domingo, 31 de agosto de 2014

Thomas Bernhard: El malogrado.



    El argumento de El malogrado es bastante sencillo: el narrador viaja hasta su antiguo hogar porque un amigo se ha suicidado. Allí, rememora su amistad y la relación que ambos tuvieron con Glenn Gould, un genio del piano. A partir de aquí, el narrador reflexiona  sobre los personajes, la condición humana y las limitaciones -el narrador y el amigo que se ha suicidado también eran pianistas, pero lo dejaron porque no podían sufrir la comparación con el genio Glenn Gould.
     Thomas Bernhard es un escritor más que respetado en los ambientes intelectuales. Y siempre, además de que es muy bueno, se dice de él que es un autor difícil. Ambas afirmaciones son ciertas. 
     En primer lugar, El malogrado disecciona de manera prodigiosa a tres personajes y, sobre todo, la frustración ante los propios límites. En segundo lugar, es una lectura bastante lenta, porque apenas si tiene acción. En las primeras páginas el autor plantea lo que yo he resumido como el argumento y, a partir de ahí, dedica un par de cientos a reflexionar, a construir los personajes, a los que va añadiendo características como las capas de una cebolla. Da vueltas y vueltas sobre ellos, contando de vez en cuando una anécdota aquí, una impresión personal allá, no siempre coherentes entre ellas. 
     Existe una cierta correspondencia entre la época, la cultura y el gusto del público. Si no recuerdo mal, la grandísima Mary Douglas le dedica a esta tesis todo un ensayo (Estilos de pensar). Esta misma idea es la que utiliza Hatzfeld para explicar la estética del barroco. 
    Me cito a mí mismo -mi tesis-:
     
   Cuando Góngora compone un poema tan complejo formalmente como la Fábula de Polifemo y Galatea, forma y contenido son expresiones de una misma cultura. Todo el optimismo y el reformismo renacentista acaban en el cisma luterano, la Contrarreforma, las guerras de religión, el cisma anglicano, las guerras dinásticas en Francia, Alemania, norte de Italia, Portugal y España, etc… Como era de esperar, esto provoca una nueva sociedad pesimista y desencantada. Este hecho, lógicamente, se proyecta sobre el contenido de las obras literarias, que se conducen fundamentalmente en dos direcciones: bien hacia amargas reflexiones que ahondan en el desencanto, bien en forma de huida hacia mundos ideales -la Fábula de Polifemo y Galatea, sería un ejemplo de esta segunda dirección-. En cuanto a la forma, la Fábula de Polifemo y Galatea se comporta del mismo modo. La hiperabundancia de recursos literarios, las complejas antítesis, metáforas, paradojas, disemias, las alusiones mitológicas, etc…, no son más que el deseo de huir del lenguaje cotidiano hacia un mundo de maravillosa artificiosidad. Hasta el empleo de latinismos, ya sean léxicos, ya sintácticos, y la creación de neologismos sobre la base latina expresan esta voluntad de alejarse de las formas vulgares, entroncando con un idioma asociado simbólicamente a la idealizada antigüedad grecolatina.
Al mismo tiempo, la ruptura brusca de los ideales renacentistas en treinta años de guerras y hambrunas lleva a la cultura de la época a percibir simbólicamente la vida como algo inestable, sujeto a los vaivenes del tiempo. La vida es continuo devenir, perpetuo cambio, tiempo fugaz que fluye y no se detiene. Esta nueva identidad cultural se concreta en lo que Hatzfeld llamó fusionismo, que no es sino la proyección de esta concepción del tiempo en las formas. Los contornos entre las cosas se difuminan. Las líneas de Miguel Ángel o Leonardo, bien definidas para delimitar los objetos, pierden esa función en la obra de Rubens o Caravaggio. Los personajes planos dejan paso a personajes como Polifemo, lleno de contradicciones, brutal y enamorado, cruel y delicadamente entregado a Galatea. Góngora nos presenta en un mismo plano la belleza de Galatea y la fealdad de Polifemo, la brutalidad y el amor. Y todo ello se concreta en unas formas al servicio de esta concepción dinámica del tiempo: el poema se construye a partir de frases dislocadas, de elipsis, de antítesis, de un ritmo acelerado, etc… Forma y contenido son el resultado de una cultura que percibe simbólicamente la vida como continuo devenir y que, ante la degradada realidad social, anhela esquivar los aspectos desagradables de esa realidad cotidiana.

    Lo mismo sucede hoy en día. Como dice Richard Sennett en La cultura del nuevo capitalismo, el mundo actual es cambio perpetuo. Hay innovaciones tecnológicas constantes -hace treinta años internet y los teléfonos móviles apenas si se usaban-, las personas nos vemos obligadas a cambiar de empleo una media de cuatro veces en nuestra vida con el consiguiente cambio de amistades y a veces hasta de relaciones sentimentales, el valor de las empresas no se mide por los dividendos que repartan a final de año, sino por lo que pueda valer en el futuro, etc. Esta cultura del cambio, de la flexibilidad, se concreta en un gusto por las acciones trepidantes, con peripecias continuas, es decir, con cambios continuos en la trama. Si uno mira los grandes éxitos de ventas, tanto de cine como de novela, es curioso observar cómo todas esas historias se basan fundamentalmente en una trama que avanza con mucha rapidez, que cambia continua y bruscamente. Desgraciadamente, esto va en detrimento del desarrollo de los personajes. Una novela es como vasos comunicantes. Si le dedicas mucho a la trama, inevitablemente habrás de recortar en la caracterización de los personajes, al menos en aquella forma de caracterización que no se deriva directamente de sus acciones. En este sentido, no hay un escritor menos moderno que Thomas Bernhard. En El malogrado apenas si pasa nada. En las veinte primeras páginas ya sabemos todo lo que va a pasar. Un amigo que quería ser un erudito del piano se ha suicidado y el otro amigo, el genio del piano. hace un año que ha fallecido de muerte natural. Fin de la historia. Y a partir de ahí, a diseccionar a los personajes, a describirlos hasta la extenuación, a profundizar en la naturaleza última de sus motivaciones, a, en definitiva, a construirlos lentamente, con morosidad, pero también con rigurosidad y profundidad. De ahí que al lector actual, orientado culturalmente hacia un gusto por la rapidez, lo encuentre difícil. Estoy seguro de que si hiciese una encuesta entre el lector medio, al que le gusta Eugenides o Paul Auster, diría que Bernhard le aburre porque no pasa nada. 
    Pues bien, puede que no pase nada, pero es un novelón como la copa de un pino. Sólo recomendable, evidentemente, a lectores que estén acostumbrados a narraciones distintas al trepidante ritmo actual. Si te gusta En busca del tiempo perdido y no sientes la necesidad de que maten a alguien o haya una horrible traición sentimental, Thomas Bernhard te gustará. Si no, no. Puede sonar elitista, pero es lo que hay

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