lunes, 3 de marzo de 2014

La Gran Belleza


    La película me entretuvo. Ha ganado un Globo de Oro y un Oscar. De ahí a afirmar, como hacen muchos, que cambiará el rumbo del cine europeo va un mundo.
    Primero mi amigo A. Es un auténtico entusiasta del séptimo arte. Tanto, que me sorprendería que tuviese tiempo para hacer otra cosa. Estábamos hablando de cine y yo le dije que el cine actual tendía a aburrirme, que prefería las series.
    -Tienes que ver La Gran Belleza. –dijo él- Es brutal.
    Tomé nota.
    Luego en la sala de profesores del instituto. Comenté con una compañera:
    -Estoy pensando en ver Muerte en Venecia con los alumnos para explicarles el decadentismo.
    Entonces, otra compañera que hasta el momento estaba a lo suyo en un ordenador, dijo:
    -La Gran Belleza. Para eso tienes que ver con ellos La Gran Belleza.
    Y una tercera compañera que estaba en el otro extremo de la sala.
    -Oh, sí. ¡Qué película tan bonita! ¡Es maravillosa! Es la mejor película que visto en años.
    Volví a tomar nota.
    Finalmente, el Miércoles, fui a comer a casa de mis amigos L y J. Son dos buenos amigos cuyos gustos respeto. Entre otras cosas, gracias a ellos descubrí a Isaac Bashevis Singer, a Coetzee y al grandísimo Robertson Davies. Ya estábamos en los postres.
    -Bueno, Curro. Tienes que ver La Gran Belleza. –dijo J.
    -Ay, sí, qué película más bonita… me encantó…. –dijo L.
    Hasta aquí yo me hubiese limitado a tomar nota una vez más y a, algún Viernes aburrido, si no tuviese una serie mejor que ver, darle una oportunidad a La Gran Belleza.
    -Tienes que verla y decir qué te parece. –dijo J.
    -A mí me encantó. –repitió L.
    -Yo creo que le sobran cien minutos de metraje.
    Yo soy lento para las matemáticas. Tardé un ratito en echar cuentas.
    -¿Dura dos horas y media?
    -Casi. –confirmó J.
    -Mmmmmmmmmmm. –pensé yo.
    -Pero tiene una música preciosa. –dijo L; y empezó a tararear como para corroborar sus palabras.
   -Yo me quedé dormido dos veces y seguí el desarrollo de la trama perfectamente. Todo eso del cinismo, de que la vida no tiene sentido, ya lo sabemos.
    Una cosa es que te recomienden una película que no te apetece ver y otra muy distinta que se te pida que dirimas una disputa matrimonial, sobre todo si lo hacen después de haberte invitado a comer –muy bien, por cierto-.
    Así que vi la película. Dos veces.
    Como pronosticó L, la música es impresionante. Y la mayoría de las imágenes, si exceptuamos la escena de la jirafa y la de los pelícanos, que son del todo intolerables. Pero también, como vaticinó J, le sobran noventa minutos.
    En cualquier caso, no pretendo hablar de eso. Es cosa de los críticos de cine profesionales como Carlos Boyero y los de Fotogramas. Yo quiero hablar de La Gran Belleza como manual del decadentismo. Creo que no hay una sola escena, frase, plano o nota musical que no parezca sacada de una guía sobre el decadentismo.
    1. La primera escena nos avisa de dos de los temas de la película: el arte y el declive y la muerte. Hay muchos planos de un monumento romano, unos japoneses sacando fotos a toda pastilla, una señora cantando y uno de los turistas que muere de un ataque al corazón. Es como condensar Muerte en Venecia en cinco minutos. Arte y muerte a todo trapo en una ciudad vieja que se repetirán una y otra vez hasta el final de la película. La señora cantando no sé muy bien a qué viene. Supongo que el director pensó que quedaba bien ahí.
    2. El protagonista, Gep, es un artista, un hombre sensible. Esto ya nos lo deja claro en la segunda escena, después de los títulos de crédito. Es la fiesta de cumpleaños de Gep. Todos los invitados están bailando muy colocados. Entonces hay un truco de cámara un poco cutre. Las cosas empiezan a suceder a cámara lenta, para todos excepto para Gep, que avanza hacia la cámara y con voz en off nos cuenta una anécdota de juventud. Cuando a sus amigos les preguntaban qué era realmente lo que más les gustaba, siempre respondían “el coño”. Gep, el sentimental, decía “el olor de las casas de los viejos”. Y añade que le tocó ser el sensible, el escritor. Ser Gep Gambardella.
    3. Pero a Gep no le basta con ser sensible. También es un cínico, porque el cinismo está considerado de buen gusto. Las dos horas y media de película están llenas de conversaciones en las que Gep brilla por su agudo ingenio desencantado. Hay tantas citas, que por momentos uno tiene la sensación de estar viendo a Lord Henry, el narrador de El Retrato de Dorian Grey. De todos modos, para ser justos, tengo que reconocer que la escena en la que pone firme a su amiga la escritora comprometida me gustó mucho.
   4. Por supuesto, el mundo que rodea a Gep es vacío, sin sentido. Son una colección de personajes mezquinos, decadentes y, al mismo tiempo, muy pagados de sí mismos. Esto Gep se esfuerza en dejárselo claro al espectador repitiendo en reiteradas ocasiones que Flaubert soñaba con escribir una novela de la nada y que él podría hacerlo perfectamente.
    5. Como el duque Jean Floressas des Esseintes de A rebours de Huyssmans, Gep vive de noche…
    
    Y así podría seguir hasta desglosar una tras otras todos las características del decadentismo, pero esto no es un estudio erudito de metatextualidad e influencias. Si he hecho este breve repaso es para cargarme de argumentos para hacerle dos críticas a la película.
    La primera de ellas se la hace el propio director a sí mismo. En un momento determinado, Romano le lee a Gep un fragmento de una obra de teatro que está escribiendo. Es una revisión de D´Annunzio porque, según Romano, D´Annunzio es paradigmático. Gep repone que no le interesan nada esos juegos intelectuales, que Romano sólo escribirá algo digno de ser leído cuando hable de sí mismo, de su sentimiento, de su dolor. Pues bien. Basta con aplicarle el mismo rasero a esta película en la que no hay absolutamente nada que no sea una revisión del decadentismo.
    La segunda es un poco más cruel. Tengo la sensación de que la razón por la que el espectador extrae placer de una película como esta no está en la fuerza de la historia, sino en el hecho de reconocer en ella clichés y estereotipos y sentirse, al hacerlo, la mar de listo, que pertenece al reducido club de intelectuales que puede extraer todo el jugo a este juego de referencias. Me recuerda, en este sentido, a Borges. Borges hace cuentos que son juegos de la inteligencia y la erudición. La comunicación entre escritor y lector es más un juego erudito que sentimental. La complicidad no surge tanto de la historia, como de reconocer las referencias y resolver el problema intelectual y sentirse muy bien al hacerlo, satisfecho al haber pasado la prueba que lo identifica como intelectual. A mí esto no me gusta porque creo que el arte debe apelar antes al sentimiento y, sobre todo, porque es hacerle la pelota al lector de forma indigna. El lector/espectador se sentirá muy satisfecho al haber resuelto el problema de la obra, pero lo cierto es que lo han tratado con muy poco respeto.

    Dicho todo esto, no quiero caer en el mismo cinismo decadente del protagonista. No todo carece de sentido. La película, con sus defectos, se deja ver bien y merece la pena darle una oportunidad.


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