martes, 16 de septiembre de 2014

La edad de la ignorancia (Denys Arcand)



    Tercera entrega de la trilogía, a la que anteceden La decadencia del imperio americano y Las invasiones bárbaras. Cuenta la vida de JeanMarc, un oscuro funcionario de un supuesto Quebec independiente. La existencia de Jean Marc es un absoluto desastre: su trabajo le aliena, su mujer, obsesionada con el éxito laboral, tiene un amante y sus hijas lo ignoran. Para poder sobrellevar esta situación, Jean Marc se evade en un mundo de fantasía, donde es lo que le hubiese gustado ser. Así, en la narración cinematográfica, se mezclan continuamente realidad y ficción.
    La edad de la ignorancia es, sin lugar a dudas, la peor de las tres películas que componen esta trilogía. En primer lugar, la película se articula en dos partes de calidad muy desigual. En la primera hora se nos introduce en el día a día del protagonista. Tiene puntos bastante buenos, Arcand mantiene su actitud de conciencia crítica del estado del bienestar y hay gags muy graciosos. Cuando Jean Marc sueña despierto, se crea un humor surrealista y absurdo que surge del choque entre realidad y ficción que tiene secuencias de esas que se te quedan en la memoria y recordarás mucho tiempo después cuando te veas en una situación similar. Sin embargo, la segunda hora baja mucho el nivel. Jean Marc toma las riendas de su vida y siento decir que es poco verosímil y la sucesión de buenos chistes pierde fuelle.
     En segundo lugar, la articulación de La edad de la ignorancia con sus predecesoras  es bastante vaga. A parte de la aparición fugaz de uno de los personajes y de mantener esa actitud crítica, no hay nada más que pueda unirlas. La edad de la ignorancia podría ser una película independiente perfectamente. Y la verdad es que nos hubiese gustado saber qué fue de los protagonistas de  La decadencia del imperio americano y Las invasiones bárbaras
     En tercer y último lugar, me ha acabado por cargar la ambigüedad moral de Arkand. Si analizamos una por una sus críticas nos encontramos con que no ha dejado títere con cabeza de los pilares de la sociedad del bienestar. Los protagonistas de las dos primeras partes son unos profesores snobs que se formaron por moda y que lo cierto es que su actividad docente deja bastante que desear -palo a la educación pública-. Son funcionarios acomodados, gente de clase media pseudoburguesa -palo a las clases medias-. En Las invasiones bárbaras se despacha a gusto con la sanidad pública, que no funciona una mierda, y con los sindicatos, que son un atajo de corruptos. El hijo del moribundo aparece y lo soluciona todo pagando aquí y allá. haciendo llamadas y, en definitiva, con métodos propios de la empresa privada. Y en La edad de la ignorancia se queda a gusto rajando del funcionariado y del Estado protector. Jean Marc trabaja en un estadio deportivo reconvertido en edificio público. Es una actividad estúpida y alienante muy a lo Max Weber y su jaula de hierro (si quieres saber un poco más de estas teorías las explico brevemente a propósito de Play Time). Pero, sobre todo, se ceba con los usuarios de esta oficina de atención al ciudadano. Los ciudadanos de este ficticio Quebec independiente acuden a esta oficina a que el Estado solucione sus problemas. Por supuesto, la burocracia estatal no sólo no puede hacer nada por ellos, sino que con frecuencia es la causante de los males de la ciudadanía. Todo un alegato a favor del individualismo y un bombazo en la línea de flotación de en esa concepción socialdemócrata del Estado como una asociación de hombres libres cuya finalidad es ayudarles por medio de un reparto justo de bienes (si os interesa el discurso del estado protector podéis leer No pienses en un elefante de Lakoff. Es un ensayo fácil y ligerito).  
     Esta conciencia tan crítica con la sociedad del bienestar, que tanto recuerda a Houellebecq, se contesta fácilmente con la crisis actual, ¿A Arcand -o a Houellebecq-, que tan preocupados parecían con aquella sociedad decadente, les gusta más esta? Sé que no. Y por eso me apena que tanto Arkand como Houebellecq hayan cargado de argumentos a los dirigentes neoliberales actuales para desmontar el Estado del Bienestar. 
     En cualquier caso, la película no es un desastre ni mucho menos. Hay momentos que me han hecho reír de verdad, como la comisión para el uso correcto del lenguaje o los pobres diablos a los que Jean Marc atiende en su escritorio. 










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