martes, 17 de febrero de 2015

La isla mínima (Alberto Rodríguez)



     No es fácil hacer una crítica de La isla mínima. Le han dado un montòn de premios, ha causado muchísimo revuelo y difícilmente voy a decir algo medianamente original. 

      La isla mínima es la versión española de ese género que se ha puesto de moda en los últimos años: el neonoir, indienoir o como le quieran llamar. Es una historia de detectives de toda la vida, con sus policías, su crimen y todo eso, pero ambientada en un submundo muy degradado, donde el mal absoluto acecha. El resultado suele ser un thriller duro, áspero, que nos enseña las entrañas de una sociedad profunda -en este caso de la Andalucía profunda en los primeros pasos de la Transición-. Los dos exponentes que más repercusión han tenido de este neonoir son la sobrevalorada True Detective y la independiente Winter´s Bone

      Dije en su momento de Winter´s Bone:

       Si vais por ahí y leéis las críticas de Winter´s bone encontraréis que todas ellas hablan de un thriller duro, áspero, sórdido, que nos enseña las entrañas de la América oscura. También leeréis que se inserta en la corriente de cine independiente modernillo, que siente una especial predilección por el lado oscuro del ser humano y los pasajes desolados y depauperados. Todo ello con un talonaje, una textura, una fotografía y unos escenarios que provocan una continua sensación de frío e inquietud al espectador. Y, por supuesto, una banda sonora muy molona, muy chic y muy moderna. Pero no moderna porque creen nuevos sonidos, sino porque recuperan los viejos, pero dándole una nueva estética para que sean cool.

      Exactemente lo mismo se puede decir de La isla mínima, pero cambiando las referencias a la América profunda por las marismas del Guadalquivir, el frío por el calor del fin del verano andaluz, y obviando lo de la banda sonora chic, porque lo cierto es que la música pasa bastante desapercibida, lo que es una pena, porque, del mismo modo que Debra Granik nos cuela una actuación de country como el colmo del estilo, Alberto Álvarez nos podía haber metido algo de flamenco, que es mucho mejor que el country.
        
        Hasta aquí lo que no me acaba de convencer de La isla mínima. No es nada original Es la versión cañí de lo que está de moda ahora en Estados Unidos. Pero creo que el resultado final es más que aceptable y hay muchas críticas que se le han hecho que me parecen del todo injustificadas.
        En primer lugar, es una película bastante entretenida. Está contada con ritmo. Se deja ver muy bien. En segundo lugar, la ambientación está francamente bien hecha. Es como meterse en un túnel del tiempo y aparecer de repente en los años ochenta. Para los que vivimos aquellos años, la película no es sólo un juego de nostalgia, es un auténtico desafío, porque realmente España era así -no refiero a los crímenes horribles, sino a los coches, a los bares, a la ropa, y a la gente en general-. Y en tercer lugar, técnicamente es impecable. Los planos cenitales consiguen realmente agobiarte.
       Hay quien dice que la trama está resuelta de forma atropellada. Es cierto. Todo se precipita en los último minutos y deja un montón de cabos sueltos. Pero hay que tener valor para criticar esto y alabar al mismo tiempo True Detective. La supuesta obra de arte de Nic Pizziolatto no sólo resuelve la trama de forma chapucera, sino que amplía la resolución un par de capítulos que no vienen a cuento. A mí no me importa en absoluto que las piezas del rompecabezas policíaco no encajen como los engranajes de un reloj. No necesito que el director y el guionista me sorprendan con un giro inesperado del guión al final y me dejen con la boca abierta. Es más, eso tiende a aburrirme. Lo que me interesa del género negro es que, con la excusa del crimen, desplieguen ante mí unos personajes y un ambiente interesantes. Ese es el caso de La isla mínima. He leído por ahí que no desarrolla los personajes, ni los principales ni los secundarios. Eso es no entender absolutamente de lo que es el cine. Los personajes y los conflictos de La isla mínima se apuntan, se infieren a partir de breves momentos. Una película dura dos horas. Difícilmente se puede desarrollar una personalidad en toda su complejidad. Para eso hace falta una novela. El cine apunta, sugiere. Y eso no lo convierte en un género menor. Como decía Lorca, la poesía está en el misterio. Y la ambigüedad del personaje de Javier Gutiérrez, que no quiero detenerme aquí a analizar para no hacer un spoiler, es fantástica.

     
       

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