a tu antojo. Mucho me temo que la proliferación de programas de análisis político a la que estamos asistiendo en los últimos tiempos se debe a la misma lógica. Sólo difieren en que, en lugar de contratar a María Patiño y a Kiko Matamoros, se ficha a unos pseudointelectuales para que repitan las consignas de tal o cual partido. 
    Como dice el título de este post, las tertulias de análisis político cada vez se asemejan más a la prensa deportiva. Cuando se valora la política de un gobierno apenas si se habla de las medidas tomadas. Se dice sucintamente que el gobierno de turno ha hecho tal o cual cosa y a continuación se valora como maravillosa o un desastre, pero nadie analiza por qué. Pongamos por ejemplo la política económica del gobierno de Mariano Rajoy. No se habla de la coyuntura internacional, en qué medida sus reformas han surtido efecto o si es sólo que el ciclo ecómico ha cambiado solo. Tan sólo se nos dice que Rajoy es maravilloso o un energúmeno. Los periodistas repiten una y otra vez eslóganes al lado unas determinadas siglas políticas tratando de crear en el espectador un sentimiento de identificación o repulsa sin la más minima valoración crítica. No hay más que apelación a la irracionalidad. Esto, evidentemente, es una perversión de lo que debe ser la información política. Se supone que la política es la actividad por la cual se organiza la vida de los ciudadanos por medio de medidas colectivas. Habría, por tanto, que hacerlo de la manera más racional posible. Para ello es necesario el análisis sereno y detallado. Pero esto, en el mundo de comunicación de masas, aburre. No se llenan horas de prime time con intelectuales con gafas de leer de cerca colgando de la punta de la nariz desmenuzando datos.  Para las cadenas de radio y televisión y para los partidos políticos es mucho más eficaz llevar el debate político por el lado sentimental. A las primeras les conviene porque es mucho más divertido y se llega a mucha más gente porque no exige esfuerzo ni preparación; y a los segundos porque no tienen que explicar qué hacen o dejan de hacer. Y así los programas de información y opinión política se han igualado al Chiringuito de Jugones de la Sexta. Los contertulios gritan "Venezuela", "el partido del IBEX", "capitalismo de amiguetes" o "despilfarro" como se grita "Forza Barça" o "Hala Madrid;" y se interrumpen, no se dejan hablar y ponen caras. Es un espectáculo total y absolutamente visceral. Desafío a que alguien me diga en que se diferencia Inda de Tomás Roncero.
    Por otro lado, asistimos a una rosización del análisis político. Hoy por la mañana, por ejemplo, estaban hablando en la SER de Mariano Rajoy, de las divisiones de su partido y de las luchas de poder. Que si la Cospedal y Soraya no se llevan, que Esperanza Aguirre está por cambiarse a Ciudadanos, etc... Y lo mismo con el PSOE y Pedro Sánchez y Susana Díaz. Que si ella está esperando el descalabro de Sánchez para presentarse a la presidencia, que si Sánchez quiere liquidar al sector crítico, que si bla... bla... bla... Todo intriguillas mezquinas por el poder. Pues a mí que no me jodan, pero esto es lo que vemos todas las noches en Gran Hermanoo  el programa ese de La Isla de los Famosos. Que si Carmen Lomana no se lleva con Nacho Vidal, que si Chabelita ha cambiado de chaqueta y ahora es amiga de no sé quién por interés, o que Belén Esteban ha roto con su Migue. 
     En otro post hablé del Infoentretenimiento como un nicho comercial que habían encontrado las cadenas para las clases medias con aspiraciones intelectuales. Pero la decadencia debate político está yendo mucho más allá. ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Que se líen a tortas los contertulios de Al rojo vivo? ¿Que se besen Inda y Antón Losada en antena? Pueden parecer disparates, pero yo ya he visto a Ramoncín, el Rey del Pollo Frito, sentado en una tertulia de esas. Os dejo la prueba ahí abajo.



     

    

viernes, 24 de abril de 2015

Arnold Van Gennep: Los ritos de paso



 Arnold Van Gennep sostiene que la vida de los seres humanos transcurre en una continua sucesión de etapas: nacimiento, pubertad, matrimonio, paternidad, progresión de clase, especialización ocupacional, muerte…. Asimismo, los individuos estamos sujetos a ciclos naturales, a ritmos ajenos a nuestro control, pero que afectan a nuestras vidas y a su organización, como los solsticios, las ceremonias de la luna llena… Todos estos cambios deben ser controlados por las diferentes culturas para que la sociedad no experimente ningún perjuicio, de modo que a dichos cambios se les asocian ceremonias que tienen exactamente la misma función: hacer que el individuo pase de una situación determinada a otra. Estas ceremonias son los ritos de paso.
Van Gennep diferencia tres fases en torno a las que se estructuran los ritos de paso: una primera fase de separación, en la que se expresa simbólicamente el apartamiento del individuo o del grupo de un punto anterior fijado en la estructura social, de un estado (conjunto de condiciones sociales) o de ambos; una segunda fase de marginalidad o limen, en el que las características del iniciando son ambiguas porque atraviesa un entorno cultural que no es ni el estatus del que parte, ni tampoco al que se aspira; y una tercera fase de reincorporación o agregación, en la que el sujeto ritual, ya sea individual o colectivo, consuma el cambio de estado, en virtud del cual adquiere ciertos derechos y obligaciones claramente estructuradas por la sociedad. A partir de este momento, se espera de los iniciados que mantengan un comportamiento acorde con las normas y los principios éticos que la cultura atribuye a aquellos que ocupan esos roles sociales.
Dice Van Gennep:
 “La vida individual, cualquiera que sea el tipo de sociedad, consiste en pasar sucesivamente de una edad a otra y de una ocupación a otra. Allí donde tanto las edades como las ocupaciones están separadas, este paso va acompañado de actos especiales, que por ejemplo en el caso de nuestros oficios constituyen el aprendizaje, y que entre los semicivilizados consisten en ceremonias, porque ningún acto es entre ellos absolutamente independiente de lo sagrado. Todo cambio en la situación de un individuo comporta acciones y reacciones entre lo profano y lo sagrado, acciones y reacciones que deben ser reglamentadas y vigiladas a fin de que la sociedad general no experimente molestia ni perjuicio. Es el hecho mismo de vivir el que necesita los pasos sucesivos de una sociedad especial a otra y de una situación social a otra: de modo que la vida individual consiste en una sucesión de etapas cuyos finales y comienzos forman conjuntos del mismo orden: nacimiento, pubertad social, matrimonio, paternidad, progresión de clase, especialización ocupacional, muerte".

Van Gennep


jueves, 23 de abril de 2015

Mary Douglas: Pureza y peligro.




    Mary Douglas sostiene en Pureza y peligro que aquellos fenómenos que son culturalmente contradictorios o ambiguos son automáticamente rechazados1. Según esta antropóloga, percibir es permitir que una impresión externa prefabricada sea captada por nuestro entendimiento. Los seres humanos tenemos en la mente una serie de esquemas previos -representaciones colectivas- en los que tendemos a colocar o encajar los estímulos externos que nos llegan. Las sugestiones externas que se ajustan bien a nuestros esquemas son aceptadas inmediatamente; tendemos a tratar las ambiguas como si encajasen imperfectamente en el esquema, y a rechazar las contradictorias: “los hechos incómodos, que se niegan a ajustarse, tendemos a ignorarlos o a distorsionarlos para que no turben estos supuestos establecidos. Cualquier cosa de la que tenemos noticia es, de un modo general, seleccionada y organizada en el mismo acto de percibir”.
    A medida que los seres humanos vamos creciendo y va pasando el tiempo, acumulamos gran cantidad de sugestiones atendiendo a los criterios que acabamos de señalar. De este modo vamos confirmando nuestros esquemas mentales -todo lo que no encaja es rechazado- y así, poco a poco, vamos construyendo prejuicios conservadores. Estos prejuicios nos infunden confianza y, cuando nos topamos con estímulos que no encajan en ellos, normalmente nos provocan sensaciones desagradables. Evidentemente, esto no siempre es así, y, en ciertos casos, no sentimos rechazo ante la ambigüedad, como suele ocurrir en el caso de la poesía, que es ambigua. Asimismo, los individuos poseemos la facultad de cambiar o revisar nuestros esquemas mentales. Esta revisión es relativamente fácil a nivel individual, pero, según Mary Douglas, es mucho más complejo cuando se trata de cuestiones culturales, ya que cambiar de cultura es mucho más difícil que cambiar de opinión. Según Douglas,

no es imposible que un individuo someta a revisión su propio esquema personal de clasificación. Pero ningún individuo vive aislado y habrá recibido su esquema de otros, siquiera sea parcialmente.
La cultura, en el sentido de los valores públicos establecidos de una comunidad, mediatiza las experiencias de los individuos. Provee de antemano algunas categorías básicas y configuraciones positivas en que las ideas y los valores se hallan pulcramente ordenados. Y por encima de todo, goza de autoridad, ya que induce a cada uno a consentir porque los demás también consienten. Pero su carácter público hace más rígidas sus categorías. Un particular puede o no revisar sus supuestos. Se trata de un asunto privado. Pero las categorías culturales pertenecen a la cosa pública. No pueden ser fácilmente sometidas a revisión”.

Como es de suponer, cualquier cultura se enfrenta con cierto número de anomalías que no encajan bien dentro del sistema o esquema cultural común. Hay cinco opciones de respuesta ante estas anomalías. En primer lugar, las anomalías pueden ser reajustadas dentro del sistema:

Por ejemplo, cuando tiene lugar un nacimiento monstruoso las líneas de demarcación entre lo humano y lo animal pueden verse amenazadas. Si podemos rotular el nacimiento monstruoso como acontecimiento de un género peculiar, las categorías podrán ser reconstituidas. Así, los nuer consideran los partos monstruosos como crías de hipopótamo que nacen accidentalmente de los seres humanos; con esta rotulación la acción apropiada es clara. Dulcemente los arrojan al río, al que pertenecen”.

En segundo lugar, la anomalía puede ser controlada físicamente:

Así, en algunas tribus del oeste de África la regla de que se debe matar a los gemelos tan pronto nacen elimina una anomalía social, si se sostiene que dos seres humanos no pueden nacer del mismo vientre al mismo tiempo. O tómese a los gallos que cantan de noche: si al punto se les retuerce el pescuezo, no viven para contradecir la definición de que cantan al amanecer”.

En tercer lugar, se puede diseñar una regla para evitar las anomalías y reforzar de este modo las definiciones con las que esta anomalía parece no estar conforme: “Así pues, allí donde el Levítico aborrece de los seres que reptan, debemos ver la abominación como el lado negativo del modelo de las cosas aprobadas”.
    En cuarto lugar, las anomalías pueden ser consideradas como peligrosas. A este respecto, Mary Douglas señala que los individuos no funcionamos como las instituciones. Mientras que los individuos, ante la anomalía, podemos intentar convencer a los demás o replantearnos nuestras convicciones, las instituciones, al considerarlas peligrosas, las ponen más allá de toda discusión.
Y, en último lugar, por medio del mito y del rito, podemos sublimar esas anomalías y reintroducirlas en el sistema de representaciones colectivas culturales. Nos enfrentamos a la anomalía desde el orden social, la reconocemos y, de este modo, la reinsertamos en los sistemas culturales:
podemos emplear símbolos ambiguos en la poesía y en la mitología con el objeto de enriquecer el significado o de llamar la atención sobre otros niveles de existencia [...]. El rito, por usar los símbolos de la anomalía, puede incorporar el mal y la muerte junto con la vida y la bondad dentro de una configuración única y grandiosa [...]. Si la impureza es la materia fuera de sitio, debemos acercarnos a ella a través del orden”

Para relacionar estos conceptos de antropología simbólica con la antropología política, Mary Douglas sostiene que

muchas ideas sobre el poder se basan en una idea de la sociedad como serie de formas que contrastan con los informes que tiene en derredor. Hay poder en las formas y otro poder en el área desdibujada, en los márgenes, en las líneas confusas y más allá de los límites extensos”

Cada estructura social posee una serie de símbolos en los que se manifiesta. Estas representaciones colectivas se consideran puras, no contaminadas. Todo aquello que no encaja dentro de estas representaciones colectivas se trata de impuro y se margina. Así sucede por ejemplo con los expresidiarios y el problema que estos tienen para encontrar trabajo debido al miedo que suscitan en el resto de la sociedad. Si no existe un nuevo rito de asimilación, los expresidiarios permanecen al margen del sistema junto con otras personas a los que se les atribuyen todas las acciones sociales equivocadas.
 De acuerdo con Mary Douglas, hay cuatro clases de contaminación social: el peligro que amenaza las fronteras externas, el peligro que procede de la transgresión de las líneas internas del sistema, el peligro que aparece en los márgenes de las líneas y el peligro que parte de la contradicción interna, cuando algunos postulados básicos se hallan negados por otros postulados básicos, de modo que, en algunos aspectos, el sistema parece contradecirse a sí mismo.
 Mary Douglas dice que la contaminación y la moral no tienen por qué estar siempre relacionadas, aunque en ocasiones puedan estarlo. Según ella, hay cuatro relaciones:

(1) Cuando una situación está moralmente mal definida una creencia de contaminación puede proporcionar la regla que determine post hoc si ha tenido o no lugar la infracción.
(2) Cuando los principios morales entran en conflicto, una regla de contaminación puede reducir la confusión por el simple hecho de proporcionarle un motivo de inquietud.
(3) Cuando una acción que se considera moralmente mala no provoca indignación moral, la creencia en las consecuencias perjudiciales de la contaminación puede tener el efecto de agravar la importancia de la ofensa, y de alinear así a la opinión pública del lado de lo que es justo.
(4) Cuando las sanciones prácticas no refuerzan la indignación moral, las creencias de contaminación pueden proporcionar un medio de disuadir a los posibles malhechores”

Cruzar la barrera social se considera una contaminación peligrosa que se debe evitar. Cuando se ataca a la comunidad desde fuera, el peligro externo fomenta la solidaridad de los miembros de la cultura. Cuando esto mismo se hace desde dentro, por obra de individuos indisolutos, estos pueden ser castigados y volver así a consolidar públicamente la estructura. Algunas contaminaciones son demasiado graves para permitir que sobreviva el ofensor, pero, en la mayoría de los casos, estas contaminaciones sólo exigen remedios muy sencillos que deshagan sus efectos. Para ello, las diferentes culturas disponen de ritos para revertir, lavar, borrar y subsanar las contaminaciones. Gracias a ellas se pueden eliminar los efectos de la contaminación para satisfacción de todos en poco tiempo y con poco esfuerzo. Como señalaba Mary Douglas, tiene que haber un rito para que lo anómalo sea reinsertado. Esta es una de las funciones principales de los ritos. Así, por ejemplo, cuando un miembro de la sociedad ya no es un adulto, pero aún no desempeña ese rol, es ambiguo, porque no es niño ni adulto, no es una cosa ni la otra, está en el margen, en la frontera, en el limen. Para solucionar esta ambigüedad, surgen en las diferentes culturas los diferentes ritos de paso de niño a adulto.

Mary Douglas


Richard Sennet: La corrosión del carácter.



    La idea de este ensayo es muy sencilla, pero no por ello menos interesante. Como decía Heidegger, las verdades más evidentes son las más difíciles de ver. Dice Sennet que el mundo económico actual obliga al individuo a cambiar continuamente de empleo y, derivado de ello, de domicilio, lo que normalmente acarrea también cambio en las relaciones personales, casi siempre los amigos, y con más frecuencia de lo que parece, también de pareja sentimental. Antaño el trabajo era estable, por lo que el individuo podía tener un familia de hierro que se mantenía a lo largo de toda la vida. Dado que la sociedad determina la identidad del individuo en función de su trabajo y su círculo de relaciones, la identidad de las personas era estable. No cambiaba o, en el mejor de los casos, evolucionaba muy lentamente, pero permaneciendo inalterable en sus principios básicos. Sin embargo, el mundo moderno nos condena a cambios continuos. Ya no desempeñamos trabajos, sino, en palabras de Sennet, "fragmentos de trabajos". Dado que nuestro carácter es algo nuestro, lo que consideramos inherente a nosotros mismos, la flexibilidad continua, el cambio sin pausa, corroe nuestro carácter, lo destruye. ¿Cómo sostener lealtades y compromisos en un mundo así?
    Antes los logros de una persona eran acumulativos. Para eso se necesitaba lo que Weber llamó la jaula de hierro. Sin embargo, esta racionalización provocó unas reglas inamovibles que restaban productividad al trabajo. Por eso la estabilidad pasada ha sido sustituida en nuestros días por la flexibilidad radical. Pero esta flexibilidad del capitalismo tardío no trajo la felicidad. Lejos de estar seguros en nuestros trabajos, tenemos constantemente miedo a perder el control de nuestras vidas. Normalmente uno se hace amigo de la gente con la que trabaja, de los que viven donde se ha mudado, etc... El cambio continuo de trabajo nos lleva a tener que cambiar continuamente de relaciones, de ahí que el miedo de la deriva en el trabajo se traslade a miedo a la deriva en el plano emocional, con amigos y relaciones sentimentales siempre pasajeras, sin seguridad de permanecer en el tiempo. Y si la identidad de uno se define en gran parte por estas relaciones, el modo en que el capitalismo tardío está afectando al carácter de las personas es evidente. 

miércoles, 22 de abril de 2015

George Ritzer: La McDonalización de la sociedad



   La MdDonalización de la sociedad desarrolla y aplica al siglo XXI la teoría de Max Weber de la jaula de hierro y la hiperracionalización de sociedad moderna. Según Ritzer el concepto rige nuestra forma de trabajar, producir y consumir es la eficacia. En todos estos procesos se busca, ante todo, la eficacia. La definición de eficacia es un poco compleja, pero se ve muy clara con una serie de ejemplos:
   En McDonald´s y en general en todos los restaurantes de comida rápida se ha demostrado que es mucho más eficaz que los clientes hagan muchas de las funciones que antes estaban destinadas a los camareros. En estos restaurantes el cliente es el encargado de hacer cola ante una barra para recoger la comida -en lugar de esperar tranquilamente a ser atendidos en la mesa- y después de comer es el encargado de recoger sus sobras y tirarlas a la basura, dejando así limpia la mesa para el siguiente. 
    Igualmente, en estos restaurantes se trabaja en cadena. En lugar de que haya un cocinero que pique la cebolla, limpie y trocee el tomate, ponga a la plancha la hamburguesa, etc... se trabaja como en una cadena de montaje. Hay un supervisor que se encarga de prevenir qué productos se demandarán, los pide y, en la cadena, un chico coge las carnes de las hamburguesas y las pone en la plancha, otro las saca y las pone en los panes, un tercero coloca el tomate, la lechuga y la cebolla, un cuarto echa las salsas y el quinto mete la hamburguesa ya hecha en esas cajitas de espuma. 
     Ambos fenómenos -trasladar parte de la producción al cliente y trabajar en cadena- se consideran más eficaces porque abaratan mucho el coste y se produce una mayor cantidad en menor tiempo.
     Ritzer escoge a McDonald´s como metáfora de la sociedad moderna porque es una de las empresas más conocidas a lo largo y ancho del mundo, pero estas estrategias para aumentar la eficacia se dan en otros muchos lugares. Así, sin pensar demasiado, se me ocurren un montón:
    1. IKEA traslada gran parte de la producción al cliente. Tú recorres la tienda, anotas lo que quieres en un papel, luego bajas a un hangar enorme, coges el producto, lo cargas hasta la caja registradora, lo pagas, lo metes en el coche, lo llevas hasta tu casa, lo montas tú y lo colocas como puedes. Por eso los muebles de IKEA son mucho más baratos que los de las tiendas convencionales.
     2. Las máquinas de café que hay en cualquier oficina. En lugar de ir a la cafetería a que te hagan un café, metes una moneda en una máquina y te tomas el café de pie en un vasito de plástico.
     3. Las cabinas de pago de los autopistas en los que no hay nadie atendiendo, sino que tienes que ser tú el que meta la tarjeta y, si quieres un recibo, apretar un botón para que la máquina de expenda.
   4. Un crucero, que son unas vacaciones planificadas en las que se aprovecha todo, especialmente el viaje para dormir y supuestamente no perder tiempo en los desplazamientos. 
     5. El supermercado. En el ultrmarinos pedías lo que querías en un mostrador y, si eras cliente habitual, hasta el chico te lo llevaba a casa. Ahora lo coges tú de las estanterías y lo llevas a la caja.
     6. El centro comercial. Ya no hay que ir a buscar una tienda detrás de otra. Basta con coger el coche y acercarnos a un centro comercial para tener todas las tiendas juntas, sin necesidad de desplazarnos de una a otra. Al final de la jornada, si estamos cansados, ya no hay por qué fatigarse buscando una cafetería porque suele haber varias en la última planta.
    Y podríamos seguir así con prácticamente todas las actividades humanas actuales, porque en todas se ha tratado de optimizar la eficacia. 
    Según Ritzer hay tres conceptos fundamentales que determinan lo que se considera eficaz y lo que no:
      En primer lugar está la cantidad. Producir mucho y en gran cantidad se considera un signo inequívoco de eficacia. Importa muchísimo más la cantidad que la calidad, de ahí la proliferación de restaurantes de estilo de McDonald´s y la tiranía de los índices de audiencia que lleva a las cadenas a insertar en sus programas basura como Sálvame que tiene una calidad ínfima pero que asegura altos índices de audiencia. 
    En segundo lugar parece preocuparnos mucho la predicibilidad. Queremos saber exactamente qué es lo que nos vamos a encontrar, desde la comida al cine. Uno puede entrar en un McDonald´s, un IKEA, un Zara o cualquier otra multinacional en cualquier parte del mundo y sabe exactamente cómo va a ser y, por ende, el modo en que tiene que comportarse.
       Y, en tercer lugar, es muy importante el control, tanto de los trabajadores como de los clientes. En un Zara o en un H&M el encargado ejerce un control férreo sobre sus empleados a los que vigila siendo este encargado a su vez controlado por otro cargo por encima de él. Los trabajadores a su vez se controlan entre ellos por medio de comentarios y denuncias a los superiores. Y los clientes son controlados, ya que se les prescribe un comportamiento muy concreto en todos y cada uno de estos establecimientos. Entramos, buscamos lo que nos gusta, lo llevamos al probador, una chica nos da un plastiquillo con un número que identifica la cantidad de prendas que llevamos. Nos las probamos, nos quedamos con la que nos gusta y le dejamos las que no a la chica. Luego vamos a la caja, hacemos cola, pagamos, nos meten nuestra compra en un bolsa y nos vamos. Cualquier comportamiento que no entre dentro de este férreo patrón va a ser percibido como anormal y con toda probabilidad va a acabar en una llamada a seguridad. 
    Sin embago, Ritzer observa que desde finales del siglo XX el control se ejerce cada vez más por medio de máquinas y menos por medio de personas, ya que las máquinas son percibidas como formas de control más eficaces y menos agresivas que las personas. Así, el trabajo que antes lo hacían personas se ha pasado a la tecnología -por ejemplo las cabinas de autopago en los autopistas y supermercados, o la cadena de producción de hamburguesas de McDonald´s, en las que un pitido suena periódicamente avisando a los trabajadores de las diferentes actividades que tienen que hacer, como levantar la carne de la plancha o ir a desinfectarse las manos-. En este punto Ritzer hace un par de observaciones graciosas cuando señala la falsa camaradería y la falsa sensación de intimidad entre cliente y trabajador creada la alegría forzada de los trabajadores de los sitios mcdonalizados y dice que parece que estás en un campo de reeducación y que les han dado un euforizante o alguna otra droga. Y le fascina que estos trabajadores son todos iguales allá donde estés: el mismo corte de pelo, misma complexión, todos parecen buenos chicos. 
     Pero no todo es maravilloso en este mucho mcdonalizado ni mucho menos. Hay, por el contrario, evidencias de multitud de irracionalidades que ponen límites y en peligro al racionalismo de la cadena producción-consumo moderno. Y aquí, a bote pronto, se me ocurre otra buena batería de ejemplos:
    1) los atascos y las colas interminables en los autopistas cuando no pasa la tarjeta o alguna cabina no funciona. 
    2) Los cajeros automáticos son sangrantes. En primer lugar, te aseguran que son rápidos, lo que todos sabemos que es falso, porque para encontrarlos hay que irse muy lejos y, en muchas ocasiones, no nos pueden dar dinero por las más diversas razones. Además, el banco se ahorra un trabajador al convertir al cliente en un trabajador sin sueldo que hace él solito sus propias gestiones, pero, en lugar de revertir eso sobre el consumidor, el bando se queda con un porcentaje de cada operación.
     3) Los centros comerciales es cierto que ahorran tiempo porque allí puedes comprar comida, ropa, ir al cine y tomar una caña todo en el mismo sitio. Pero hay que desplazarse hasta ellos y suele haber atascos y muchos problemas para encontrar aparcamiento, de modo que el ahorro de tiempo no es más que supuesto.
     4) En los parques de atracciones, donde se supone que uno tiene toda la diversión concentrada, se pierde el noventa por ciento del tiempo en desplazamientos y colas interminables. 
     5) Puede ser más eficaz hacer la comida tú en casa que meter a toda la familia en un coche, conducir hasta el restaurante de comida rápida de turno, llenarse de comida y conducir de vuelta a casa. Son restaurantes de comida rápida a medias. 
     Etc...
     Por todo ello a Ritzer no le acaba de convencer la mcdonalización de la sociedad. Este juego de racionalización/eficacia no son el medio más eficaz para alcanzar un fin. El sistema es eficaz para los empresarios que tienen unos beneficios mucho mayores, pero desde luego no para el cliente.  Además estos sistemas generan una cantidad indecente de desperdicios, lo que degrada mucho el medio ambiente y a la larga generará graves problemas. Y finalmente, todo en ellos es ficción. Para los clientes no es eficaz ni barato, sólo se les proporciona la ilusión de eficacia y baratura e, incluso, de diversión. McDonald´s pone payasos y parques infantiles, se nos vende una tarde en el centro comercial como si fuese la fiesta máxima y se nos crea la ilusión de que nos estamos divirtiendo. (Acerca del consumo y la falsa sensación de felicidad es muy interesante Bauman).

Erving Goffman: La presentación de las personas en la vida cotidiana.



    Prácticamente toda la labor investigadora de Erving Goffman gira en torno a al modo en que los individuos guiamos y controlamos las impresiones que los demás se forman de nosotros. La teoría de Goffman parte de la archimanida metáfora del mundo social como un teatro en el que los individuos representamos papeles. Según él, las personas, al interactuar mandamos a los demás información acerca de cómo somos. Si, por ejemplo, veo a un individuo con el pelo engominado hacia atrás, un rólex en la muñeca y un traje caro, podré inferir que es un señor conservador, probablemente bien situado económicamente. Esta informacíón, cree Goffman, es de dos tipos:
    a) ininentional: es la que mandamos a los demás sin darnos cuenta. Así, un hombre gordo manda información a los demás acerca de su afición por la buena mesa y su poca predisposición al deporte.
     b) intencional: es aquella información que ofrecemos a los demás con el propósito de que los demás se formen una opinión determinada de nosotros mismos. Un individuo cualquiera con una camiseta con un eslogan reivindicativo nos está informando acerca cuáles son sus inclinaciones políticas. 
     Pero un individuo, y esto es lo que más parece interesar a Goffman, puede manipular el la información intencional de modo que la haga parecer inintencional. Dado que la gente tiende a fiarse de la persona con la que interactúa, uno puede manejar de forma intencionada esta información para transmitir la idea que queremos que se hagan de nosotros pero sin que ellos se den cuenta. Según Goffman, la gente trata de presentar a los demás una imagen de sí misma que le sea ventajosa y, al mismo tiempo, sea creíble.  Esto sucede mucho hoy en día, con esos pelos estudiadamente descuidados y las barbas muy muy largas. Los modernillos se pasan horas delante del espejo colocándose los pelos exactamente donde deben estar para parecer descuidados y, al mismo tiempo, estar muy guapos. De este modo, cuando interactúan con alguien, transmiten la imagen de que son personas descuidadas y que su belleza es natural, sin necesidad de arreglos y aceites -lo que, evidentemente, es falso-. Lo mismo sucede con el lenguaje corporal de los políticos. Antes de los debates, hay decenas de expertos en paralenguaje y kinésica diciéndole al político de turno a dónde tiene que mirar, qué cara tiene que poner, cómo mover las manos y dónde hacer pausas para que el público se haga la imagen de ellos que se desea. La eficacia de esta forma de comunicación llega hasta el extremo de que en un ensayo de teoría política americana llegué a leer que importa más el lenguaje corporal que el mensaje político del candidato. 
    La representación consta de dos aspectos fundamentales: la escenografía, que es el espacio físico en el que tiene lugar esta representación; y el frente personal, que es lo que uno lleva consigo y es significativo para su interlocutor, como el sexo, la estatura, la ropa, los adornos, los gestos, etc...
    La escenografía tiende a dividirse, a su vez, en una región formal y otra posterior. La región formal es la parte delantera del escenario y es donde se lleva a cabo la representación real. La parte posterior es aquella a la que no tiene acceso el público y donde el intérprete puede relajarse y preparar la representación. Creo recordar que Hannerz, cuando explica a Goffman, pone el ejemplo de una casa. En ella la sala es la región frontal. La mantenemos en orden de modo que no transmita información discrepante con la imagen que queremos ofrecer de nosotros mismos. Si queremos que los que vengan a nuestra piensen que somos unos buenos padres, colocaremos fotos de nuestros hijos en actitud feliz y cariñosa y todo estará en perfecto orden. Por el contrario, las alcobas y los armarios son la parte posterior, los bastidores. Allí puede estar todo en perfecto desorden y un matrimonio puede discutir a gritos y recomponerse antes de bajar a recibir a sus invitados. También es el espacio en el que un matrimonio libidinoso pero determinados a ofrecer una imagen de pareja conservadora puede entregarse a todo tipo de libertinaje con los juguetes sexuales que tendrán discretamente guardados en los armarios lejos de miradas indiscretas. 
    Como se desprende del ejemplo de la casa, las representaciones pueden ser individuales o colectivas o incluso mixtas. El modo en que me visto o los gestos que hago en el trabajo son representaciones individuales, mientras que el matrimonio es colectiva. Una rueda de prensa de un político es una mixta. Ante los periodistas representa solo, pero en la región posterior habrá preparado con sus asesores hasta el último movimiento de ceja.

martes, 21 de abril de 2015

El asesinato de un profesor en Barcelona y la cultura de la violencia. Reivindicación de las nuevas generaciones.




    Como todos los días, esta mañana desperté con la radio. Como no podía ser de otra manera, estaban hablando del crío de Barcelona que entró con una ballesta, un cuchillo y un cóctel molotov en su instituto y mató a un profesor e hirió a otra profesora y varios alumnos. El tertuliano de izquierdas decía que no se puede legislar en caliente, que tampoco se puede generalizar a partir de un caso que parece aislado y que hay que tener un poco de respeto por los implicados en este desgraciado incidente. El otro tertuliano, el conservador, dijo que sí, que sí, pero que algo estaba pasando con las nuevas generaciones, que no sabían nada y que cada vez eran más violentas. A este respecto le parecía importantísimo el papel de los medios de comunicación, que ponían a todas horas series, películas e incluso fragmentos de telediario cargados de violencia. Y por supuesto había que legislar en caliente, porque había que coger el toro por los cuernos. 
      Sobre lo dicho en este programa de radio tengo varias cosas que comentar.
  Para empezar, parece que este chico padece una enfermedad que apunta a esquizofrenia. Mientras cometía el asesinato, gritaba que oía voces que le decían que tenía que matar a más gente. Pero no es por aquí por donde quiero llevar mi reflexión, sino por ese conflicto generacional que subyace en las declaraciones del contertulio conservador.
     Ya Cicerón estaba horririzado con la deriva de las nuevas generaciones. Desde que el hombre es hombre, la generación anterior está convencida de que el mundo va a peor y que sus hijos ya no saben nada y que están llevando al mundo al caos. Tesis de este estilo se han repetido desde el origen de los tiempos y los argumentos son más o menos los mismos. La semana pasada fui al médico y, en cuanto se enteró de que yo era profesor, aprovechó para soltarme una perorata sobre la mal que veía el mundo porque los chavales de ahora no saben ni leer. Yo lo dije que sí porque no tenía ganas de discutir. Tengo una tos horrorosa y lo único que me importaba es que diese alguna droga que me ayudase a sobrellevarla. Pero a este señor podría decirle que las nuevas generaciones saben muchísimas cosas, probablemente más que él y yo. Saben, por ejemplo, un montón de nuevas tecnologías y de cine. Si no saben leer y no les interesa la literatura es porque el mundo ha cambiado. Su universo no es de papel, sino digital. No les interesa la letra impresa porque realmente no les aporta mucho. Con esto no quiero decir que los adolescentes de hoy en día no deban aprender a leer, sino que este médico y todos aquellos que creen que las nuevas generaciones no saben nada son muy cortos de miras. Su problema es que son incapaces de entender que no hay un conocimiento único y universal. El verdadero conocimiento es el que es significativo para el individuo. El resto es erudición vacía. Que un niño actual se sepa de memoria todas las obras de Azorín, como le gustaría a este médico tan preocupado por la educación, es un ejemplo claro de lo segundo. 
    En lo que respecta al tema de la violencia, difícilmente uno puede sostener que estas generaciones son más violentas que las de sus padres y sus abuelos. Los segundos fueron a una guerra y se me ocurren pocas cosas más violentas que esa. En cuanto a los primeros, crecieron en una sociedad ultraviolenta. La diferencia entre el franquismo y leademocracia es que la violencia ejercida por el Estado era mucho mayor en la dictadura. El estado es la institución social que se reserva el empleo justificado de la violencia. Cuando una sociedad está saturada de violencia estatal poco espacio queda para que la ejerzan los ciudadanos. Mi tío siempre me cuenta que antes la vida era mucho más tranquila y  segura. Cuando en una romería había un poco de follón, llegaba una pareja de la guardia civil, cogía a un par de gamberros, les daba con el mosquetón en el pie, lo que les arrancaba de un golpe la uña del dedo gordo del pie, y se acabó el alboroto. Tampoco importaba mucho si los gamberros eran los verdaderos causantes del follón. A mi padre una vez lo detuvieron y lo llevaron al cuartelillo sólo porque iba por la carretera con unos amigos con pinta de facinerosos y se ve que alguien había hecho algo en algún sitio.
     Esto no quiere decir que debamos aceptar que la violencia inherente a la naturaleza humana y debamos resignarnos. En absoluto. La violencia es cultural. En Antropología siempre se pone de ejemplo a los Yanomami, a los que se considera la sociedad más violenta del mundo. Los Yanomami son una etnia indígena del Amazonas. Entre ellos la violencia no sólo no se considera una lacra, sino que es toda una virtud. Asesinatos, violaciones de mujeres y guerras entre grupos son cotidianas. El hombre que más mata, más viola y más arrojo y crueldad demuestra en la batalla es considerado un referente para la comunidad. Los niños yanomami crecen en este ambiente y, al hacerse adultos, reproducen estos comportamientos. Es lo que se llama endoculturación y se da en todas las culturas del mundo. Lo mismo le sucede a los adolescentes que estudió Oscar Lewis en La Cultura de la Pobreza. Por su parte, lejos del ámbito de la violencia, los adolescentes españoles crecen con la idea de que el trabajo y el éxito laboral y económico son valores positivos y en su mayoría los incorporan a su modo de pensar.
    Nuestros abuelos se criaron entre discursos muy radicales como el fascismo que glorificaban la violencia. Nuestros padres entre el discurso oficial que en el que estado tenía el deber de ejercer una violencia desaforada contra los ciudadanos para que no se desmandasen, Esas eran las visiones de la violencia que les transmitía su cultura, de ahí que mis abuelos fuesen a la guerra y a mi tío le parezca fenomenal que una pareja de la guardia civil provoque el terror en una romería de aldea. Afortunadamente, nuestros adolescentes no se endoculturalizan en culturas de la violencia como aquellas. Sin embargo, no todo es jauja en nuestro sistema democrático. Algo de razón tenía ese tertuliano conservador que tan mal me cae. Es cierto que los medios de comunicación transmiten una imagen banalizada de la violencia. A mí me encantan series de The Walking Dead, Los Soprano, The Wire, The Shield y otras muchas, pero no por ello no me doy cuenta de que son series extremadamente violentas. Y no son series que transmitan al espectador repulsa por esta violencia, sino todo lo contrario. En el mejor de los casos, el espectador asiste a los crímenes y las palizas con indiferencia. Ya hablé de este tema en otro post (aquí), pero una una de las razones por la que detesto el cine de Tarantino es que en ellas puedes ver sin inmutarte cómo le machacan la cabeza a un tío con tal de que la música esté chachi. Y no son sölo las series. Son los videojuegos, los líderes de los grupos de rock y rap y un montón de cosas más. Con esto, evidentemente, no quiero decir que se deba ejercer la censura y prohibir todo esto por moralmente pernicioso como le gustaría al contertulio conservador de la radio. Sólo digo que los creadores deben tener cierta conciencia crítica con sus obras y, si ellos no lo tienen, deberíamos inculcar a nuestros hijos y alumnos esta conciencia y las estrategias para ser capaces de identificar los mensajes subyacentes en cualquier manifestación cultural, a analizarlos críticamente y no pensar que son guays sólo porque el protagonista lleva unos tatuajes molones, va vestido muy a la moda y la música y los trucos de cámara fardan un montón.
     

viernes, 17 de abril de 2015

Rodrigo Rato y el interaccionismo simbólico.




     Goffman en su interpretación del mundo como un teatro, distingue entre el espacio donde se lleva a cabo la representación social y la región posterior, a la que no tiene acceso el público y donde se puede discutir, discrepar y preparar la representación. Así por ejemplo, en un restaurante, empleado y jefe pueden discutir en la cocina, el segundo le puede llamar vago al primero y el primero farfullar que el empresario es un explotador, pero luego, en el salón de banquetes, ambos recibirán a los clientes con una sonrisa en la boca, tratando de transmitir que todo funciona bien, en paz y armonía.

     Algo similar estamos viviendo con el tema de Rodrigo Rato, el enésimo caso de corrupción política del Partido Popular. El expresidente ha sido detenido por alzamiento de bienes, blaqueo de capital y fraude. En la parte posterior de su particular escenografía social supongo que la noticia habrá caído como una bomba de neutrones. Imagino la cara de Mariano Rajoy, Dolores de Cospedal, Montoro y compañía cuando se enteraron de que este caso venía a apuntalar la Gurtel, Bárcenas, el descalabro electoral de Andalucía, etc... Luego habrá venido la discusión, se habrán echado las culpas unos a otros, y finalmente habrán decidido la estrategia que hacer ante la opinión pública. Ellos mismos y todos los tertulianos que tienen colocados en radios y televisiones repiten una y otra vez que esto es una prueba de la fortaleza del sistema democrático y de la integridad del Gobierno, que no hace distinciones entre amigos y enemigos a la hora de aplicar la ley. Goffman ya analizó este tipo de estrategias. Se hace como si se mostrase la parte posterior y transmitir así el mensaje de que no se tiene nada que ocultar. El problema, advierte Goffman, es la representación ha de ser creíble. Cualquiera sabe que ni siquiera los mejores actores -como Cospedal, Montoro y Soraya- pueden levantar un  mal guión. Y ese es el problema del Partido Popular, que ya nadie puede creerse su guión.

jueves, 2 de abril de 2015

Los gorditos estamos de moda.

  
 
 
   Como dice el título de este post, los gorditos estamos de moda. O lo estaremos pronto.
    A las pruebas me remito.
    Thostein Veblen, en La teoría de la clase ociosa, sostiene que son las élites económicas las que marcan los gustos y las modas. Según Veblen, son tendencia todas aquellas cosas y actitudes que permiten identificar a una persona como perteneciente a la clase ociosa, es decir, a los ricos que pueden vivir sin trabajar. Se identifica belleza y estatus económico. Marvin Harris, siguiendo las teorías de Veblen, pone como ejemplo el canon de belleza femenino. Hasta hace bien poco la mujer ideal era bastante culona y muy pálida. Nada de las anoréxicas morenísimas de hoy en día. Esto se debe a que hasta hace nada los pobres trabajaban en el campo, bajo el sol, y los ricos podían permitirse el lujo de quedarse a cubierto. Al mismo tiempo, los ricos podían atiborrarse a comida y acumular grasa y los pobres quemaban calorías a tope trabajando duro en el campo. El canon de belleza femenina ha cambiado porque en nuestros días ya casi nadie trabaja al aire libre. Los asalariados pasamos jornadas interminables bajo los tubos de neón que no ponen moreno. Sólo los ricos que no tienen que ir a la fichar a la oficina se pueden pasar cientos de horas muertas tostándose al sol. Y la comida rica en calorías y grasas saturadas es mucho más barata que la saludable. Por no hablar de la pasta que cuestan los nutricionistas, dietistas, liposupciones, cirugías y todo eso.
      Pero esto está cambiando.
     Como dije, es sólo cuestión de tiempo que los gorditos nos pongamos de moda. Hoy hasta los desempleados pueden pagar los cincuenta euros mensuales que cuesta un gimnasio. Además, tienen mucho tiempo libre. Gracias al neoliberalismo los ricos somos los pocos que tenemos trabajo. Y no tenemos tiempo ni ganas de ir a sudar en la biciestática después de una interminable jornada laboral.
      Además, cualquiera puede observar la tendencia de los últimos tiempos a convertir la gastronomía en una actividad fetichista. Como todo fetichismo, está sujeta a la comercialización y así surgen como setas restaurantes con millones de estrellas Michelin. Y no sólo es cool ir a estos restaurantes de nouvelle coucine. Dominar el arte de la mesa se considera una virtud de buen gusto. Saber de vinos, comer buenos productos y conocer restaurantes donde dan muy bien de comer es de muy buen tono. Y todo eso cuesta pasta y engorda. Gracias a que el neoliberalismo ha encontrado un nicho de mercado en el fetichismo de la comida, las chichitas y las lorzas se asocian a un alto estatus económico. Y, como dice Veblen, de ahí a convertirse en el gusto de la mayoría hay un paso.
      Y por último, hay otra razón fundamental por la que los gorditos estaremos de moda. No hay nada que horrorice más a los que se creen clase alta que se los identifique con la chusma barriobajera. No hay más que fijarse en los garitos de moda. Empiezan a ir los tipos cool, superchachis y modernillos. Luego el local se pone de moda, lo conoce todo el mundo y se llena de gente normal. Entonces los guays modernillos desaparecen. Pues lo mismo con tener una tableta de chocolate en los abdominales. Esta semana vi un poco de un programa de Telecinco en el que unos macarras se pelean por una chica y una especie de trono o algo así. Y todos esos macarras horteras eran tipos superchachas con cuerpos trabajadísimos en el gimnasio. No me imagino a los pijos de Serrano matándose para conseguir un cuerpo como los golfos de San Blas.
     Así que ya sabéis, si queréis ligar, atiborraos.
     

Jan Guillou: Trilogía de las cruzadas.

 
 
 
     Son tres novelas que cuentan la vida de un godo de Suecia que se educa en un monasterio, se hace templario y va a Tierra Santa, se hace amigo de Saladino y vuelve para ser una de las piedras angulares de la formación del reino de Suecia.
      Acostumbro a intercalar una novela densa, de esas que te hacen ver el mundo a través de los ojos del autor durante un tiempo, y una obra ligera. No puedo leer novelones uno detrás de otro porque necesito unos días de descompresión entre obra maestra y obra maestra. Si no lo hago así, no las digiero ni las disfruto. Es como si las desperdiciara. La trilogía de las cruzadas es una de esas novelas de transición. Es una novela histórica con todos los tópicos del género. Hay aventuras, un esquema clásico construido sobre el viaje iniciático, amores y amoríos, batallitas, figuras históricas convertidas en personajes de novela y todo eso. No está mal. Tampoco es para tirar cohetes, pero es entretenida.
     Generalmente, encuentro varios defectos en lo que solemos llamar novela histórica:
     En primer lugar, me molesta soberanamente que aprovechen una historia más o menos interesante para colocarme una lección de historia. Pongamos, por ejemplo, que un personaje llega a una ciudad sumeria. Entonces, sin venir a cuento, el autor aprovecha para contarnos con todo detalle lo que ve el personaje paseando por las calles, aunque esto carezca por completo de importancia para el desarrollo de la trama. Cuando leemos novelas contemporáneas y un personaje llega a una ciudad, el autor no empieza a contarnos que había semáforos, que los coches se paraban cuando el semáforo se ponía en rojo, que la gente camina como yendo a lo suyo con unos plastiquitos en los oídos que emitían música y que se llaman ipads, etc... No lo hacen porque es innecesario, retarda un montón la narración y se hace pesada. Pues lo mismo sucede con la novela histórica. Evidentemente, hay que darle más datos al lector porque no conocemos las geografías y los modos de vida del pasado como los de hoy en día. Pero no hay que demorarse más de lo necesario porque, como digo, resulta muy pesado. Jan Guillou incurre en este defecto algunas veces, como cuando nos cuenta cómo monta su castillo o cómo luchaban en Tierra Santa. Pero lo cierto es que estos pasajes descriptivos los lleva bastante bien y no abusa demasiado.
     Con frecuencia he comentado con una amiga que es profesora de historia esta tendencia del escritor de novela histórica a colarnos de rondón una leccioncilla de historia. A ella la llevan los demonios porque es buena lectora y además sabe historia. Siempre me dice que son datos históricos del todo banales y que, como dije antes, no hacen avanzar la trama, sino que la retardan. Ella cree que, si el lector quiere aprender ese tipo de chucherías de la historia, es mejor que se compre una de esas revistas de divulgación histórica que venden en los quioscos porque, con los veinte minutos que te lleva leerte un artículo, tienes tanta historia como en las cuatrocientas páginas de la novela.
     Esta última idea me lleva a la que considero una de las razones por las que triunfa tanto hoy en día la novela histórica. Desde hace tiempo se considera la lectura como un alto placer intelectual. Se ha extendido entre la gente como una verdad evidente que leer te enseña cosas y, por tanto, te hace una persona mejor. Sin embargo, la mayoría de la gente que sostiene este tipo de afirmaciones, no sabe muy bien por qué o qué es lo que tiene que aprender de un libro. A este tipo de gente, yo le diría que leer es un alto placer intelectual dependiendo de qué lees. Si lees El Código Da Vinci, no sólo no aprendes nada, sino que involucionas. Hay novelas que te muestran el alma humana y novelas que te confunden. Además, había altos cargos de las SS que eran gente muy culta y eran unos hijos de puta.
     Volviendo al tema de la novela histórica, estoy convencido de que triunfa tanto porque toda esa gente que cree que leer es bueno porque aprendes cosas ve algo concreto que le enseña la novela. "Al tiempo que lees una novela, aprendes historia", dicen. "Es un dos por uno". A esto habría que objetarles tres cosas:
     a) Uno lee porque disfruta. A aprender se va a la escuela, o te lees un ensayo, que se aprende más porque está todo más concentrado.
     b) La historia que se aprende en una novela de estas características es mínima. Entre otras cosas  porque está escrita desde la sensibilidad moderna.
     c) Pierre Bordieu, en Sobre el gusto, sostiene que el gusto popular se diferencia del gusto de las élites en que es utilitario. Las masas disfrutan de las cosas que creen que les sirven para algo. De ahí que cuando se gastan una pasta en una camiseta o un jersey, quieren que tenga la marca bien visible para que todo el mundo se entere de lo ricachón que es. Pues la novela histórica es lo mismo. Gusta porque creemos que sirve para algo.
     Volviendo a la novela de Guillou, he de prevenir a aquellos que les gustan novelas con conspiraciones paranoicas de sectas secretísimas que gobiernan el mundo de que no les va a gustar. En este sentido, y aunque el protagonista sea un caballero templario, se mantiene bastante comedido y es de agradecer. Una vez cogí por curiosidad una novela de Matilde Asensi y casi me vuelo la cabeza del espanto.
      Y poco más tengo que contar de esta Trilogía de las Cruzadas. Una novela histórica correcta, con una trama que se lee bien, buen ritmo, contenida en sus defectos y pocas virtudes. Una novela para desconectar, porque no va a estar uno toda la vida viviendo en el mundo del espíritu. El cerebro también necesita vacaciones de vez en cuando.