jueves, 13 de marzo de 2014

Marshall Sahlins, Economía de la Edad de Piedra, y Pierre Clastres, La Sociedad contra el Estado.


http://ebiblioteca.org/?/ver/42627

http://ebiblioteca.org/?/ver/42351


                Son dos libros antiguos, de los años setenta. Pero con todo este rollo de la crisis económica creo que contienen ideas que deberían hacernos reflexionar.
                Yo tengo un amigo que se ha quedado en paro. Trabajaba en la metalurgia. Otra empresa compró la fábrica. Los nuevos dueños mantuvieron la plantilla durante seis meses, pero, aunque la fábrica daba beneficios, los costes laborales eran altos. Cerraron la fábrica y se la llevaron a Portugal, donde los salarios son mucho más bajos. Lo que realmente habían comprado era una cartera de clientes.
                Mi amigo es un tipo tranquilo. En lugar de volverse loco buscando un empleo que no iba a encontrar, decidió que no quería trabajar. Hizo cálculos. No tiene hijos, tiene la casa pagada y, entre la indemnización, el paro y los ahorros, calculó que tenía para cinco años. Sólo era cuestión de reducir gastos. Dejó el coche para siempre jamás, no compró más ropa y sólo toma un café en bares de vez en cuando.
                A mí me parece una opción bastante respetable y quizá hasta digna de imitar. Pero no todo el mundo piensa lo mismo. Como dice Bauman, los parados son los parias del siglo XXI. Sin dinero que gastar, no tienen nada que aportar al consumo masivo sobre el que se sustenta el capitalismo actual. Son lastres, parásitos sociales. Y así perciben a mi amigo otras personas, que hacen comentarios críticos y alguno hay que hasta lo mira mal. (otro enlace para el que se quiera bajar el libro de Bauman http://ebiblioteca.org/?/ver/58692 )
                Esta doble reseña de Economía en la Edad de Piedra y La Sociedad contra el Estado son una defensa de mi amigo y su actitud.
                Según Sahlins, Occidente ha difundido la idea de las sociedades primitivas como bandas humanas angustiadas, siempre al borde de la inanición. Nos imaginamos a las antiguas tribus de cazadores-recolectores muertos de frío, recorriendo distancias enormes en busca de alguna raíz que echarse a la boca o corriendo desesperados detrás de un conejillo de carne magra. Pues nada de eso. Sahlins se fijó en las tribus de cazadores-recolectores que aún quedan hoy en día. Y resulta que comen bien y, lo que es mejor, apenas si dedican un par de horas diarias al trabajo productivo. El resto es zanganear, flirtear y tomar el sol. Por si esto no fuese suficiente, durante el tiempo de trabajo lo pasan bomba porque la caza y la pesca se perciben como una fiesta. Y aún hay más: la esperanza de vida entre los ¡kung del desierto de Kalahari es de sesenta y cinco años -doy el dato de memoria, puede que me equivoque año arriba año abajo-.
Nativo guayaquis pasándolo pipa cazando pájaros

                Sahlins llama sociedades de la opulencia a estas triubs primitivas de cazadores-recolectores o agricultores de roza . Opulento no quiere decir que sean como marajás hindúes, todos llenos de oro y siempre en festines opíparos y lujuriosos. No. Opulencia significa satisfacción fácil de las necesidades. Y ellos las satisfacen. La diferencia es que ellos necesitan poco y nosotros mucho. (si a alguien le interesa Shalins en estos dos videos lo explican muy clarito: https://www.youtube.com/watch?v=LHLRLZZQL5g https://www.youtube.com/watch?v=hu_XslhcpxY )
                Pierre Clastres parte de esta idea y se pregunta qué llevó a los seres humanos a cambiar este Jardín del Edén por la esclavitud en un imperio agrario o el trabajo alienado en una fábrica. La respuesta es bien sencilla: para que estas sociedades de la abundancia funcionen, es necesario que los recursos naturales estén muy por encima de las necesidades del grupo. Esto no quiere decir que el entorno natural sea extremadamente fecundo –los ¡kung viven en un desierto-, sino que la densidad de población tiene que ser baja para que haya alimento fácil para todos.
                Pero hubo un aumento demográfico. La comida ya no llegaba y apareció un abusón que puso a todos a trabajar con métodos más productivos. Surge la agricultura intensiva y, con ella, los excedentes. Y aquí viene el lío. En el modo doméstico la producción se detiene en el mismo momento en que obtienen lo que desean. Tengo lo que quiero y ya no trabajo más. Pero ahora ya no trabajas para ti. Lo haces para un señor –o señores- que reciben toda la producción y luego la redistribuyen. Este señor –o señores- tienen el poder de hacerte trabajar más de lo necesario para quedarse con parte de la producción.
                Dice Clastres que el Estado es la institución que vela por el mantenimiento de este reparto injusto de bienes y trabajo. El Estado se reserva el derecho de ejercer la violencia física y simbólica para que muchos trabajen para unos pocos.
                Las sociedades primitivas saben esto y por eso tienen mecanismos que limitan muchísimo el poder de los jefes. No quiero extenderme ahora explicando estos mecanismos porque la reseña quedaría muy larga. Nos basta con el ejemplo de Gerónimo. Cuando los soldados mexicanos arrasan su aldea, los apaches chiricahua eligen a Gerónimo caudillo militar. Es una situación excepcional y en la guerra es mucho más operativo tener un general que guíe las tropas que andar debatiendo cada decisión. Gerónimo aplasta a los soldados mexicanos y se gana una merecida reputación militar. Sin embargo, los guerreros chiricaua se vuelven a sus casas. Gerónimo pasará el resto de sus días tratando de convencer a su gente para que siga la lucha. Pero muy pocos le hacen caso. Las tribus chiricaua conocen el peligro de extender demasiado el poder de un hombre.
               Desgraciadamente para el modo de producción doméstico, los mecanismos de defensa no siempre sirven y surgen los jefes, abusones, cabecillas y el Estado.
             A la luz de todos estos datos y volviendo a mi amigo, yo me pregunto quién debe mirar mal a quién. Y con esto no quiero decir que debamos volver a ese pasado idílico de la abundancia y reciprocidad. Tampoco creo que podamos recuperar ese paraíso primigenio por medio de la revolución del proletariado. No soy un hippie, ni un comunista ortodoxo. Ni siquiera sé hasta qué punto Sahlins y Clastres estaban en lo cierto. Lo que me pregunto es con qué autoridad moral nos permitimos hacer comentarios críticos sobre alguien que ha decidido reducir necesidades a cambio de tiempo libre, mientras nosotros desperdiciamos nuestras vidas y el mundo en trabajos de mierda que desempeñamos para comprar cosas que no necesitamos y que enseñaremos a gente que, en el fondo, nos es indiferente o se lo somos nosotros a ellos. Y lo que es peor, hemos arrastrado al mundo entero a nuestra opción vital convenciendo a la sociedad de que el trabajo duro es necesario para vivir bien, cuando el ejemplo de los ¡kung, los chiricauas o los Guayaquis nos demuestra lo contrario.


                P. D. Este artículo es, por fuerza, polémico. Vivimos en una sociedad cuyo sostén ideológico es el calvinismo protestante, que considera que el trabajo es bueno y dignifica al hombre. Dios reconoce a los suyos en la tierra otorgándoles bienes materiales. Es el calling divino, que acaba juzgando la moral de los hombres por sus posesiones materiales. Si tienes mucho, es porque Dios te sabe bueno y te ha recompensado. Y viceversa. Muchos estaréis de acuerdo con esta visión de la vida y el trabajo que eleva al altar de los santos a individuos como Bill Gates o Amancio Ortega, de los que lo único que sabemos es que han tenido habilidad para ganar dinero. Así que poned algún comentario crítico y, si no, compartidme en Facebook que yo quiero tener millones de seguidores y no tener que volver a trabajar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario