sábado, 27 de septiembre de 2014

El precio del poder (Brian De Palma)





   Es un remake de la película de Howard Hawks de 1932, aunque no se parecen demasiado. 
    El argumento es sencillo: un refugiado político cubano llega a Estados Unidos dispuesto a cumplir el sueño americano: medrar, ser su propio jefe y hacerse rico. Pero para los cubanos sólo hay la cara b de este sueño, su versión oscura. El mundo de Tony Montana no es el del empresario emprendedor, los hijos rubios y la casita unifamiliar. Es el mundo de la mafia, de la delincuencia, de la droga y la violencia. Y Tony Montana es el hombre indicado para abrirse paso allí. Es violento, duro y sin escrúpulos.
    Como se deduce del argumento, el tema de la película es la ambición. Tony ha llegado a EEUU con la intención de medrar y hace lo que sea para ello. El mensaje es el de siempre: para medrar no vale todo y la ambición desmedida es perniciosa. 
    El guión -de Oliver Stone- está construido en torno al esquema típico de auge y caída. Tony medra y cae convertido en un loco paranoico. A pesar de que el metraje es bastante extenso, tiene bastantes fallos y hasta me atrevería a decir que es un poco flojo. Hay vacíos que no se entienden bien, lagunas que el espectador llena porque sabe -o intuye- este esquema clásico de auge y caída. Pero hubiese sido conveniente dejar atados todos los cabos, porque hay momentos en los que puedes llegar a perderte. El paso de Tony Montana de sicario a capo de la droga no se nos cuenta, más allá de esa memorable frase en la que le planta cara a su jefe con esa frase gloriosa que ha pasado a la historia:
     -Lo único que da órdenes son los cojones. ¿Tú los tienes?
    Cuando vi a Tony Montana convertido en capo de repente, me volví hacia mi mujer sin entender bien.
    -¿Pero ahora Tony es el jefe? -le pregunté.
    
     Aparte de estos defectos del guión, De Palma comete algunos errores de direccción. La película es demasiado efectista -la escena de Al Pacino con toda la cara embadurnada de cocaína es demasiado-, hay cámaras lentas fuera de lugar, movimientos de cámara excesivos y alguna que otra cosa de la que ahora no me acuerdo.
     Sin embargo, sería injusto utilizar estas objeciones para descalificar la película en su conjunto. Decir alegremente que De Palma es un mal director y nominarlo como lo hicieron a los premios Razzie como peor director es una columpiada de carrallo. El precio del poder está de puta madre por muchas razones:
     En primer lugar, la colección de imágenes de los inmigrante cubanos huyendo de la isla con la que empieza la pelicula es bestial. En un tono documental, De Palma nos coloca una serie de imágenes de lo que fue la emigración cubana en busca del sueño americano que enmarca perfectamente el contexto sociohistórico en el que enmarca la trama.
     En segundo lugar, las actuaciones son colosales. Poco puedo decir de Pacino que no se haya dicho ya. Y Michelle Pfeiffer y Steven Baner y hasta le último secundario. Las actuaciones impresionantes suplen con crecen los pequeños fallos de guión.
     En tercer lugar, está el tratamiento de la violencia, que es la razón por la que decidí volver a ver esta película tanto tiempo después. Desde que hace meses hablé con mi cuñado de la violencia en el cine, es un tema que me obsesiona. Me repugnan las películas de Tarantino, en las que puedes ver sin inmutarte cómo le machacan la cabeza a un tío con tal de que la música esté chachi. Pierre Legendre ve en esta hiperexposición a la violencia una forma de controlar a las masas. Las atiborras con imágenes de violencia, pero que no transmiten "ningún saber sobre esta violencia". Nos volvemos insensibles ante ella porque carece de sentido (en este sentido es muy interesante la entrevista que le hace mi cuñado a Vicente Ponce en La zancadilla y lo que responde él en referencia a Funny Games de Haneke).
     Brian de Palma no cae en absoluto en la banalización de la violencia a la que se ha entregado el cine actual. El precio del poder es una película violenta. Mucho. Tanto que hasta parece recrearse en ella. Sin embargo, aquí la violencia sí tiene un sentido. De Palma quiere que veamos lo que es la mafia de verdad. Nada de esas versiones estilizadas de Scorsese o Coppola, tan idealizadas que hasta parece que se un gangster. En El precio del poder De Palma se detiene en las escenas de violencia para que caigamos en la cuenta de lo que realmente significa se un mafioso. Es como una ducha fría de realidad. No en vano Stone se metió en el mundo de la mafia latinoamericana para documentarse para el guión.
    Sin embargo, limitarse a una exposición a la violencia para que el espectador tome conciencia hubiese corrido el riesgo de hacer una película demasiado moralista. Es necesario que el espectador sienta cierta simpatía por los protagonistas, aunque estos sean una encarnación del mal, para identificarse con él y, así, emocionarse con sus avatares. Así lo hace Patricia Highsmith con Ripley. Y también lo hace así De Palma. Tony Montana puede ser ultraviolento, pero tienen palabra. A su manera, es un hombre de honor. Y a través de este rasgo de carácter es como De Palma engancha al espectador y consigue que participe de las emociones de su protagonista. 

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