domingo, 9 de marzo de 2014


Infoentretenimiento

                Se llama Julián y es mi amigo. Es uno de esos camaradas de la infancia que  a los que no te queda otra que serle fiel toda la vida porque os une una vieja amistad que ya no puedes borrar. Como todos los seres humanos, Julián es un personaje complejo, lleno de claroscuros, con muchas mezquindades y alguna que otra grandeza. Pero si, de toda su caleidoscópica personalidad, tuviese que definirlo como hacen los malos novelistas, con un único rasgo de carácter, diría que es un esnob. Un esnob como la copa de un pino, con todas y cada una de las particularidades que tradicionalmente se le atribuyen al esnob.
Durante nuestros años universitarios, cuando lo sociedad no veía con malos ojos que llevásemos una vida algo canalla, Julián sostenía que pocas cosas lo hacían más feliz que regresar a casa ya de amanecida, con unas gafas oscuras que protegiesen sus pupilas de la luz solar.
                -Tío, es que tengo la sensación de haber cumplido con mi trabajo. –me dijo una vez.
                Pasó el tiempo y ya en la treintena, Julián tomó conciencia de que ya era hora de sentar la cabeza. Entonces mudó la vida bohemia por placeres más maduros, como por ejemplo los de la mesa, y se convirtió en un gourmet y un sumiller tan experimentado como crápula había sido. Dejó la noche y empezó a hablarnos de tal o cual restaurante donde hacían una lamprea exquisita y, sobre todo, de vino. Porque no hay nada que encante más a un esnob que el vino. Puede hablar de taninos, de syrah y cabernet sauvignon y convertir la sana ingesta de ese líquido un poco narcotizante en un supremo acto de vanidad social. Por supuesto, como buen esnob, Julián no tiene ni puta idea de vino, pero le da bien al pico. Todo pura palabrería y, si no cuento la anécdota en la que rellenamos con morapio una botella de Vega Sicilia y él se pasó la noche paladeando el vino turbio y pontificando sobre el merecido prestigio de las bodegas de Valbuena de Duero, es porque, de manida, sonaría falsa.
                Pues bien, el caso es que, de un tiempo a esta parte, mi amigo Julián se ha vuelto un experimentado analista político. Se lee de cabo a rabo los periódicos, ve los telediarios y escucha toda cuanta tertulia radiofónica hay. Le encanta estar a la última y teníais que oírlo hablar con su amigo Miguel, los dos encantados de oírse hablar del último escándalo de corrupción política entre las filas conservadoras.
                Hasta hace un par de días yo había interpretado esta nueva tendencia de mi amigo como una faceta más de su esnobismo. Se había convertido en analista político como quien se compra unas zapatillas muy molonas o una camisa a la última moda. Pero no. Me había equivocado en mi infinita soberbia, pecado que reconozco sin ambages -soy vanidoso y un poco chulito-. Si, por ejemplo, yo observaba con cierta curiosidad que mi amigo Julián pasaba horas enteras pegado a los periódicos, las radios y la televisión, y no dedicaba un solo minuto de su tiempo a ensayos de teoría política o sociología, interpretaba este hecho en mi infinita soberbia como que Julián, además de esnob, es un vago de carallo y un poco burro. Si, por poner otro ejemplo, yo estupefacto le escuchaba decir “una buena botella de vino, al final del día, después de trabajar, con los periódicos y el telediario es un plan”, no pensaba que necesitase la botella entera para soportar la cantidad indecente de corruptelas, guerras e inmigrantes muertos a pocos metros de nuestras playas que pueblan nuestros noticieros. No. Sólo pensaba que mi amigo Julián no tenía gustos propios y juntaba todo aquello que la sociedad juzga de buen tono: los placeres un poco elitistas de la mesa y un toque pseudointelectual.
                Pero me equivocaba. No entendí la complejidad del fenómeno hasta que leí ese concepto en un libro de Castells. Infoentretenimiento. El autor lo mencionaba de pasada, pero a mí me hizo reflexionar. La industria de los medios de comunicación de masas hace años que se dio cuenta de que había un público potencial en el mercado de la audiencia, un nicho para los que se sienten intelectualmente superiores a la chusma que ve Gran Hermano y demás realities, pero que tampoco están dispuestos al esfuerzo que requiere una película o una novela que hable del alma humana. Y así la industria de la comunicación convirtió a la política en un espectáculo, una opereta protagonizada por políticos, empresarios de éxito y creadores de opinión, en la que lo que más interesa son los escándalos, las medidas impopulares y la hipocresía para que mi amigo Julián y su amigo Miguel puedan ver todo eso y limitarse a cotillear como lo haría cualquier portera sin tener que echarse al monte.

 

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