lunes, 21 de julio de 2014

Branimir Scepanovic: La boca llena de tierra.


    Un hombre con un cáncer terminal va en un tren camino de su Montenegro natal para pasar el poco tiempo que le queda. A medio camino, se baja del tren y se adentra en un bosque para morir allí, en lugar de donde lo tenía planeado. Pero se encuentra con unos campistas que, sin saber exactamente por qué, empiezan a perseguirlo. El hombre con cáncer terminal, sin tener tampoco una razón concreta, huye. Poco a poco se va uniendo gente a la persecución. Hasta aquí el argumento de la obra. A lo que habría que añadirle que está narrada desde un doble punto de vista: desde uno de los perseguidores, que utiliza siempre el yo y el nosotros y se pregunta por los motivos que le llevan a esta persecución absurda; y el del perseguido, escrito en cursiva y tercera persona, y que despliega ante el lector un personaje con una vida desperdiciada que descubre la alegría de vivir cuando ya casi no le queda tiempo.
     Se supone que la lectura de La boca llena de tierra tiene que ser inquietante porque refleja a la perfección la relación entre el individuo y la masa, entre la norma y la disidencia y los motivos del hostigamiento colectivo que llevó a fenómenos como el nazismo, el stalinismo y demás regímenes totalitarios violentos. Es decir, que la persecución sin sentido es una metáfora del modo en que las masas se comportan con la disidencia y lo distinto. 
     Pues bien. Todo lo que acabo de decir es cierto. Pero a mí La boca llena de tierra me aburrió soberanamente y no me inquietó lo más mínimo. No dudo que técnicamente sea impecable y que el mensaje oculto sea de lo más atractivo porque nos hace reflexionar sobre la sociedad y el comportamiento humano, sobre todo en estos tiempos de crisis en los que afloran movimientos populistas como el de Marine Le Pen en Francia o el UKIP en el Reino Unido. Pero con un mensaje social no basta. Para eso que escriba un ensayo. La boca llena de tierra es aburrido de narices. Y, por si no fuese suficiente, te cascan catorce euros por un libro de setenta páginas con letra gorda -por otra parte, si no fuese por su brevedad dudo mucho que lo hubiese acabado-.
     Pero bueno. Esto no es más que una impresión personal. A Tolstoi le parecía que Shakespeare era una mierda. Y con esto no quiero compararme a mí con Tolstoi ni a Scepanovic con Shakespeare. Sólo quiero decir que los gustos son una cuestión muy personal, máxime con escritores contemporáneos que aún no han pasado el juicio de la historia. O tal vez sea que no lo cogí en el momento adecuado, que también puede ser. 
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario