sábado, 31 de enero de 2015

Ed Brubaker y Sean Phillips: Criminal



     De esta serie hay muy poco que decir que no haya dicho cuando hablé de Fatale. Tiene exactamente los mismos defectos: es un pastiche y el dibujo, que no está mal, es bastante impersonal. En este sentido, podría haberme ahorrado la crítica, pero creo que hay un par cositas que sí merece la pena comentar:
     Criminal también es un refrito de tópicos, pero, a diferencia de Fatale, no mezcla elementos de diversa procedencia, sino que recurre a todos los tópicos de la literatura de género negro. Hay un bar donde se reúnen todos los delincuentes, hay policía corrupta, hay hombres que huyen de su pasado, hay crímenes y robos imposibles, hay relaciones complicadas con la droga, hay maestros y discípulos en la escuela del crímen y, en definitiva, está todo. Ésto no tendría por qué ser un problema si no fuese por dos cuestiones: en primer lugar, Criminal es un cómic con pretensiones, y no puedes tener pretensiones si haces un pastiche; y en segundo lugar, los tópicos de la literatura negra están tan exagerados que resultan de cartónpiedra. No son verosímiles. Este error llega hasta la traducción, que me echó de la lectura continuamente. El narrador que interviene de vez en cuando para contarnos la historia usa una serie de expresiones que pretenden ser patibularias, pero, de exageradas, resultan ridículas. Además, están desfasadas, de modo que nadie puede creerse que un hampón hable así. Decir "dar matarile" en lugar de "matar" es propio de los años setenta. No sé si este defecto es del guionista o del traductor. No lo he leído en inglés, pero supongo que se deberá al primero y que el segundo ha tratado de mantenerse lo más fiel al espíritu de la obra original. Decía Will Eisner que el cómic debía buscar grandes historias. El público original del este subgénero pulp no era, en general, especialmente formado. Ello hacía que tuviese un filtro menor y se tragase cualquier cosa. Pero, si el cómic aspira a algo más que a ser un entretenimiento de adolescentes, tiene que tener buenos guiones. Como decía Eisner, no puede ser que un guión no valga para el cine o la novela por malo y sí para el cómic. Y eso es lo que le pasa a Criminal. De verdad que no entiendo cómo le han dado tantos premios.
       Puestos a buscarle alguna virtud, me gusta que sean historias autoconclusivas y que los personajes que han protagonizado un título, aparezcan como secundarios en números posteriores.
         

miércoles, 28 de enero de 2015

Ed Brubaker y Sean Phillips: Fatale






      Brubaker es uno de los creadores de cómic más prestigiosos del momento. Recuperó Capitán América y Daredevil y, según dicen por ahí su legión de fans, también ha conseguido revivir el género negro. 
       Me parece mucho decir.
      Fatale es una sucesión de tópicos uno detrás de otro. Hace que su historia gire en torno al arquetipo de la mujer fatal que hemos visto en infinidad de mitos, leyendas, películas y novelas, crea un ambiente lovecraftiano muy de moda en el ambientillo adolescente gótico, introduce un motivo de subcultura americana -las referencias a Charles Manson y su pandilla de chiflados son evidentes-, le da a todo un barniz de género negro y crea Fatale. Este truquillo tal vez le funcione con adolescentes góticos que adoran el cómic sin haber abierto un libro de Poe o ver una película de Polanski sólo por el hecho de que hay gente vestida de negro y sangre, fantasía y sexo. Pero a los maduritos que estamos un poco más leídos esto nos chirría porque evidencia que Brubaker no ha creado nada. Fatale es un refrito. Y un refrito por momentos cogido con alfileres, porque hay cosas que no se pueden mezclar, como el vino blanco y la fanta de naranja. 
       También es probable que su corta y pega le funcione con todos aquellos que le quieren dar al cómic un aura intelectual. Podrán leer este tebeo y reconocer todas las referencias y sentirse muy cultos y muy inteligentes haciéndolo. En tal caso, pueden quedarse con Fatale todo para ellos. Leer buscando referencias es como hacer un crucigrama. No es disfrutar de una historia, sino buscar soluciones. Es cierto que a Borges le funcionaba, pero precisamente por eso Borges me parece un escritor tramposo. Este juego es una forma de hacerle la pelota al lector y, por lo tanto, un camino muy poco honesto para gustar. Nietzsche dijo que la filología era el arte de aburrirse con la literatura precisamente por eso. Leer trazando mapas de fuentes e influencias te aleja de lo que de verdad importa, que es una historia que emocione.
     Según parece, cuando le preguntaron por qué había abandonado el cómic de superhéroes, Burbaker contestó que se sentía ridículo contando historias de gente que se disfraza y soluciona el mundo a golpes mientras hay personas que se encuentran en su lecho de muerte. No sé si esto fue un ataque de pose, de frivolidad o es que Brubaker es bobo. Supongo que será cualquiera de las dos primeras opciones, porque es inaudito que alguien que ha triufado contado historias de superhéroes reduzca el género a eso. A mí no me gustan ni Daredevil ni el Capitán América, pero decir que, por ejemplo, Batman sólo es un señor que se disfraza y arregla el mundo a golpes es o una estupidez o una frivolidad. Además, me resulta bastante curioso que haga una afirmación así y luego haga un cómic como Fatale, que es de una liviandad supina. De su afirmación se desprende que después de la experiencia con los superhéroes quiere dar el salto a un género trascendente, con mensaje político como Tardi o existencial como Goethe, y nada más lejos de la realidad. A parte de que más de la mitad de los personajes acaben muertos, no veo el mensaje por ningún lado.
           Y por si todo esto no fuese suficiente, la historia está mal contada. Uno se pierde y el tomo tres, con tantos saltos temporales a pasados remotos, además de ser un rollo, me da en la nariz que no es más que enredar un poco la trama para alargar la serie.
        Mención aparte merece Sean Phillips. También pasa por ser un grande, pero de la ilustración. No tengo tantos reparos con él como con Brubaker, pero no me parece un maestro en absoluto. Es cierto que domina la técnica. La viñeta está muy bien dispuesta y el cómic es agradable y rápido de leer. Pero con él tengo la sensación de estar ante un artesano que hace viñetas en serie. No le veo por ningún lado el toque personal, más allá oscurecer mucho los sombreados. Además, en algunos casos, no muchos, la expresión de la cara de los personajes no cuadra con lo que nos está contando. 
        Dave Steward es el encargado del color, que es lo mejor de toda la serie.
       




miércoles, 14 de enero de 2015

Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (Alejandro González Iñárritu)






     Muy buena película. 
     El argumento es bastante sencillo: 
   El protagonista es un actor madurito que en su juventud fue famoso por ser el que encarnaba en la pantalla a Birdman, un superhéroe. En el momento en que tiene lugar la narración ya está de vuelta, han pasado sus mejores años y poca gente se acuerda de él. El personaje, que confunde el amor con ser admirado, no puede soportar que la fama haya pasado de largo. Por eso se propone hacer una obra de teatro escrita, dirigida y producida por él. 
    Birdman es una historia que habla de muchas cosas. 
   En primer lugar, el tema principal es la redención, las vidas perdidas y la posibilidad de recuperarlas. La obsesión del Michael Keaton con su carrera y con mantenerse en el candelero lo ha llevado a vivir una vida que no es la suya. Como repite en numerosas ocasiones "no existo". La obra de teatro en la que se embarca lo pone en contacto con una serie de circunstancias que lo llevan a replantearse el sentido de su existencia. 
    En segundo lugar, Birdman habla de la fama, de la relación de las personas con ella y de la necesidad que tenemos los hombres del siglo XXI de dejar de ser gente anónima. Michael Keaton vive atormentado porque ya no es nadie. Trata de hacer una obra de teatro que sea reconocida por el público y la crítica porque necesita el prestigio.  
    La relación con la fama nos lleva al amor, el tercer tema de la película. Keaton vive obsesionado con la admiración de gente que no conoce, y esto le lleva a olvidar la naturaleza del verdadero amor, que es el amor humano, el de las personas cercanas a las que uno toca. En este sentido, hay una escena en la discute con su hija -una magistral Emma Stone- en la que ella le acusa de confundir amor con admiración y le dice que debe despertar porque esa necesidad de destacar, de no ser anónimo, es la misma que tienen todos los humanos del siglo XXI.
     En cuarto lugar, Birdman es una reflexión metacinematográfica y metateatral. Las fronteras entre la realidad y la ficción son permeables y por momentos se confunden los personajes a los que representa Keaton -Birdman y Raymond Carver- y el propio Keaton. Esta permeabilidad entre realidad y ficción llega a su máxima expresión en el personaje de Edward Norton y esa conversación maravillosa con Emma Stone en la que él le confiesa que se pasa la vida fingiendo excepto cuando se sube al escenario, donde es él mismo.
     En quinto lugar, es una crítica feroz a los críticos de cine y teatro. La crítica que ha decidido poner podre la obra sin haberla visto siquiera es un personaje deleznable. Y los dos momentos en los que Edward Norton y Michael Keaton, por separado, le dicen que un actor se lo juega todo en cada obra, mientras que ella no hace nada salvo sentarse y escribir etiquetas es una verdad como un puño. Se ve que González Iñárritu tenía algunas cuentas que ajustar después de algunos comentarios que se hicieron sobre Babel y 21 gramos. 
      Y podría seguir así durante muchos párrafos, desglosando todos los temas que toca esta película porque, como las obras de arte, Birdman es compleja, llena de matices, que nos llaman a un segundo y un tercer visionado. 
        Las actuaciones son más que buenas. Escoger a Michael Keaton para un personaje como este es un acierto memorable. Supongo que Michael Keaton debe tener mucho sentido del humor, porque aceptar un papel en el que se hace una sátira de lo que él representa sólo puede hacerse si uno no se toma demasiado en serio a sí mismo -lo que es una virtud-.
         Edward Norton es un actor de confianza. Muy pocas veces me ha defraudado. Y aquí no lo hace. 
       Y Emma Stone... ¿qué puedo decir de esta mujer? Que enamora desde el primer momento en que la cámara se posa en ella. Hace un personaje secundario de esos que uno quiere que se convierta en principal, que aparezca todo lo posible en pantalla. La escena final, que no contaré para no estropearos la película y sobre la que tengo mis dudas, merece la pena sólo por verle los ojos. 

Ojos increíbles
     Desde un punto de vista técnico, sorprende muchísimo el uso del plano secuencia. Prácticamente toda la película es un plano secuencia, o un falso plano secuencia con algunos truquillos para que lo parezca. En las conversaciones no hay plano-contraplano como estamos acostumbrados, los cambios de lugar no implican un cambio de plano, sino que la cámara sigue a los personajes y, cuando cambia de escena, sigue a uno de ellos hasta que aparece otro y le deja el testigo. Dicho así puede parecer un recurso un poco vacío, como si la película fuese demasiado formalista. Recuerdo que en Fresas Salvajes Bergman rodaba alguna conversación con un plano secuencia, moviendo la cámara de un personaje a otro para resaltar la distancia emocional entre ambos. Pero Bergman dosifica este recurso porque puede llegar a agobiar. No es el caso de Birdman. Aunque abusa de él, le da un toque especial que llama la atención desde el comienzo y, lejos de echarte de la película, hace que te metas más. Además de simbolizar el alejamiento emocional por medio del espacial como había Bergman, el plano secuencia tiene sentido cuando sigue a los personajes por los pasillos del teatro, se mete por las ventanas y se detiene en los camerinos. El teatro es como un pequeño submundo que la cámara recorre curiosa, deteniéndose en cada momento en lo principal. 

Surrealismo


      Quizá lo único que no me acabó de convencer del todo es el toque surrealista de la película. No me parece mal, porque el surrealismo siempre está en relación con las alucinaciones de Michael Keaton, pero a veces están demasiado presentes y no sé hasta qué punto eran necesarias y no tan sólo belleza visual gratuita. Pero esa no es más que una objeción menor y, en cualquier caso, bien merece la pena porque vale para poder ver esos ojos maravillosos en la última escena.

martes, 13 de enero de 2015

La reforma en la elección de alcaldes.Parece que ya no toca.



     Hoy por la mañana escuché en la radio a Alberto Núñez Feijoo, presidente de la Xunta de Galicia y del Partido Popular gallego, decir que "la reforma de la elección de alcaldes no toca". Resulta bastante curioso escuchar en boca de este señor una afirmación así, cuando hace apenas seis meses era uno de los paladines de esta reforma.
       Por si alguien ya no se acuerda, hace seis meses el Partido Popular lanzó un globo sonda para ver cómo reaccionaría la ciudadanía a un cambio en el sistema de elección de alcaldes. Esta reforma consistía en que sólo podría gobernar la lista más votada, hurtándole al resto de los partidos la posibilidad de pactar para formar gobierno. En su momento ya comenté que me parecía, entre otras cosas, un movimiento muy poco democrático para asegurarse el gobierno de muchos municipios (aquí). El desgaste del PP en el gobierno se reflejaba en las encuestas de intención de voto. El PP seguía siendo la fuerza más votada, pero ya no obtenía mayoría absoluta. Esto les suponía un problema, porque abría la posibilidad de que varios partidos pactasen para moverlos de la Casa Consistorial.
     Si ya no era evidente en su momento, las declaraciones de Feijoo son la prueba definitiva de que no era una reforma para mejorar la calidad democrática de nuestro sistema -como trataron de vendérnoslo-, sino una estratagema para perpetuarse en el poder. Ahora que la mayoría de las encuestas condenan al Partido Popular a la segunda, o incluso tercera, fuerza política en intención de voto, la reforma de la ley de elección de alcaldes ya no toca. 
        Parece que el miedo a Podemos les ha hecho reflexionar. Hay que dejar abierta la puerta abierta a pactar con quien sea con tal de tocar poder.

domingo, 11 de enero de 2015

El festín de Babette (Gabriel Axel)



        Película maravillosa.
    La acción transcurre en un pueblecito marinero de la costa danesa. Allí viven dos solteronas hijas del antiguo pastor protestante. Estas señoritas se han hecho cargo de las reuniones de oración, de los cánticos religiosos y del resto de obras de caridad tras la muerte de su padre. Un prolongado flashback nos cuenta la juventud de estas solteronas, cuando fueron bellas y cortejadas por un soldado y un cantante de ópera. Todo en un múndo opresivo por lo estricto y la religión formalista y rutinaria.
      Un buen día llega al pueblecito marinero Babette, una francesa que regentaba uno de los mejores restaurantes de París y que ha tenido que huir por cuestiones políticas. Las señoritas la aceptan como sirvienta y la vida en el pueblo continúa. Babette juega a la lotería y tiene suerte. Le cae un décimo agraciado. Pero, en lugar de dejar de servir y pegarse la gran vida, decide gastarse todo el dinero en una gran cena con la que agasajar al pueblo.



        Como dije, es una película maravillosa por millones de razones.
        Describe con una sutileza admirable el mundo cerrado por una religión intransigente. Esta religión coarta la felicidad de las personas, que se ven obligadas a renunciar a sus afectos personales. Las dos historias de amor de las dos hermanas son preciosas y, al mismo tiempo, terriblemente tristes. Como los grandes, Axel encuentra la belleza en el dolor. El paso del amor y la renuncia marca la vida de estas dos mujeres. Lo fácil hubiese sido hacer caricatura de ellas y presentarlas como una beatas santurronas. Pero no. Son dos personas estupendas, que fueron jóvenes y guapas. No se volvieron hacia una religión intransigente como justificación a su fracaso vital, sino que su fracaso vital es el resultado de esa religión intransigente.



         Ese mundo cerrado y pacato, que obliga a la gente a renunciar a lo que hay de humano en ellas, se rompe precisamente por algo tan humano como la comida. La felicidad está en los placeres y todos esos placeres son placeres humanos y, por lo tanto, carnales. El amor está subyugado por la religión. Y es la comida, el sentido del gusto, lo que abre una brecha en ese mundo.





         Desde un punto de vista técnico la película también es maravillosa. Nada más empezar, con esos encuadres tan sugerentes, el espectador tiene la sensación de que acaba de entrar en un cuadro de Rembrandt o Vermeer. Tanto los exteriores como los interiores están filmados con sobriedad y es el juego de la iluminación lo que crea el abanico de sugerencias. 



       Una película maravillosa. Cine de autor, pero no un cine intelectualista, deliberadamente formal y coñazo. En absoluto. Se ve muy, pero que muy bien.
               No leí la novela de Isak Dinesen en la que está basada la película. Pero teniendo en cuenta que Memorias de África me gustó bastante y que la película de Axel me parece un peliculón, creo que no tardaré mucho en leerla.
     
         

Malcolm Lowry. Bajo el volcán



     La novela empieza con la conversación entre dos amigos, Jacques Larvelle y el doctor Vigil, en la que recuerdan la trágica muerte de otro amigo común, el excónsul británico Geoffrey Firmin. Luego la acción se retrotrae a un año antes, precisamente el del día de la muerte del excónsul Firmin en Cuernavaca, México. A partir de las últimas horas del protagonista, por medio del flashbacks, de monólogos interiores y de todas las técnicas narrativas que popularizó Joyce en el Ulises, Lowry nos habla de las infidelidades de Yvonne, la mujer del cónsul que lo había abandonado un año antes y que se reúne con él el día de su muerte con la intención de retomar su relación, de Hugh, el hermanastro izquierdista que quiso ser cantautor y que tuvo un affair con su cuñada, y, sobre todo, la infinita tristeza sin causa y el descenso a los infiernos del alcohólico Geoffrey Firmin.
      Dicen por ahí que Lowry tardó diez años en escribirla. También dicen por ahí que Hugh y Geoffrey son la proyección de la personalidad de Lowry. Y también se comenta que es una de las joyas de la literatura universal.
       La novela tiene muchos puntos a su favor. 
     Para mí lo mejor es la tristeza infinita, la desolación sin causa del cónsul. Quien haya tenido alguna vez una depresión -no estar triste porque tu novia te ha dejado, sino una depresión de verdad- sentirá que Lowry sabe de lo que habla. Recrea con una fidelidad alucinante esa sensación del sinsentido absoluto de la existencia, de la nada, y la tendencia a la autodestrucción de esos estados depresivos o esas personalidades depresivas. Además, Lowry, como los grandes escritores, encuentra la belleza verdadera en el dolor. Hay algo de grandeza, de una belleza absoluta en la persona de Geoffrey Firmin.
       También es muy interesante Hugh, el hermano cantautor y luchador izquierdista. Es un personaje mucho más estereotipado que su hermano, pero no por eso es plano. Cuando digo que es estereotipado quiero decir que es un tipo, un personaje que podemos encontrar fácilmente a nuestro alrededor. Esta suerte de pseudoaristócratas con inclinaciones progres fue muy corriente en su época. Y es sorprendente la maestría con la que Lowry disecciona a este tipo de personajes, con sus contradicciones y sus aristas -probablemente porque Lowry era un poco así-.
     La novela está llena de simbolismo. Lowry era aficionado a la cábala, a buscar correspondencias y cosas por estilo. Llenó la novela de estos símbolos que tienen muchísima capacidad de sugerencia. Estos símbolos universales son plurisignificativos, de modo que uno puede leer varias veces la novela y encontrar en cada una de las lecturas un nuevo matiz, un significado nuevo.
            Sin embargo, no todo es maravilloso en Bajo el volcán.
           Lowry es una víctima de su generación. Era una época en que estaba muy de moda la experimentación y él sucumbe a este gusto de época. Es una pena, porque la experimentación literaria no siempre envejece bien. Hace que la lectura sea lenta, por momentos farragosa, y acaba aburriendo. Supongo que más de un intelectual se llevará las manos a la cabeza, pero a mí el Ulises me parece un coñazo de carallo. Hay veces en que la experimentación tiene sentido. La muerte de Artemio Cruz, por ejemplo. Pero el exceso de formalismo satura.
            En conclusión: una muy buena novela. Lowry conoce como pocos el alma humana. Construye un universo muy rico, lleno de significados, que no limitan la obra a una única lectura. Pero el gusto de época lastra un poco la novela. Hoy ya han pasado de moda muchos de esos giros y, más que sorprendernos, nos cargan.
         Y nada más, salvo comentar algunas curiosidades antes de terminar:
       a) Lowry concibió Bajo el volcán como una trilogía. Bajo el volcán era el infierno y había pensado en otras dos obras, una para el purgatorio y otra para el cielo. 
    b) Lowry empezó a escribir Bajo el volcán como si fuese un cuento que luego fue ampliando -como El Quijote-. 
       c) Trece editores rechazaron la novela. Uno de ellos dijo que la caracterización de los personajes era pobre -hay que ser burro para decir esto- y que era aburrida -en esto estoy de acuerdo por momentos-.
      d) La versión definitiva de la novela la hizo en un bosque de la Columbia británica a la que lo habían mandado después de que lo deportasen de México. Fue uno de los pocos periodos de sobriedad de Lowry.
       
      

China Mieville: La Ciudad Embajada / Embassytown





    China Mieville es uno de los autores de moda de la fantasía y la ciencia ficción. Se supone que les da a sus novelas un plus filosófico, que es lo que debe hacer la ciencia ficción, y no limitarse a aventurillas distópicas que no van a ningún lado estilo El corredor del laberinto o Los juegos del hambre. La ciencia ficción, tal y como la entiendo, es un género que sirve para reflexionar acerca de nuestro mundo actual a partir de nuevos universos ficticios creados sobre la base del nuestro, pero exagerando determinados aspectos. Se llevan estos aspectos hasta el extremo para pensar sobre ellos o para lanzar hipótesis acerca de qué sucedería si seguimos por el camino que vamos ahora. No se puede negar que China Mieville trata de hacer esto. Pero tengo algunos peros.
      La ciudad embajada ganó el premio Locus 2012 a la mejor novela de ciencia ficción. En esta novela se plantea un universo con miles de planetas colonizados, cada uno con sus propias especies y sus propias culturas. La acción transcurre en La ciudad embajada, un planeta en el confín de este universo. Allí los seres humanos conviven con los ariekei, unos alienígenas muy particulares, sobre todo por su lenguaje, que tiene una doble voz que no les permite el pensamiento abstracto y, por tanto, no conciben la mentira. Comunicarse con ellos es un tanto complicado, por lo que los seres humanos han creado a los embajadores, parejas de clones que tienen una sola conciencia, pero dos voces. A la Ciudad Embajada llega un nuevo Embajador que confunde a todo el mundo con su nuevo discurso. Y hasta aquí puedo contar, si no queréis que os estropee la novela. 
      Como dije antes, China Mieville no se limita a contar aventuritas intrascendentes. Su novela es una reflexión bastante seria sobre la comunicación, la abstracción y la metáfora. Sin embargo, creo que le falta fuerza narrativa. Como reflexión acerca del paso de un lenguaje que sólo sirve para designar lo concreto a un lenguaje que conceptualiza no tengo nada que objetar. Es un reflexión metalingüística bastante interesante. Pero lo cierto es que todo esto queda en nada porque la historia no acaba de enganchar. Le falta fuerza. Por momentos es bastante aburrida y a veces el lector se pierde con tanto salto temporal y tanta reflexión sesuda. Yo soy lingüísta y aún así hay cosas que no entendí. Y no creo que sea porque sean demasiado complicadas, sino porque yo cogí La ciudad embajada para leer una novela, es decir, para que me contasen una historia. No quería un ensayo de lingüística. Por eso había momentos en que desconectaba y, en consecuencia, hay cosas que no entendí bien. Hace muchos años tuve un profesor de creación literaria que me decía que, si quieres contar algo, que lo cuentes, que no busques excusas, ni te escondas el mensaje de tu novela/relato detrás de una trama. Este es el principal problema de la novela de Mieville. La trama es una excusa para colocarnos su rollo metalingüístico, lo que hace que rechine por todas partes. Y eso que hay que reconocer que tiene una imaginación pasmosa. Las granjas, los ariekei, los viajes, las relaciones humanas, los clones... todo está muy bien pensado y hubiese tenido un resultado mucho mejor si se hubiese rebajado la cantidad de reflexión metalingüística. Dije al principio que una novela de ciencia ficción debe hacernos pensar sobre nuestro propio mundo. Debe tener un mensaje. Pero una cosa es tener un mensaje y otra cosa es perderse en el mensaje y olvidar la acción. 
      En conclusión: es una novela aburrida porque se pasa de frenada. La literatura debe tener un significado profundo. Entiendo que queramos superar la fase en que la ciencia ficción era un subgénero pulp. Pero no hay que pasarse intelectualizando las obras, porque acaban siendo un rollo.

     P.D. Llegué a La Ciudad Embajada porque China Mieville es un personaje interesantísimo -desde luego mucho más que su novela-. Es el líder del partido comunista inglés actual y se convirtió al marxismo en la universidad porque le repugnaba el relativismo de moda en aquella época. 
      

miércoles, 7 de enero de 2015

Cuentos de la luna pálida de agosto (Kenji Mizoguchi)






        Es difícil ser escueto y moderado cuando uno habla de una película como esta. Una obra de arte con todas las letras. Quizá la mejor película japonesa que he visto nunca.
        Cuentos de la luna pálida es una adaptación de una leyenda japonesa del siglo XVI. Dos hermanos de origen humilde abandonan a sus mujeres para cumplir su sueño, uno convertirse en samurai, otro en rico comerciante.
       Todo en la película tiene el aroma onírico de los cuentos tradicionales. 
      En primer lugar, el título nos remite a una antigua tradición japonesa del siglo X, que consistía en que cada 15 de Agosto y 13 de Septiembre se moviesen esos paneles que hacen la función de pared en las casas japonesas y se sentasen los miembros de la familia a observar la luz de luna que entraba y recitar poemas, escuchar música o contar cuentos.
       En segundo lugar, bajo cada elemento de la historia se intuyen esas fuerzas telúricas y universales de las que se nutre la literatura tradicional. El viaje de los dos hermanos es una metáfora cinética de la búsqueda de la felicidad a través de la realización personal; la barca que cruza el lago en tinieblas simboliza la muerta y la futura desolación; el alma en pena
que embruja a hermano comerciante es el oropel de la vida mundana que nos aleja del verdadero sentido de la vida; la guerra simboliza las tribulaciones del espíritu; y así, uno tras otro, con cada uno de los elementos en los que se detiene la cámara. Pero que nadie se equivoque. No se trata de un filme intelectualista que haya que ver con un diccionario de simbología. Nada de eso. La narración transcurre con una naturalidad increíble. Mizoguchi juega sin estridencias con esos símbolos universales que nos llegan de forma inconsciente y remueven las profundidades del alma humana. La literatura tradicional se construye a partir de esos símbolos, pero, a diferencia de estas narraciones, Mizoguchi no necesita cientos de años para que la historia se vaya puliendo poco a poco. Sale sola, suave, sin una sola fricción. El símbolo, la realidad y la fantasía conviven sin estridencias que puedan echar al espectador de la película.

El alfarero hechizado por el espíritu de la princesa.

         Y en tercer lugar, como Caperucita Roja o Blancanieves, Los cuentos de la luna pálida de Agosto tiene una moraleja final. Ninguno de los dos hermanos encontrará la felicidad, porque el verdadero sentido de la vida está la cotidianeidad de la vida familiar. Como decía Heidegger, las verdades más evidentes son las más difíciles de ver. Y sobre este mensaje vital tan sencillo, Mizoguchi superpone un auténtico alegato feminista. Aunque los protagonistas sean dos hombres, sus esposas son las auténticas víctimas de su ambición. Cuentan que Mizoguchi era de familia humilde y su padre vendió a una de sus hermanas como gheisa para que él pudiese estudiar. Parece que este hecho dejó marcado al director nipón, que siempre muestra ternura y compasión en sus personajes femeninos. Muy profunda debió ser la huella, porque para construir la secuencia final del alma de la mujer del alfarero que recibe a su marido sin un solo reproche no basta con ser un genio. Hay que haber vivido de forma muy intensa las injusticias del sometimiento histórico de la mujer. 


       Técnicamente la película también es impecable. Son prodigiosos los planos muy largos y elaborados, el vestuario que le valió una nominación al Oscar, la inconmensurable fotografía que juega de forma alucinante con los claroscuros y la naturalidad de las transiciones entre lo real y lo irreal.
          En definitiva: un diez.  



El alma en pena y el alfarero.

sábado, 3 de enero de 2015

Las marcas, el capitalismo y la singularización de lo común




     Hace un par de semanas leí en el blog Mon Franco Sociedad posmercado un post muy interesante sobre los nuevos ricos y el mercado de la falsificación de marcas. El artículo hablaba de las marcas, las falsificaciones y el modo en que las percibimos y las usamos. Me gustó, le hice un comentario elogioso y la verdad es que no volví a pensar mucho en él. Pero hoy por la mañana, sabe Dios por qué, me desperté con el artículo en la cabeza. Todavía en la cama, con los ojos abiertos en la penumbra de la habitación, estuve pensando cómo explicaría un antropólogo económico el fenómeno de las marcas. Y la conclusión a la que llegué no es muy distinta a la de Mon, pero con otras palabras, porque para algo la antropología es la ciencia que consiste en contar cosas evidentes como si fuesen descubrimientos alucinantes. Y para eso hace falta verborrea académica y algunas citas pedantes. 
        Igor Kopytoff en "La biografía cultural de las cosas" sostiene que las sociedades tienden a mercantilizar todo en la medida que la tecnología se lo permite. Hay, por así decirlo, una tendencia natural a comprar, vender o intercambiar mercancías. Pero esta tendencia universal no se prolonga hasta el infinito, sino que está limitada por la cultura. Hay dos mecanismos fundamentales para ello:
         a) Las esferas de intercambio. Paul y Laura Bohannan señalaron que el mercado de los Tiv de Nigeria se estructuraba en torno a tres esferas: la de los bienes de subsistencia (productos agrícolas, ganado menudo, utensilios del hogar, pequeñas herramientas); la de los bienes de prestigio y gran valor (esclavos, ganado de porte, barras de metal y tejidos llamados tugudu); y la de los derechos sobres las personas, en especial sobre mujeres y niños (...) 
Los Tiv

        Estas esferas están separadas entre sí por compartimentos relativamente estancos. Los intercambios en el interior de una esfera dada son fáciles y considerados normales. (...) Al contrario, los intercambios entre esferas son mucho más difíciles de realizar. Los tiv consideraban que es recomendable intercambiar bienes de una esfera inferior por los de una esfera superior (por ejemplo, adquirir un bovino mediante ganado vacuno), y no lo hacen en sentido inverso más que bajo la presión de la más extrema necesidad. (...)
       Tales esferas de intercambio existen en todas las sociedades, incluidas las sociedades industriales modernas. Aceptamos sin dificultad el intercambio de favores y servicios en materia política o universitaria para encontrar un empleo o para desarrollar un asunto determinado, pero la monetarización de estos favores sigue provocando la indignación del público. Hay aquí una esfera de intercambio distinta de la esfera comercial.(1)

         b) Lo extremadamente singularizado es sacralizado por las sociedades y, por lo tanto, apartado del circuito comercial. Por ejemplo, los restos fósiles en nuestra cultura. Si alguien, por lo que fuese, encontrase restos fósiles de un dinosaurio, el Estado se haría cargo de ellos y los reservaría para que los científicos los estudiasen. En el polo opuesto de lo extremadamente singular, está lo extremadamente común, que tampoco es susceptible de ser mercantilizado. Por ejemplo, en nuestra cultura, el agua. Dado que en Europa es muy abundante, no se comercia con ella. Es gratis -por ahora-. O el aire. Hay mucho, de modo que no tiene valor y lo que no tiene valor no tiene dueño, ni se compra ni se vende.

     El capitalismo como sistema necesita crecer constantemente. Estancamiento o descenso del consumo deriva inevitablemente en crisis económica, como estamos padeciendo estos últimos años. Uno de los problemas que tiene el capitalismo es que crecer continuamente no es tan sencillo. Llega un momento en que las necesidades de un determinado producto
se agotan. La gente ya lo posee y no necesita comprar más. Como eso es un problema, nuestro capitalismo de mercado ha desarrollado una serie de estrategias para que el crecimiento no se detenga. Una de ellas es, por ejemplo, la obsolescencia programada. Nos venden productos deliveradamente perecederos para que tengamos que reponerlos. Otra estrategia también es, por ejemplo, crear nuevas necesidades que abran nuevos nichos de mercado. Así aparecieron los ordenadores, los teléfonos móviles... y hasta los runners que atestan los parques y los paseos marítimos de nuestras ciudades. Otra estrategia es el mundo de la virtualidad, encandilarnos con lo que podríamos llegar a hacer con un determinado producto -Richard Sennett explica esto muy bien-. Y las marcas son otra forma de crear mercado. 
       Pongamos el ejemplo de una sudadera. Es una mercancía bastante común, por lo que su valor no debe ser demasiado elevado. Sin embargo, poniéndole una etiqueta de Nike o de Adidas se singulariza lo común. Se le da un valor añadido y se abre, por tanto, una brecha entre el valor de uso y el valor de cambio. 
        El proceso por el cual las marcas singularizan lo común es extremadamente sencillo. A
Coche potentísimo. No es infrecuente ver a burgueses
cincuentones al volante de uno de estos coches
conduciendo a 120 km/h por el carril de los rápidos.
veces hacen ediciones limitadas, de un vino o de una falda. Recuerdo ahora que H&M sacó una edición limitada de ropa diseñada por no sé qué modelo que costaba un poco más que la ropa que allí venden normalmente. Por supuesto, los almacenes comerciales reventaron con la cantidad de gente que fue a comprar. Agotaron el producto en unos minutos y se sacaron una pasta. Sin embargo, no es conveniente abusar de las ediciones limitadas, porque, al haber pocos productos, detienen el mercado. Las marcas son una estrategia mucho mejor. Racionalmente, nadie gastaría diez veces más en una sudadera sólo porque lleve el logo de Nike o de Adidas. Pero las marcas no apelan a la racionalidad del consumidor, sino a la universal tendencia a la jerarquización del ser humano. Vayamos donde vayamos, los seres humanos tendemos a establecer rangos, jerarquías, personas que las diferentes sociedades colocan unas por encima de otras. En nuestra sociedad capitalista es el dinero el que distribuye a las personas en diferentes estatus. Los que tienen mucho arriba, los que tenemos poco abajo. Al aumentar el precio de una mercancía, esta se convierte en un símbolo de estatus, ya que cualquiera no puede acceder a ella. Y esa

naturaleza competitiva de los seres humanos es la que nos lleva a dilapidar una cantidad ingente de esfuerzo, sacrificio y dinero en lucir marcas, porque con ellas lanzamos a nuestros semejantes el mensaje de nuestro estatus elevado. Las marcas son, por tanto, el equivalente capitalista de la corona de plumas del jefe apache. El capitalismo vio un nicho de mercado en la tendencia a la jerarquización del ser humano y decidió aprovecharla. El estatus, como todo en el capitalismo, también en susceptible de ser comprado y vendido.

(1) Ph Laburthe-Tolra y J.P Warnier, Etnología y antropología, Madrid, Akal, 1998, p. 217.




Sudadera Adidas. Nótese la necesidad de
exhibir el logo de la marca.